Alcachofas frente a Eurovegas

Persona no identificada cultivando alcachofas en el Parque Agrario. / JOAN SÁNCHEZ

Anteayer estuve en un parque agrario, y hoy me voy a meter en un jardín. Lo mío son las plantas, y por eso me voy a posicionar frente a Eurovegas. O más bien frente a la posible implantación del macrocomplejo del juego en el Baix Llobregat, una zona pegada a Barcelona al sur de la ciudad. Pido disculpas a los madrileños por no hablar de lo suyo, pero un vulgar bloguero tiene sus limitaciones geográficas, y es la zona de aterrizaje catalana la que pude visitar con un simple viaje de 20 minutos en coche desde casa.

Los que no estéis muy metidos en el asunto os preguntaréis qué demonios ando yo hablando de casinos en un blog sobre comida. Todo tiene su explicación: según parece, el Eurovegas barcelonés puede aposentar parte de su gigantesco trasero en los terrenos del Parc Agrari del Baix Llobregat, un área protegida dedicada a la agricultura donde se cultivan deliciosas verduras que a veces tengo la suerte de comprar. La alcachofa del Prat es la reina del lugar -la variedad es la misma que la de Tudela, pero la salinidad del agua, el clima y la cercanía del mar hace que tenga su aquel-, por lo que entenderéis que el tema me toque muy dentro.

El Parc Agrari tiene unas 3.000 hectáreas y unas 600 explotaciones agrícolas, según nos contó su director, Josep Montasell. Su mera existencia es una especie de milagro. La comarca, una de las más industrializadas de España, vivió la consiguiente degradación medioambiental, con un río putrefacto, playas contaminadas y todos esos bloques de hormigón tan humanos que inundaron nuestro país en la época del desarrollo. Sin embargo, esta pequeña isla verde se conservó gracias a la agricultura, y alcanzó su estatus de zona protegida en 1998 en paralelo a otra serie de acciones para regenerar la comarca.

Parc agrari

Placidez en el Parc Agrari. / EL COMIDISTA

El paisaje del parque hoy es de lo más peculiar. Por un lado es idílico, con bonitas extensiones de cultivo, palmeras y otros árboles, las masías de los payeses y caminos por los que la gente puede transitar plácidamente caminando o en bici. Pero en el horizonte la vista casi siempre topa con el cemento en forma de autovías, terminales de aeropuerto, fábricas o torres de viviendas.

Ahora bien, creo que el principal valor del área no es tanto el paisajístico, sino el productivo. Junto al Maresme, estas tierras ultrafértiles beneficiadas por el clima suave y su situación en el delta del río Llobregat han surtido a Barcelona de alcachofas, acelgas, tomates, ciruelas y otras frutas y hortalizas. Hoy constituyen un caso poco frecuente de huerta cercana a una gran ciudad. "Las ciudades inteligentes promueven la autosuficiencia", asegura Montasell, "y tienden a aprovechar los alimentos de proximidad. Así se genera menos CO2, se gasta menos energía y el consumidor conoce mejor las características de lo que compra".

La supervivencia de los cultivos del parque pasa precisamente porque el consumidor conozca y valore sus productos, y los prefiera frente a otras verduras y frutas de lejanía de menor calidad pero a veces más baratas. Para lograrlo, el Parc Agrari ha tomado dos caminos a mi entender bastante inteligentes. Por un lado, se han puesto de acuerdo con unos 40 restaurantes de la zona para que usen las hortalizas locales e informen de ello a sus clientes con un distintivo en las cartas. Por otro, han montado la web El Camp a Casa (El Campo en Casa), donde te puedes enterar de dónde se venden y encontrar información sobre las temporadas, los productores o las posibles recetas que elaborar.

Más allá de que sus alcachofas molen o que sus tomates enanos que probé ayer fueran estratosféricos, ¿tiene el parque agrario el suficiente valor como para entorpecer el asentamiento de un proyecto como Eurovegas? Los defensores del proyecto de Sheldon Adelson cuentan con un argumento fetiche: los puestos de trabajo que creará, cuya cifra baila con gran alegría entre los 250.000 que venden sus promotores y los 16.000 previstos por el Gobierno catalán.

Habiendo tantísima gente en paro, parece difícil oponerse a nada que genere empleo. Aunque sea una horterada monumental con bastantes puntos para transformarse en putiferio y atraer a lo mejorcito de la delincuencia organizada, como ocurre en otros macroenclaves del juego. Aun así, las preguntas son muchas: ¿cuántos puestos de trabajo reales para españoles se crearán? ¿Bajo qué condiciones? ¿Con cuánto gasto público que pagaremos todos? ¿Se beneficiará de verdad la zona? ¿O será un chiringuito que no hará más que degradarla a largo plazo?

"Las alcachofas no son buenas, me hacen ir mucho a orinar".

No tengo las respuestas, y me da la sensación de que nadie las tiene porque la opacidad que rodea al proyecto es máxima. Pero creo que en el trasfondo de la cuestión está el modelo de desarrollo que queremos para el futuro. Llamadme romántico, progre trasnochado, jipitrusco y todo lo que queráis, pero a mí me gustaría que en vez de casinos, en el Parc Agrari surgieran más casos como el de Enric Alaball, un payés joven que practica la "agricultura singular".

Este ingeniero ha decidido trabajar en el campo aplicando la innovación a cultivos como el del berro, las hierbas aromáticas, las flores comestibles y otros productos más raros pero muy valorados por la gastronomía de vanguardia como la salicornia, el ficoide glacial o la flor eléctrica. Iniciativas como la de Alaball no sólo son sostenibles y respetuosas con el entorno, sino que funcionan bien y generan empleo. "Se puede hacer negocio con esto", afirma. "Pero si Eurovegas llega aquí, se dará una situación que a los jóvenes agricultores de la zona nos perjudicará. Será más difícil y caro encontrar zonas productivas". En el mismo sentido se manifiestan los colegios oficiales de ingenieros y técnicos agrónomos de Cataluña, que afirman que Eurovegas "dañará de forma irreversible una reserva de suelo agrícola de primer orden".

En contraste, otro de los payeses con los que hablé, Joan Ribas, no se mostraba demasiado opuesto al macroproyecto: "Si no se cargan el área y nos pagan por los terrenos, bienvenidos sean". El campo no sólo es un trabajo duro que requiere atención constante, sino que a veces los esfuerzos no se traducen en rentabilidad. Así que no nos debería extrañar que muchos agricultores de cierta edad estén encantados de vender sus tierras.

Lo que me chirría más es el apoyo entusiasta de chefs como Ferran Adrià o José Andrés al proyecto: no sé si saben quién es el señor Adelson, qué ideología representa y cuáles son sus formas de actuar. Ingenuo de mí, yo pensaba que los cocineros españoles estaban en masa por la defensa del producto local, pero no. En el caso de Adrià, la firme apuesta por la sostenibilidad que vendió a bombo y platillo en la futura Fundación El Bulli debió de desinflarse según pasaban los coches del nuevo Mr. Marshall por el Delta del Llobregat. Ojalá me equivoque y los restaurantes del complejo acaben sirviendo carxofes del Prat, pollos pota blava u otras exquisiteces de la gastronomía autóctona gracias a la influencia del gurú. Y que todo el interés que Ferran mantiene por Eurovegas sea de verdad "altruista". Eso sí, como sus consejos surtan el mismo efecto que en Port Aventura, donde también ejerció de asesor, estamos apañados.

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