Mayoritariamente blanco, masculino y heterosexual: el arte español se examina de sus asignaturas pendientes

La creación en nuestro país afronta el reto de purgar su visión colonial, revisar críticamente la relación con América o superar el sesgo de género. ¿Tiene solución? ¿Estamos tan mal como creemos?

La obra 'Querían brazos y llegamos personas', de Sandra Gamarra, inscrita en el género típicamente americano de la pintura de castas.Cortesía de Galería Juana de Aizpuru

La imagen que abre este reportaje es una obra de Sandra Gamarra (Lima, 41 años), artista peruana que reside en Madrid desde 2002 y que protagonizará el pabellón de España en la Bienal de Arte de Venecia de 2024. Será la primera ocasión en que este encargo recaiga en una persona no nacida en España. Esta obra pertenece a la serie Querían brazos y llegamos personas (2020), cuyo punto de partida es la pintura de castas, un género p...

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La imagen que abre este reportaje es una obra de Sandra Gamarra (Lima, 41 años), artista peruana que reside en Madrid desde 2002 y que protagonizará el pabellón de España en la Bienal de Arte de Venecia de 2024. Será la primera ocasión en que este encargo recaiga en una persona no nacida en España. Esta obra pertenece a la serie Querían brazos y llegamos personas (2020), cuyo punto de partida es la pintura de castas, un género propio del arte colonial en América que aspiraba a ilustrar el mestizaje entre españoles, indígenas y africanos. Gamarra, con una sólida trayectoria internacional, resalta los brazos de los personajes y las especies frutales, en una alusión a los objetivos materiales de la dominación colonial. La artista confiesa sentirse sorprendida por el revuelo que siguen suscitando estas temáticas. “En esa colonialidad estamos inmersos todos, nuestra forma de vida depende de la producción de materia prima y fuerza de trabajo de otros países, que pagamos con progreso, el mismo que nos ha traído, por ejemplo, hasta la crisis climática actual. Causa molestia, claro, porque pensábamos que lo estábamos haciendo bien”, afirma Gamarra por correo electrónico.

De hecho, las obras que recrea pertenecen a un conjunto custodiado por el Museo Nacional de Antropología, que atraviesa su propio examen de conciencia tras anunciar la retirada de restos humanos de la exposición pública. También el pasado mayo tenía lugar un relevo en el Museo de América, fundado durante el franquismo para ensalzar el concepto de la hispanidad. Su nuevo director, Andrés Gutiérrez, ha anunciado su intención de reformular las colecciones para ofrecer una visión más amplia y crítica de la relación de España con América Latina. Cuando el ministro de Cultura Miquel Iceta se preguntó en noviembre de 2022 cómo se descolonizaba un museo, tal vez no sospechó que las respuestas empezarían a sucederse. “Resulta increíble, por ejemplo, que todavía no se haya hecho aquí una exposición del pintor barroco Juan de Pareja y la haya tenido que hacer el Metropolitan de Nueva York, en lo que seguramente va a resultar como una operación neocolonial más”, explica Sergio Rubira, profesor de Historia de Arte de la UCM. “Es evidente que aquí resulta incómodo señalar que hubo personas esclavizadas en ese Siglo de Oro que se ha construido como mito”.

Retrato de Juan de Pareja, por Diego Velázquez.Alamy

La exposición de Pareja, un artista morisco coetáneo de Velázquez, es un ejemplo del constante proceso de relectura que supone pensar en la historia del arte hoy. Y parece claro que el ajuste de cuentas con el pasado colonial es una asignatura pendiente del caso español, pero no la única. En 2023 es imposible pensar en museos ordenados y cerrados in aeternum, como bien sabía Manuel Borja-Villel, que durante su etapa al frente del Museo Reina Sofía llevó a cabo una intensa reordenación de la colección para dar visibilidad a discursos de género o políticas. “Hay muchas asignaturas pendientes, y algunas que se creen resueltas no lo están”, añade Rubira. “Es obvio en el caso de las mujeres artistas. Todavía se organizan exposiciones colectivas en las que o no son incluidas o son minoría, y hay museos donde no se programan exposiciones individuales de mujeres artistas o no se llama a comisarias”.

En la pasada edición de ARCOmadrid, más de la mitad de las obras que el Ministerio de Cultura adquirió para el Reina Sofía eran de artistas mujeres. Entre ellas estaba una de las piezas de la serie Cuánto río allá arriba (2020), de Asunción Molinos Gordo, una de las creadoras jóvenes que mejor articulan la encrucijada ética en que se mueve el arte contemporáneo. La obra, de hecho, es un guiño a la problemática del agua tanto en las comunidades rurales de España como en América Latina, y como tal formó parte de Futuros abundantes, la exposición que TBA21, la fundación de Francesca Thyssen-Bornemisza, mostró el año pasado en el C3A de Córdoba.

Una de las piezas de 'Cuánto agua allá arriba' (2020), de Asunción Molinos Gordo.Cortesía de Galería Travesía Cuatro

Estos problemas, en todo caso, no son recientes y forman parte de la propia génesis del arte contemporáneo, cuyo origen se suele datar en los años sesenta, tal y como recuerda Tania Pardo, asesora de Artes Plásticas de la Comunidad de Madrid y subdirectora de CA2M Centro de Arte 2 de Mayo de Móstoles. “Aquel arte ya era una respuesta y una convulsión que atendía a los movimientos minoritarios, la segunda ola del feminismo, las cuestiones de género, los movimientos raciales, LGTBI o los avances sociales”, apunta la comisaria, que subraya el papel de los creadores a la hora de cuestionar los relatos dominantes. “El arte debe generar discursos más plurales e igualitarios y atender y restituir a todo aquello que ha quedado al margen del discurso hegemónico”, añade. “De ahí el esfuerzo e interés por atender movimientos enraizados en la cultura popular, en los temas relacionados con lo racial, lo decolonial, el género, los discursos centrados en la conciencia de clase, en la diversidad funcional, el ecofeminismo y la educación. No existe una escena, existen varias”.

