La magia de una silla de contrachapado: cómo Jasper Morrison revolucionó el diseño con lo ‘supernormal’
La galería Romain Morandi de París recupera las piezas inspiradas en lo cotidiano que convirtieron al británico en uno de los creadores más influyentes del mundo
Hay diseños que, además de dar el pistoletazo de salida a una carrera profesional, son también un manifiesto embrionario de su autor. La silla Plywood, que Jasper Morrison diseñó para una exposición en una galería berlinesa en 1988, es uno de esos casos. “Es una silla que desarrolló con pocos medios, la dibujó en dos dimensiones y la elaboró con métodos muy sencillos. Tiene un aspecto seductor, y también un material que no es noble, pero sí honesto. Y esa honestidad es muy importante en su trabajo”. El galerista y marchante de muebles Romain Morandi sabe bien de lo que habla. La exposición dedicada a la obra de juventud del diseñador británico, Jasper Morrison: Early Works (1982-1991), que se puede ver del 7 de noviembre al 14 de diciembre en su espacio, la Galerie Romain Morandi de París, es una indagación atípica en los primeros pasos de un creador enormemente influyente.
También es una declaración de intenciones para esta galería joven pero sobradamente posicionada. Morandi, historiador del arte con experiencia en el mundo del anticuariado, el arte y el mobiliario, la inauguró en septiembre de 2022 con el objetivo de investigar “todos los movimientos que acompañaron al nacimiento del diseño moderno”, y de relacionar esos movimientos con los nombres imprescindibles del diseño actual. Tras exposiciones dedicadas a la relación entre Josef Hofmann y Ettore Sottsass, a la obra de Beat Frank o al diseño alemán de vanguardia de los años ochenta, exponer el trabajo temprano de Jasper Morrison supone para él también cumplir un viejo sueño. “Jasper Morrison es un creador que me apasiona, hay piezas suyas con las que he vivido mucho tiempo, y este proyecto estaba en mis planes desde el principio”, cuenta.
Morrison es un nombre omnipresente en el diseño actual y no por casualidad: su peculiar forma de concebir la relación entre forma, función y material ha marcado época gracias a un simplicidad y un sentido común menos comunes de lo que parece. “Morrison describe su trabajo de un modo muy analítico, y para él la búsqueda de la buena forma del funcionalismo no puede ser una finalidad en sí”, explica. “La forma final puede ser resultado de una búsqueda compleja o del conocimiento de los materiales. Su honestidad me seduce mucho, ese abandono del gesto, su relación directa con el objeto”. El gesto al que alude Morandi era una seña de identidad del diseño de los ochenta, la época en que Morrison empezó a trabajar y a cuestionarlo todo. En aquellos años, dominados por los diseñadores-artistas y por el manierismo del diseño posmoderno, Morrison rompió esquemas con un planteamiento radical. Una pretendida falta de estilo que era mucho más que una boutade. “Ha sido muy visionaria su definición del diseño supernormal, esos objetos cotidianos de los que hemos olvidado su autoría”, apunta Morandi.
Desde el principio, el inglés intentó cultivar esa simplicidad que no excluía el juego. La exposición incluye, por ejemplo, una mesita auxiliar que emplea un manillar de bicicleta y que formó parte del proyecto de fin de carrera del británico en 1982. “Morrison cuenta que había observado una alusión al manillar de la bicicleta en la obra de Marcel Breuer, pero en lugar de llevar a cabo una trasposición en esta pieza, lo utiliza tal cual, y le da una función estructural, porque sirve para mantener el equilibrio de la mesa”. El galerista explica que para el británico resultó decisiva una estancia en Berlín a principios de los ochenta. “Se nutrió de aquellas expresiones contraculturales y encontró allí sus raíces”, afirma. Fue allí, por ejemplo, donde se familiarizó con la cultura del upcycling, la reutilización de elementos ya hechos que incorporó a sus piezas en una época en que casi nadie había empezado a practicarlo. Esa misma inquietud se ve en una lámpara de pie elaborada con materiales de laboratorio preexistentes.
La muestra incluye diseños fascinantes y no siempre fáciles de encontrar. Por ejemplo, un suntuoso escritorio cuyas líneas curvas convierten el contrachapado en un material noble. O su silla, mitad tumbona, Thinking man’s chair, de 1988. Viendo estas piezas de cerca, se entiende por qué esta exposición es un acontecimiento. Las obras que incluye son anteriores a 1989, cuando comenzó a trabajar con grandes firmas de mobiliario como Vitra o Moroso, y eran pequeñas ediciones, tiradas iniciales de pocas unidades elaboradas en ocasiones con materiales extraordinariamente sencillos. El propio Morrison, conocido por prodigarse poco en general, ha ayudado a contextualizar los diseños y ha prestado tres piezas que pueden verse en la exposición. “Son las piezas que lo hicieron popular entre los editores”, señala Morandi. Es decir, la educación sentimental del diseñador menos sentimental de todos. Aunque, paradójicamente, haya acabado siendo uno de los más emocionantes.