Mi primera discoteca

Aproveché el espejo del ascensor para maquillarme a escondidas. Ahora se lleva el 'eyeliner' con el rabo largo, en mi época también, pero como no usábamos anglicismos, lo llamábamos raya

Varios DJ animan al público en una discoteca a hacer olas.GETTY

Me abroché el último botón de la minifalda vaquera de trapecio y me até los cordones de mis botines blancos con puntera y plataforma. Todo para ganar centímetros y parecer mayor. Con catorce años era un piropo que te dijeran que parecías mayor y mucha gente, por desgracia, empezó a fumar por eso. Luego, un día, mágicamente, sucede lo contrario: ya no te hace tanta gracia que te infieran más edad y te mueres por dejar el tabaco.

Continué vistiéndome. Me puse la camiseta negra con un corazón y la palabra “love” que me habían comprado en Cambalache, una de las tiendas (por aquel entonces e...

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Me abroché el último botón de la minifalda vaquera de trapecio y me até los cordones de mis botines blancos con puntera y plataforma. Todo para ganar centímetros y parecer mayor. Con catorce años era un piropo que te dijeran que parecías mayor y mucha gente, por desgracia, empezó a fumar por eso. Luego, un día, mágicamente, sucede lo contrario: ya no te hace tanta gracia que te infieran más edad y te mueres por dejar el tabaco.

Continué vistiéndome. Me puse la camiseta negra con un corazón y la palabra “love” que me habían comprado en Cambalache, una de las tiendas (por aquel entonces en Alcorcón solo cabía consumir en el pequeño comercio) que yo consideraba modernas.

A continuación, me eché la colonia Boheme. Casi un cuarto de siglo después todavía puedo olerla y no porque tenga buena memoria olfativa sino porque su fragancia sigue activa.

“Adiós, mamá. Adiós papá”. Portazo.

Aproveché el espejo del ascensor para maquillarme a escondidas. Ahora se lleva el eyeliner con el rabo largo, en mi época también, pero como no usábamos anglicismos, lo llamábamos raya. Aparte de la negra, utilicé una de color blanco que podía verse desde Plutón.

Toda preparación era poca para ir a mi primera discoteca: Movies, que era light y estaba en Móstoles.

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Cogí la blasa, la 520, y me planté ahí con una amiga. Los porteros no nos pidieron el carnet, cosa que nos hizo entender que nos habíamos “pintado bien”. Hoy sé que “bien” era sinónimo de “mucho”.

Al atravesar el umbral de la puerta comprobé que todas íbamos iguales, salvo por las diferencias que marcaban las tribus urbanas. Las bakalas tenían camisetas de Bones o de Powell Peralta, las pijas de El Charro. Una minoría llevaba pantalones Levi’s. Para el resto, esos solo caían si habíamos sacado muy buenas notas o habíamos juntado los Reyes con el cumpleaños. De lo contrario, como mucho, Bonaventure o Liberto. A decir verdad, casi todas las prendas que teníamos puestas habían sido adquiridas en el mercadillo, donde sus comerciantes eran auténticos cazadores de tendencias.

Mi acompañante y yo nos sentimos bastante perdidas así que fuimos directas a la barra, para aclimatarnos. Teniendo en cuenta que no servían alcohol, dado que éramos menores, imitamos a los demás, que pedían bebidas de colores vivos o lo que fuera con granadina.

Por aquel entonces, pegaban fuerte Scatman, CherryCoke, Chimo Bayo o las cantaditas. Al reggaetón le quedaban años para llegar a estos lares, en su lugar, pusieron eso que llaman pop latino. Bailamos bastante, a la manera de antes, supongo que el blue tropic con lima 0′0 nos hizo efecto. Cerraron con “las lentas”, momento que aprovechábamos para acercarnos a las personas que nos gustaban. No les habíamos mirado en toda la tarde (tarde, no noche) por vergüenza, sin embargo esperábamos que nos sacaran a la pista, cual damiselas del siglo XIX. Y sucedió. Aquella danza fue un mejunje que podía recordar vagamente a un pasadoble o a un vals o a una lambada, con muchos pisotones y riesgo de caerse.

No pasó nada más, porque qué iba a pasar, pero el lunes, emocionadas lo contamos. Y hoy es lunes.

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