Si hubiéramos preguntado a cualquier aficionado por las obras más representativas del arte español de los noventa, probablemente hubiera mencionado las ciclópeas pinturas de Miquel Barceló. Hoy, sin embargo, pocos dudan de que la obra de Pepe Espaliú, artista gay que narró su vivencia del VIH a través de performances, esculturas y obras de distintas técnicas, es tan relevante en España como la de Félix González Torres en el panorama internacional. El comisario y exgalerista Joaquín García Martín, que recuperó en su propia galería obras olvidadas de Espaliú, y que en 2022 expuso en CentroCentro (Madrid) una muestra, Cuestión de ambiente, dedicada a la diversidad sexual en el Madrid de los años veinte, conoce bien esta problemática. “En el caso de las disidencias sexuales y de las mujeres artistas, su presencia actual es el resultado de mucho trabajo, y también de la enorme calidad de su obra, que ha conseguido romper esa barrera”, apunta.

En otros países, esa labor de reivindicación se ha plasmado en iniciativas como el Museo del Barrio (Nueva York), que recoge la presencia latina y no blanca en el arte estadounidense. ¿Sería posible algo equiparable en España? ¿Hay grandes colectivos olvidados sistemáticamente? “Estas instituciones internacionales responden a lugares con una fuerte presencia de población migrante, que es un fenómeno relativamente reciente en España, pero eso no quiere decir que no hayan existido, y que hay que reconocer lo que hubo y ver qué hacemos con ello”, explica García Martín. Pero, aclara, antes de discutir su lugar en los museos, es prioritario detectarlos. “No sabemos lo que hacían todos esos artistas disidentes de género, mujeres o migrantes. Es como una cadena de ADN a la que le faltan piezas, porque nos las han ocultado. Primero hay que investigar quién fue esta gente, qué fue de ellos y de su trabajo. Y antes incluso hay que encontrarlos, porque nos han negado su existencia”.

El artista Pepe Espaliú, retratado en 1990.Frank Martin, en depósito en el Centro Pepe Espaliú de Córdoba

La comisaria Chus Martínez, cuya imponente trayectoria incluye templos del arte contemporáneo como Frankfurter Kunstverein, Museo del Barrio, Documenta de Kassel, y, desde hace años, el Institute Art Gender Nature FHNW en Basilea, incide en esas lagunas. “A la pregunta de si nos estamos dejando comunidades de lado, la respuesta siempre es sí”, responde. “Por ejemplo, la producción cultural de la comunidad romaní está muy poco estudiada, quizá sí en la música o el cine, pero no en las artes visuales”, añade. “Dicho esto, creo que en general en España hemos hecho bien los deberes. Hay una conciencia aguda de la necesidad de recuperar, prestar atención y lograr coherencia que incluso puede que sea mayor que en otros países. Es un camino en el que siempre hay que continuar”.

La reescritura prosigue: si en los últimos años se hacen oír las voces de las primeras generaciones de origen asiático, africano, árabe o latinoamericano criadas en España, los historiadores tratan de recomponer el puzle de la sociedad española con las piezas que faltan. El CA2M de Móstoles ha dedicado exposiciones al arte textil, al feminismo, a temáticas ligadas a la migración y a las raíces de la desigualdad. Manuel Segade, su director hasta junio de 2023, cuando fue nombrado director del Museo Reina Sofía, está habituado a lidiar con la complejidad. “El reto de los museos de arte contemporáneo es el mismo que tenemos en sociedad: no tanto incluir sino conseguir la coparticipación de lo aparentemente menor. Representar se queda corto, el trabajo que debemos abordar es permitir que cada comunidad pueda acceder a la producción cultural de su propio relato, sin forzar una posición de ventrilocuos del otro”, afirmaba por escrito pocas semanas antes de su nombramiento.

Con esta idea coincide Chus Martínez. “Tenemos cerca a artistas de varias generaciones y lo que debemos hacer es comprender qué hacen, cómo lo hacen y los contextos desde los que lo hacen. Y tejer otro tipo de narrativas que no se reduzcan a exponerlos porque no han sido expuestos, o a hacer un libro porque no lo tenían. Necesitamos una explicación más completa de lo que significa contar nuestras historias”. Con esta idea coincide Sandra Gamarra: en ocasiones, una exposición no basta. “Creo que hay una visibilidad cada vez mayor de diferentes colectivos, pero tal vez lo que todavía hace falta son espacios que puedan ser creados, organizados, dirigidos por esos colectivos, no para enfrascarse y crear guetos, sino porque creo que hay diferentes maneras de organización que son igualmente importantes de accionar más allá de la exposición de sus resultados”, explica la artista. En ese contexto, parece lógico pensar que las asignaturas pendientes del arte sean también asignaturas pendientes de la propia sociedad. “Más allá de las obras expuestas, hay que pensar en las personas que trabajan en los museos y los cargos que ocupan”, advierte Segade. “Podemos encontrar personas migrantes o racializadas trabajando en las salas, pero es difícil todavía verlas trabajando en los departamentos de exposiciones o de colección”.

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