El ciberespacio se ha convertido en una realidad paralela
Orientarse en ese territorio no es fácil. Una cartografía que nutra nuestros sentidos y emociones es clave.
Nuestra presencia en el ciberespacio va reemplazando a nuestra participación en el mundo real; sin embargo, ¿disponemos del mapa idóneo para no perdernos? Quemando cromo es la historia de dos piratas informáticos: Automatic Jack, narrador y especialista en hardware, y Bobby Quine, experto en software. Este último, enamorado de Rikki, trata de enriquecerse a toda costa para impresionarla. Su autor, William Gibson, introdujo en aquel 1982 el neologismo ciberespacio para describir la “alucinación consensual masiva” en las redes informáticas. Casi una década después, Howard Rh...
Nuestra presencia en el ciberespacio va reemplazando a nuestra participación en el mundo real; sin embargo, ¿disponemos del mapa idóneo para no perdernos? Quemando cromo es la historia de dos piratas informáticos: Automatic Jack, narrador y especialista en hardware, y Bobby Quine, experto en software. Este último, enamorado de Rikki, trata de enriquecerse a toda costa para impresionarla. Su autor, William Gibson, introdujo en aquel 1982 el neologismo ciberespacio para describir la “alucinación consensual masiva” en las redes informáticas. Casi una década después, Howard Rheingold, un ensayista muy influyente en el desarrollo de comunidades virtuales, relata su incursión en ese dominio: “Aunque me quedé en el ciberespacio solo unos minutos, ese primer vuelo en un universo creado por computadora me lanzó a la avanzada de una nueva frontera científica”.
Es extrañamente profunda la conexión que los humanos experimentamos entre los mundos físicos y los mundos mentales que habitamos—especialmente en lo que respecta a la memoria—. En Crítica de la razón pura, Kant sostiene que el espacio y el tiempo son meras características formales de cómo percibimos los objetos y no categorías en sí mismas que existen independientemente de nosotros. Los objetos en el espacio y el tiempo son, según el filósofo, “apariencias”, y argumenta que nos valemos del concepto de espacio como principio organizador mediante el cual percibimos e interpretamos el mundo, incluso de manera abstracta. Si le damos a nuestros recuerdos una ubicación en la que podamos contextualizarlos, se hace más fácil aferrarse a ellos. De hecho, en la Antigüedad, los oradores griegos, para recordar sus discursos, se imaginaban deambulando por palacios de la memoria plagados de recordatorios. Hoy mismo, las personas que participan en concursos de memoria utilizan la misma técnica.
“En el ciberespacio estamos constantemente aprendiendo a vivir en mundos virtuales. Terminamos viéndonos de manera diferente cuando miramos nuestras imágenes en el espejo de la computadora”, apunta Sherry Turkle, del MIT, una de las pensadoras más preeminentes en cuanto a cómo vivimos y nos relacionamos en los tiempos digitales. Cuando Turkle, en 1984, definió a la computadora como “un segundo yo” se refería a las relaciones que transforman la identidad de una sola persona ante una sola máquina. Esto ya no es el caso: en la actualidad, un sistema de redes une a millones de personas en ciberespacios que están cambiando la forma en que concebimos la configuración de nuestras comunidades y nuestras propias identidades.
“Es posible que nos encontremos solos mientras navegamos por los océanos virtuales, desentrañando misterios virtuales y diseñando rascacielos virtuales”, observa Turkle en retrospectiva, “pero al atravesar el espejo virtual nos damos cuenta de que también hay otras personas”. La computadora instrumental, la que solía hacer cosas por nosotros, ha dado paso a una computadora subjetiva que transforma nuestra visión de nosotros mismos, de nuestras relaciones, y la manera en que percibimos nuestra mente. La vida en el ciberespacio anima a apreciar nuestra identidad en términos de multiplicidad y flexibilidad; se ha convertido en un lugar para experimentar el yo como un sistema no unitario, de distribución de tiempos múltiples.
Una manera en la que el ciberespacio ha aumentado el impacto de nuestra individualidad es permitiéndonos diseñar nuestros propios mapas mentales. El mapa se ha vuelto cada vez más relevante en la era de la información. Lo necesitamos para que nos ayude a navegar en la complejidad del ciberespacio. ¿Sería posible crear mapas que utilicen nuestros sentidos e incluyan las emociones? “Me gustaría ver el poder de la ubicación aplicado de modo más positivo”, explica desde Ottawa Fraser Taylor, director del Centro de Investigación Cartográfica de la Universidad de Carleton, reconocido por haber formulado en los noventa el concepto de la cibercartografía: “En el pasado, los mapas eran dispositivos creados por agencias centrales, no contenían información del individuo. Sin embargo, la gente y las comunidades están ahora configurando sus propios mapas de manera efectiva”.
La cibercartografía permite mapear nuestras emociones en tiempo real; por ejemplo, cómo sería el miedo de una persona que, al visitar una ciudad, entrara en una calle donde se sintiera insegura. Según Taylor, el mapa, como metáfora, podría contener todo tipo de información multimedia, desde la fluctuación de nuestros estados de ánimo o los matices en las interacciones entre comunidades remotas en el Ártico hasta los olores transmitidos por una nariz electrónica a un difusor de aromas o una lengua electrónica para el sentido del gusto, algo actualmente en desarrollo.
“El ciberespacio es parte de nuestro medio ambiente y requiere una participación humana reflexiva”, concluye Fraser Taylor. “Mapear mirando las cosas de adentro hacia afuera es muy diferente de hacerlo de afuera hacia adentro. Al permitirnos incluir aspectos nunca antes mapeados —es así como la tecnología nos está cambiando—, el poder está en la persona”.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.