El Comunista, la casa de comidas de 1890 que inspiró al último Oscar español
Situada en el madrileño barrio de Chueca, con su cocina casera tradicional a precios populares, el trato familiar y una decoración auténtica lleva siendo un lugar de encuentro desde hace más de un siglo
Hay locales que preservan el carácter de un barrio. La Tienda de Vinos y Comidas, ubicada en el número 35 de la calle Augusto Figueroa de Madrid desde 1890, conocida como El Comunista, es uno de ellos. Al frente de esta taberna del barrio de Chueca está Ángel de Miguel, cuarta generación de la familia fundadora y alma del establecimiento junto a su madre, Carmen que, a sus 78 años, permanece en la cocina.
Las enormes puertas rojas de madera de este restaurante centenario lla...
Hay locales que preservan el carácter de un barrio. La Tienda de Vinos y Comidas, ubicada en el número 35 de la calle Augusto Figueroa de Madrid desde 1890, conocida como El Comunista, es uno de ellos. Al frente de esta taberna del barrio de Chueca está Ángel de Miguel, cuarta generación de la familia fundadora y alma del establecimiento junto a su madre, Carmen que, a sus 78 años, permanece en la cocina.
Las enormes puertas rojas de madera de este restaurante centenario llaman la atención al pasar por Chueca. Y los parroquianos las atraviesan desde las 13.00 para habitar sus primeras mesas con una familiaridad en peligro de extinción en el centro de Madrid. Abierto por los bisabuelos de Ángel, siempre ha sido un espacio de encuentro para los vecinos, que han cambiado la manera de referirse a este lugar según los tiempos que corrían en su interior. Primero fue una tienda de vinos y aguardientes caseros. “Aún quedan muchos elementos de entonces, como el grifo de agua o el dispensador de aguardiente”, dice Ángel señalando ambos en la barra. Los hijos de los fundadores añadieron a la tienda un servicio de cocina y lo convirtieron en una casa de comidas. Uno de ellos, Vicente Gómez, era guitarrista y por las fiestas que debía montar a puerta cerrada, de Tienda de Vinos pasó a denominarse popularmente La Taberna del Guitarrista. Vicente se exilió en Estados Unidos en los años treinta, donde acabó triunfando como compositor y la taberna conservó ese sobrenombre hasta la década de los sesenta, cuando fue apodada como El Comunista.
“Entonces era un barrio con muchos teatros y venían artistas, intelectuales y universitarios. Además estaba muy cerca la antigua Casa del Pueblo y todos comían aquí. Pero en estas mesas siempre se ha juntado gente de muchas ideologías”, recalca Ángel. “Además, en aquella época los que trabajaban cobraban a final de semana y si no tenían dinero mis padres les fiaban porque eran gente del barrio”, añade. Los artistas siguen viniendo atraídos por ese halo de autenticidad. El último en reflejarlo ha sido el cineasta Alberto Mielgo, asiduo de El Comunista. Algunas secuencias de su obra El limpiaparabrisas, galardonada este año con el Oscar al mejor cortometraje de animación, tienen como escenario la esquina de la ventana.
Qué se come
Sentarse alrededor de sus mesas es hacerlo en una casa familiar donde se sabe el menú antes de que nadie lo cante. “Antes había una carta más extensa y ahora nos hemos centrado en platos que se puedan compartir”, explica Ángel. El resultado es una cocina casera tradicional a precios populares. “Si viene un vegetariano tenemos platos de acelgas (5 euros), judías verdes (5 euros), panaché de verduras (5 euros), pisto (6 euros) o lentejas (4,50 euros). Para la gente que no toma gluten podemos ofrecer esas mismas verduras y consomé (4 euros), pescado o carne (a partir de 7 euros). Y para quienes coman de todo, pueden elegir entre nuestros guisos de toda la vida como el pollo en pepitoria (6,50 euros), los riñones al jerez con arroz (8 euros), las albóndigas (8 euros) o los chipirones en su tinta con arroz (12 euros). Está pensado para todo tipo de bolsillos. Esa es nuestra esencia”, afirma. Y los llenos que se producen a diario muestran que su oferta honesta y tradicional funciona.
Las conversaciones ajenas, los cubiertos y las risas componen una banda sonora a la que se suma el nombre de Ángel en alto cada vez que un plato está listo para salir. Si se persigue esa voz la historia continúa. De camino a los baños se atraviesa un salón donde antiguamente estaba la casa de los fundadores y ahora se encuentra la cocina. En ella se puede ver a Carmen y a su nuera Cristina trabajando juntas desde hace 20 años. “Mucha gente se queda mirando la cocina. ¡Pero qué quieren ver!”, exclama Carmen entre risas. Esta cocinera lleva 61 años trabajando aquí y hoy echa la mañana pelando unas alcachofas de su pueblo en Guadalajara. “Tenemos una huerta desde hace muchos años. Entre todo lo que sembramos hay calabacines, tomates con los que hacemos conservas o pimientos rojos que luego asamos para hacerlos rellenos”, explica.
Un vecino entra hasta el fondo y le regala a Carmen un ramillete de flores moradas dentro de un vaso. “Son de ajo”, apunta sonriendo. Ángel presencia la escena y dice: “Me han ofrecido bastante dinero para comprar el local, alquilarlo o asociarse con nosotros. Y siempre he dicho que no porque aquí me he criado y esto es lo que somos”. Mucho más que una casa de comidas.