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La Plata, el bar de 80 años que resiste la gentrificación con tapas por 2,50 euros

El icónico local barcelonés celebra ocho décadas de vida agarrado a su póker de ases gastronómico y con la sencillez como alma innegociable

En el panorama culinario moderno podrían distinguirse– a grosso modo- tres grandes tendencias: los establecimientos que persiguen el estandarte de la innovación en cualquiera de sus formas, los que tratan de volver a las raíces de la tradición y los que se han empeñado en no cambiar, a pesar de las continuas tentaciones que ofrece el sector en forma de tendencias que van y vienen a la velocidad del rayo. La Plata es parte de este último bloque: el de los guardianes de las esencias del bar de toda la vida. Y este mes cumplen 80 años con la misma claridad de ideas y actitud de siempre.

“Aquí ha venido todo el mundo. Ha venido Rosalía, ha venido el alcalde, han venido todos. También vino Bono (el cantante de U2), hace 20 o 25 años. Se sentó en una mesita con una chica muy guapa. Me dijeron, ‘oye Pepe, que ha venido Bono’. Y claro, yo pensé que era el ministro. Así que yo no le conocí, pero había un chaval que sí. El tipo se quedó con la copla y vino a la barra a decirme que no dijéramos muy alto que estaba allí. Yo le contesté que si fuera el Fary o Manolo Escobar seguro que le habría conocido (risas), pero el tío no se enteró de nada. No dejó propina. Tampoco volvió”, lo cuenta Pepe Gómez, que lleva cinco décadas capitaneando la barra más ferozmente clásica de Barcelona.

La Plata se sitúa en los pulmones del Barrio Gótico, en la calle de la Mercè número 28, esquina con la calle de La Plata y este mes celebra 80 años de vida haciendo (casi) literalmente lo mismo que hacían cuando abrieron, en 1945: cuatro tapas. “La butifarra (2,50 euros), el pescaito frito (3,50), las anchoas (7 en ración y 2.50 el montadito) y la ensalada de cebolla y tomate (3,50). De ahí no nos movemos”, cuenta Roger Pascual con una sonrisa cuando se le pregunta por unos precios que parecen irreales en 2025. Pascual es el hombre que ahora gestiona el día a día del bar y no se ha desviado ni medio centímetro de la filosofía de un símbolo de la Ciudad Condal en su vertiente más sencilla y catedralicia.

El bar lo fundaron sus abuelos, Josep Marjanet, conocido como “Pepito”, y su esposa Joaquima Planas, “Quimeta”. Marjanet ya llevaba tiempo trabajando para restaurantes legendarios de la época como Can Soteras y Can Tapias. Fue en este último, donde dos clientes habituales le prestaron 34.000 pesetas para que éste pudiera cumplir su sueño: fundar su propio negocio. El matrimonio se pasaría los 10 años siguientes durmiendo en el altillo del propio bar mientras ponían los pilares de un local de leyenda.

Desde sus inicios, por su cercanía al mar y su voluntad de ser un refugio para los currantes, optaron por una fórmula que al principio era algo más ‘variada’: “Hacíamos huevos fritos y cosas por el estilo por la mañana para la gente del puerto. Bocatas para la gente de oficinas, platillos para los de Capitanía que venían a comer. Hasta que a mediados de los cincuenta mi abuela fue al mercado de La Boquería y compró pescadito para hacerlo frito”, cuenta Pascual. “Pensó que sería un buen alimento para los que venían a las seis de la mañana y necesitaban comer rápido y con sustancia”.

Como si se hubiera encendido una bombilla, Pepito y Quimeta se aplicaron para encontrar un buen acompañante al pescado y decidieron que una ensalada de tomate y cebolla serviría. Después llegaría la anchoa (que aún limpian a mano) “y en los 90 incorporamos la butifarra”. Desde entonces no han cambiado ni un ápice aglutinando a una clientela que va desde lo más local hasta lo más internacional: del tipo que lleva 25 años yendo allí a por un porrón de vino al turista que va a hacerse el selfie con su rótulo. Porque La Plata es una recomendación imprescindible para los que quieran saber cómo era Barcelona antes de que llegará la globalización y de que todas las calles en todas partes fueran exactamente iguales. “Me gusta pensar que hay que preservar la memoria culinaria de la ciudad y nosotros somos una parte importante de ella”, añade Pascual.

La voluntad de no ceder a los cantos de sirena del progreso les ha granjeado una reputación de la que pocos bares pueden presumir en la capital de Catalunya: “Ferran Adrià es prescriptor nuestro desde hace muchísimos años y siempre dice que piensa en La Plata como un sitio mágico; su hermano Albert nos recuerda a menudo que en un panorama donde nada dura más de una década, tener a mano un bar que lleva 80 años abierto es un milagro. No creo que le falte razón”, explica Pascual con una sonrisa de oreja a oreja. Los más viejos del lugar, que uno de los motivos que apuntaló la fama de La Plata fue la creación de la llamada Ruta de la Trompa del elefante: ”En los 60 había un montón de bares entre la calle Ample y la calle Merçè y en cada uno servían un plato estrella. El nuestro era el pescaito frito y durante un tiempo hasta nos llamaron ‘Los pescaitos’. Eso les sirvió para darse cuenta de que aquello les funcionaba muy bien. Hay una frase de mi abuela, que era una persona sin ningún tipo de estudios culinarios y que creo que resume muy bien nuestra filosofía: “Prefiero hacer cuatro cosas bien que veinte mal”.

Anna Marjanet, la hija de los fundadores de La Plata que después de 35 años de servicio al bar está jubilada (aunque todos la sigan llamando, “jefa”) sigue yendo por el local: “La Plata es mi vida, he venido aquí cada día desde que nací y que sigamos después de 80 años es un premio al sacrificio de mis padres. También es bonito recibir el cariño de tanta gente, de nuestros clientes, de nuestros currantes, de toda la gente que ha trabajado con nosotros y de esta ciudad. Y de Pepe, que lleva 50 años con nosotros: ¡50 años!“.

El propio Pepe remata: “¿Jubilarme yo? Ni de coña. Cada día me lo paso mejor. Ahora tengo 69 y podría llevar cuatro años jubilado, pero La Plata es mi familia, siempre me han tratado maravillosamente bien y cada día disfruto viniendo a trabajar. Sé que un día se acabará, pero de momento no pienso en ello. Mientras el cuerpo aguante, aquí estaré: no pienso irme a ninguna parte”.

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