Oliva Arauna: “En el mundo de las galerías de arte casi todas éramos mujeres. Los hombres llegaron cuando llegó el dinero”
La histórica galerista madrileña inaugura a sus 70 años un nuevo espacio, Almacén Abierto, y repasa su carrera en el mundo del arte pese a que su máxima siempre ha sido mirar hacia adelante
Galerista una vez, galerista toda la vida. Oliva Arauna (Santander, 70 años), galerista histórica, abrió en Madrid un espacio con su nombre en 1985, y se mantuvo 30 años en la brecha. En ese tiempo, la única pausa, entre 2012 y 2013, fue impuesta por el ayuntamiento debido a cuestiones de normativa urbanística relativa a su fachada. Decidió cerrar definitivamente en 2015, según entonces declaró, porque el mundo había cambiado y ya no acudía el tipo de público que le interesaba. A cambio, se concentró en su faceta como coleccionista, que antes desarrollaba en paralelo al galerismo, según ese pr...
Galerista una vez, galerista toda la vida. Oliva Arauna (Santander, 70 años), galerista histórica, abrió en Madrid un espacio con su nombre en 1985, y se mantuvo 30 años en la brecha. En ese tiempo, la única pausa, entre 2012 y 2013, fue impuesta por el ayuntamiento debido a cuestiones de normativa urbanística relativa a su fachada. Decidió cerrar definitivamente en 2015, según entonces declaró, porque el mundo había cambiado y ya no acudía el tipo de público que le interesaba. A cambio, se concentró en su faceta como coleccionista, que antes desarrollaba en paralelo al galerismo, según ese principio –altamente contraindicado en otros sectores aunque bastante habitual en el suyo– de consumir el mismo producto que una vende. “Pero siempre he dicho que, aunque me gusta mucho comprar, lo que de verdad me gusta es vender”, dice, y le brillan los ojos. “Que alguien esté dispuesto a pagar por esas cosas que a mí me entusiasman me parece el summum”.
Quizá sea esa “llamada de la selva” el motivo de que ahora se haya decidido a poner en pie Almacén Abierto, que no es una galería al uso –situado en el barrio madrileño de Tetuán, es una nave de 350 metros cuadrados que en su día sirvió para guardar tubos industriales y por su morfología sigue recordando más a un almacén que a un espacio expositivo–, pero en el que venderá obras de su colección, que incluye obras producidas desde finales de los años 80 hasta la actualidad por artistas como Santiago Sierra, Alfredo Jaar, María Luisa Fernández o Pierre Gonnord. Pero además tiene previsto presentar proyectos de artistas jóvenes a los que dará a conocer. Se invita a los visitantes a trastear entre las obras que están a la vista y también las más ocultas. “Hay piezas de mi colección que en principio no quiero vender, pero lo haré si es a una magnífica colección o un museo, es decir, si considero que el artista estará bien representado”, puntualiza.
En los últimos tiempos están abriendo en Madrid numerosas galerías, cubriendo un rango que abarca desde sedes de firmas internacionales como Carlier Gebauer o Pedro Cera y grandes espacios como Albarrán Bourdais o Maisterravalbuena hasta otros más jóvenes y modestos como Arniches 26 y El Chico, o la reciente La Oficina, en la pujante Carabanchel. “A mí me parece estupendo que abran todas esas galerías”, valora Arauna. “Pero deberían traer algo nuevo, y no mirar al pasado, que es lo que muchas veces hacen. Yo sé que es más fácil vender el pasado porque la gente lo reconoce y no le da miedo. Pero la labor del galerista es mirar hacia el futuro, haciendo esos proyectos que, aunque parezcan imposibles, son mucho más satisfactorios”. Como galerista, todo hay que decirlo, esa era su especialidad.
¿Cree que ahora las galerías arriesgan menos? Sí, y es lógico. Yo era una kamikaze, pero entiendo que la gente necesite mantener la galería y a veces hacen cosas más clásicas. En las galerías medianas o mediano–importantes no hay muchos artistas jóvenes, porque no pueden asumir esos riesgos. Como galerista, ese riesgo te produce un vértigo fantástico, y además cuando notas que la gente no lo entiende, aún te gusta más. Recuerdo que en el ARCO de 1990, el último día de la feria, me preguntaron cómo me había ido y respondí: “¡Fenomenal!”. “Ah, o sea que lo has vendido todo”, me dijeron. Y yo dije: “No, no, es que si vendo todo me retiro, porque no considero que el público de ARCO sea lo bastante avanzado para entender todo lo que traigo”.
¿Y considera que es labor de los galeristas contribuir a que el público sea más avanzado? Una parte importantísima. Y otra parte es vender, claro, para que el artista exista, y no hablo no solo económicamente. Porque si la gente no va a ver las exposiciones, ¿para quién estás trabajando? Cuando viene una persona y te dice que le ha encantado tu exposición y que piensa volver, la satisfacción es enorme, y te da igual que esa persona no tenga la capacidad económica para comprar una pieza. Ahora bien, a veces la gente me pedía: “¿Me explicas esa obra?”. Pues partiendo de una base sí, pero el abecedario no te lo voy a enseñar. Tienes que ver tú lo que pasa a través de esa obra.
