La gran estafa de la cultura del esfuerzo

Hace cuarenta años era posible que un trabajador pasase toda su vida laboral en una sola empresa. También era razonable pensar en mantener, con ese único sueldo, una familia entera y una vivienda de propiedad. Hoy, ese escenario no existe

FERNANDO HERNÁNDEZ / Getty

“Los tiempos duros crean hombres fuertes; los hombres fuertes crean buenos tiempos; los buenos tiempos crean hombres débiles; los hombres débiles crean tiempos duros”. La cita no es de Confucio ni de ningún economista prestigioso, sino de una novela postapocalíptica de ciencia ficción y fantasía escrita por G. Michael Hopf en 2016 que se convirtió en best seller.

Desde entonces, el aforismo se ha hecho muy popular y se ha hecho valer para apañar a golpe de meme facilón todo tipo de sobremesas y debates. Pero la realidad no es nunca ni fácil ni sencilla, y esa frase resultona no resume ninguna teoría rigurosa ni se pronuncia en círculos académicos serios.

Aun así, lleva tiempo siendo la cantinela favorita de un sector de la gastronomía española, gremio que nunca falla en suministrar periódicamente ejemplares magníficos de la especie “viejo que grazna blandiendo un bastón al aire”. La invocan como guarnición perfecta de ese sempiterno “¡Los jóvenes de hoy son débiles y no quieren trabajar!”.

La idea de que las condiciones difíciles crean individuos moralmente superiores y física y mentalmente fuertes, mientras que la riqueza y el bienestar crean sociedades decadentes y caracteres endebles es falsa. El relato del esclavo que supera peligros inimaginables y se convierte en emperador, o el de los dos chavales de barrio que crean una empresa de cien millones de dólares en un garaje son la excepción, no la norma, y precisamente por eso son reseñables. Pero el meme de los tiempos duros y el relato del héroe sirven a los directivos que fallan en la creación de sistemas de trabajo eficientes para justificar la imposición de condiciones laborales penosas (e ilegales) a base de usar la cantidad de horas trabajadas como vara de medir la categoría moral del trabajador, dibujando una pirueta discursiva falaz tan admirable como vergonzosa.

El último en regalarnos los oídos ha sido Ángel Pardo, quien fue el responsable de Relaciones Exteriores y principal cara visible de la Guía Michelin en España hasta hace poco, pero hay ejemplos a puñados.

Su última entrevista en un podcast gastronómico está cargada de perlas: “A las nuevas generaciones las veo muy flojas”, “cuando un chico de 24 años te dice que tiene que conciliar la vida laboral con la personal yo flipo: pero ¿tú qué vas a conciliar con 24 años? Tú, lo que tienes que hacer ahora es currar, currar, currar para sentar las bases de lo que va a ser tu futuro”, “con 24 años no se concilia nada, se curra, y si se pueden echar 12 horas, mejor que 8, y si se puede, se echan 14″.

Hace más de cuarenta años que el señor Pardo tuvo veinticuatro. Por aquel entonces era posible en este país que un trabajador pasase toda su vida laboral en una sola empresa. También era razonable pensar en mantener, con ese único sueldo, una familia entera y una vivienda de propiedad. Hoy, ese escenario no existe. Curiosamente, el señor Pardo, en su diatriba sobre cultura empresarial, disciplina que se enmarca por definición en lo económico, no menciona el dinero. Podemos suponer. Podemos imaginar. Pero no sabemos si contempla pagar esas horas que pasan de las ocho reglamentarias. Lo que sí sabemos es que habla con la cabeza llena de señores, de hombres que no necesitan conciliar porque tienen a la mujer lidiando con el tema de la fecundidad en casa; es decir, vive completamente ajeno a las revoluciones sociales y empresariales recientes.

Es cierto que el talento sin esfuerzo raramente llega a ningún sitio, como lo es que el esfuerzo sin talento, o sin una dirección clara enfocada a conseguir objetivos concretos y valiosos, es el camino a la frustración y al desastre a todos los niveles. El gran problema de la hostelería española no es que los trabajadores jóvenes no estén dispuestos a echar horas en ella por no tener categoría moral ni fuerza, sino que las horas invertidas en esas empresas no son garantía para el trabajador de recibir ni más dinero a final de mes, ni de aprender a trabajar de forma eficiente, eficaz y productiva, ni de seguir ocupando ese puesto de trabajo en el futuro. El problema de la hostelería en España son los dinosaurios que siguen defendiendo una cultura empresarial obsoleta, incapaz de atraer innovación, inversión y talento: las claves de la productividad; de hacer que cada una de las horas trabajadas rinda más para todos los implicados.

La inteligencia puede definirse como la capacidad de lograr un resultado en una mínima cantidad de tiempo y esfuerzo. La restauración necesita líderes inteligentes que hagan que sus empleados trabajen de forma inteligente.

Los que amamos este gremio merecemos poder sentirnos orgullosos de él. Hay que jubilar a toda prisa esta clase de mentalidades que impiden que el de la restauración sea percibido como un sector serio y atractivo tanto para quien con veinticuatro años quiera tener un trabajo digno que permita conciliar, como para quien decida dar ese paso más hacia la excelencia y entregarle los mejores años de su juventud.

Ahora mismo, en el caso de que hubiera alguien ahí fuera capaz, con talento, formación y ambición, dispuesto a invertir una cantidad extraordinaria de horas de trabajo y esfuerzo, al oír declaraciones de directivos como Pardo huiría por patas a cualquier otra empresa o sector.

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