Glug, el restaurante de influencias italianas al que acuden los cocineros de Barcelona
La sopa de cebolla con botones de queso Comté se ha convertido en el hit de este reciente restaurante de Barcelona
En Glug no hay camareros. Son los mismos cocineros los que, detrás de una larga barra, protagonista absoluta del restaurante, sirven una sabrosa cocina catalana con influencias italianas. En poco más de un año, este restaurante de Barcelona se ha convertido en lugar de peregrinación de vecinos, aficionados a la gastronomía y a los vinos y también profesionales del sector, que llenan sus taburetes los domingos y lunes, cuando, a diferencia de otros, Glug está abierto. Detrás de este proyecto están la pareja formada por Beatrice Casella, de Torino, e Iván García, de Granollers, quienes, después de trabajar un año juntos en Cucine Nervi (Gattinara) han puesto en este local todas sus ambiciones.
Fue en junio de 2024 cuando levantaron la persiana de un comedor mucho más grande de lo que habían imaginado. Una de sus condiciones era tener una buena barra, bien larga, y en este local pudieron incluso ampliar sus pretensiones. Con experiencia en restaurantes como Céleri, Xavier Pellicer e Hisop por parte de Beatrice, y en Direkte, Aürt y Els Garrofers (Alella), dónde trabajó Iván, tuvieron una arrancada fácil, cuando muchos compañeros de oficio corrieron a conocer su primer restaurante juntos.
De la idea inicial, “un local informal con platillos y buenos vinos de tirador”, recuerda Beatrice, se fueron liando la manta hasta el actual Glug. Es un restaurante con seis cocineros, un aforo de 38 personas, la mayoría en barra y algunas sentadas en unas mesas junto a las cristaleras, que ofrece una suculenta cocina de platillos bien elaborados donde destaca el producto de proximidad, pero que han acabado siendo más gastronómicos de lo que habían pensado.
El plato que sintetiza mejor su oferta y más elogiado de la casa es la sopa de cebolla con botones de queso Comté (9,70 euros). Iván cuenta que es un claro ejemplo de su cocina catalana con dejes italianos, puesto que se trata de una sopa de cebolla de Figueres, que elaboran durante ocho horas a fuego lento para reducir la cebolla hasta casi caramelo. Como en el Piamonte la pasta tortellini se come a menudo en sopas, acertaron en poner a su caldo unos tortellini con botones de Comté. El mordisco es una explosión de queso que se revuelca con la sopa en boca.
El otro plato que se ha hecho muy popular en Glug es la croqueta de macarrones (3,80 euros), que también juega con sus dos cocinas maternas. En Italia es recurrente aprovechar la pasta sobrante del día anterior friéndola con otros ingredientes como jamón, queso o hasta garbanzos, para volver a tener otro plato contundente pero no cansarse de lo mismo. Con esta tradición en mente, crearon una croqueta que está rellena de macarrones al estilo de los que hacía la abuela de Iván, a base de un buen sofrito con varias carnes, que encapsulan con forma cilíndrica y pasan por la freidora.
Después del descanso vacacional, que les permitió renovar energías en septiembre, han vuelto con la carta algo renovada. De los 16 platos que suelen tener, han actualizado ocho. Hay que correr, porque la temporada aprieta si se quiere probar el entrante de higos con gambita de Blanes (8 euros), donde medio higo hace de base de un montadito que alberga un salpicón de verduras picadas bien pequeñas con gambitas blancas y mejillones. Coronan la pieza un par de estos crustáceos enteros.
Como siempre, hay dos platos de pasta y la sopa de cebolla se ha convertido en intocable, la nueva propuesta para este otoño son unos melosos tortellini de rabo de toro con una fonduta de parmesano y una demi-glace de la misma carne con un toque de limón marroquí (12,50 euros). La mejilla de rape con espaguetis de apionabo con romesco (15 euros) es otra de las novedades. La particularidad del plato es que parecen unos espaguetis al pesto por su color verde, que se consigue a base de elaborar un romesco con tomate verde, pimiento verde y pistacho.
Sin olvidar que las albóndigas de conejo con salsa de chocolate e hinojo (14,50 euros) también es una de sus recetas para chuparse los dedos, no hay que irse de aquí sin hacer unos buenos glug a copas, servidas directamente de sus tiradores de vino, o probar alguna de las 620 referencias que atesoran. El vino es una de sus pasiones y Beatrice es la que aconseja con gran conocimiento. Tienen muchos vinos catalanes e italianos pero también de otras partes del mundo. De los tiradores, incluso salen mezclas ideadas por ellos mismos. “Queríamos cambiar la idea de que el vino de tirador es de mala calidad”, apunta Beatrice.
La pasión vinícola también se expande por el local donde el único color que da alegría al interiorismo es un rojo subido que recuerda al tinto. Firmado por Sanchez Guisado Arquitectos, la reforma rezuma modernidad y elegancia a partes iguales, con un suelo que recuerda al terrazo y pocos elementos de dispersión. El detalle nostálgico es una jukebox para poner música. Una propuesta que ha tenido mucho éxito y los clientes fieles son los que más se atreven a explorar. Lo que suena son cd, esos discos compactos que no hace tanto ocupaban filas de estanterías en muchos hogares y dicen que vuelven.
Los postres tampoco son los típicos que están por todas partes, se diferencian por introducir vegetales como fin del ágape. Uno de los más jugosos que tienen en carta ahora es un postre de topinambur (7 euros), donde se aprovecha todo de este tubérculo. Con la pulpa se elabora una crema de topinambur con vainilla, la piel se convierte en caramelo y la flor, comestible, embellece la presentación, que se completa con un helado de piñones. “Queríamos salir de lo que hacen muchos restaurantes”, dice Beatrice, y lo han conseguido. En Glug, nada es previsible y la carta, aunque corta y purista, es una caja llena de sorpresas.
Glug
Dirección: Calle Viladomat, 289, calle París, 77, Barcelona.
Precio medio: 50 euros
Horario: De jueves a lunes, de 19:30h a 23:00 h. Domingo también de 13:00 h a 15:00 h