¿Cree que en Madrid hay coleccionismo suficiente, es decir, demanda para toda esta oferta? Me temo que no. Todo el mundo confía mucho en los coleccionistas latinoamericanos que van llegando. No sé hasta qué punto están comprando, porque empezaron a llegar cuando yo cerré. Pero a mí me parece que no se vende tanto tanto para tanta apertura.
Cuando usted cerró su galería hace más de ocho años, declaró que ahora cualquiera que ha comprado cinco obras quiere que lo consideren coleccionista y ser invitado VIP en las ferias. ¿Cree que vamos a peor? Desde luego. En los años ochenta era casi una vergüenza ser coleccionista. Ellos tenían hasta que explicar por qué les gustaba lo que les gustaba a la gente que entraba en su casa, como en la obra de teatro Arte [de Yasmina Reza]. Ahora, sin embargo, es como un sello de calidad. Veo mucha gente sin oficio ni beneficio, que apenas han comprado nada, pero que les hacen una foto y salen en una publicación y les ponen “Dedicación: coleccionista”.
Otro fenómeno del que se queja Arauna es la sobreabundancia de ferias de arte, que se concentra cada vez más en dos multinacionales, los gigantes Art Basel y Frieze: “Esto lo encuentro muy perjudicial. Antes ibas a Art Basel con una ilusión tremenda por ver qué se había estado cociendo en el último año, porque todos presentábamos obras de ese año, y ahora te encuentras en todas partes los mismos artistas y las mismas obras o muy parecidas. Hay muy poco riesgo y te aburres. Y no hay nada en el mundo del arte peor que aburrirte. Además, los artistas no pueden dar tanto de sí, no hay tanta obra para tan poco genio. Porque ves las listas y son todos los mismos”.
Ella sigue adquiriendo obra para su colección, aunque, según declara, “como tengo menos dinero, colecciono más artistas jóvenes, que allí hay cosas magníficas”. Cita los nombres de June Crespo, Julia Spínola, Esther Gatón, Juliana Cerqueira y el dúo Fuentesal Arenillas. También a la histórica colombiana María Teresa Hincapié, “que no es una artista joven, pero la descubrí por la galería 1 Mira Madrid y la compré enseguida”.
Se considera parte de una estirpe de profesionales españolas en la que también figuran Juana Mordó, Eugenia Niño, Helga de Alvear, Juana de Aizpuru, Elvira González, Nieves Fernández o Soledad Lorenzo, todas ellas mayores que ella. “¡Yo era la joven de las mayores!”, indica. “Sí, me siento parte de ese grupo, y juntas hicimos muchísimas cosas. Ayudamos mucho a ARCO, y echamos varios pulsos con los políticos que querían cambiar la feria. Pretendían que se abriese prácticamente a todas las galerías que lo pidiesen, sin una selección rigurosa, e independientemente de su trayectoria y la calidad de su programa”.
Ninguna de ustedes tenía formación en historia del arte o arte contemporáneo, lo que no les impidió desarrollar un gran ojo para lo nuevo. ¿Cómo lo explica? Todo era ver, ver y volver a ver. Viajar. Y hablar con gente que sabía más que nosotras. Y luego las ferias nos han ayudado mucho, como lo hicieron la Documenta o la Bienal de Venecia. Nos pasábamos el día mirando, no nos encerrábamos entre cuatro paredes.
También hay que destacar que todas son mujeres, algo poco habitual en ámbitos profesionales de cierto poder. ¿No es consciente de que encontraran más obstáculos por ello? No. En el mundo de las galerías nunca hubo un problema por ser mujeres. De hecho, si ibas a la feria Art Basel, veías que el 90% de las galeristas lo eran. Los hombres llegaron después, cuando empezó a haber dinero de verdad.
Oliva Arauna es una presencia fija en inauguraciones, ponencias y presentaciones de la escena artística madrileña. ¿Es voluntad de mantenerse vinculada a ella, deseo de apoyar a sus antiguos colegas, o de estar al día de las novedades? “Un poco de todo”, responde. “Pero sé el esfuerzo que supone para una galería inaugurar. Se necesita que vaya gente. También creo que muchas veces no me han devuelto ese apoyo. Y no hace tanto tiempo de la última vez que eso me ha ocurrido. En febrero haré una exposición con mi colección en el Centro de Arte Alcobendas, y allí no tendrán la excusa de que no les viene bien irse de viaje, porque es en Madrid”.
¿Qué opina del cambio de director del museo Reina Sofía? Me gusta. A Manuel [Segade, nuevo director del museo desde junio] lo conozco desde hace algunos años y creo que ha hecho una gran labor en el CA2M, que antes dirigía. Le pondrá interés, porque él también dedica mucho tiempo a ver y conocer lo que se hace. Creo que Manolo [Manuel Borja–Villel, que había dirigido el Reina Sofía durante los 15 años anteriores] también hizo una labor magnífica y que puso al museo más allá de donde estaba hasta ese momento. Pero creo que los museos también tienen que ir cambiando, como todo. La verdad, espero que en el Reina Sofía ahora pongan más obras de arte y menos texto, y que volvamos a rencontrarnos con esos grandes artistas que ya echábamos de menos.
¿Qué futuro prevé para Almacén Abierto? Iremos viendo. Si viene la gente y se vende, será estupendo. Pero si no, tampoco pasa nada. Cerraré el almacén y lo alquilaré para eventos. Tampoco quiero, a estas alturas, darme cabezazos contra la pared.
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