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Carlota Casado, la mujer que sueña con un museo de la Movida

Es hija de la Movida en sentido figurado y literal: es colaboradora habitual de Almodóvar e hija de la diseñadora Elisa Bracci. Por eso le preocupa que a aquella generación le pase lo que a todo recuerdo que no se cuida y quede perpetuada como un cliché

El de Carlota Casado (Madrid, 36 años) es un nombre habitual en los rótulos de crédito de Pedro Almodóvar: ha trabajado en los departamentos de arte del manchego desde 2008, últimamente (La habitación de al lado, Madres paralelas, La voz humana) como directora. Con eso y los demás títulos que la ocupan —...

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El de Carlota Casado (Madrid, 36 años) es un nombre habitual en los rótulos de crédito de Pedro Almodóvar: ha trabajado en los departamentos de arte del manchego desde 2008, últimamente (La habitación de al lado, Madres paralelas, La voz humana) como directora. Con eso y los demás títulos que la ocupan —Élite hasta hace poco; su actual heredera en el trono de Netflix, Respira— podríamos dar su tiempo en los últimos años por despachado. Pero le preocupa algo más, algo fuera de los platós. Casado encabeza el movimiento por un museo para la Movida, un lugar que reú­na las obras de aquel renacimiento cultural español que explotó tras el franquismo, y que sirva para alejarlo del destino habitual de los recuerdos descuidados: el cliché.

“Me siento un poco responsable de que toda esa obra no acabe desperdigada en casas sin más”, explica Casado. “Vengo de una generación que toda su vida ha oído hablar mucho de la Movida; los que ahora tienen 20 sabrán que aquí pasó algo, pero no tienen dónde mirar”. Dejar a su suerte el recuerdo de aquella época de esplendor, donde se forjó el talento de Almodóvar, Alberto García-Alix, Miguel Trillo, Ceesepe o Pablo Pérez-Mínguez, conlleva un precio quizá demasiado elevado: “La Movida está denostada. La derecha los tiene como unos drogadictos maricones; la izquierda, como gente que se divertía y que no se politizó lo suficiente”.

La idea del museo de la Movida es desde hace tiempo un chascarrillo de los salones culturales. La Comunidad de Madrid anunció uno en 2019 y lo descartó en 2020. Desde entonces, Casado es quien más en serio se ha tomado la idea. Encabeza la Asociación de Amigos para la Creación de un Museo de la Movida Madrileña, la cual organizó, en la sede de la SGAE, la lectura de su manifiesto a finales de octubre. La asociación suma cientos de miembros y se ha reunido con ejecutivos estatales y regionales. Todos piden un plan resuelto, financiado y un edificio público y vacío que lo pueda alojar. La motivación de Casado viene de casa. Su madre es la diseñadora Elisa Bracci, una grande de aquella época. Antonio Alvarado, Ouka Leele, Trillo o García-Alix eran caras habituales de su infancia. El trabajo también le abrió los ojos: “Cuando empecé a trabajar con Pedro aprendí a poner en valor a estos artistas”, cuenta. Los decorados de La piel que habito incluían obras de Guillermo Pérez Villalta; los de Dolor y gloria, de Sigfrido Martín Begué, Miguel Ángel Campo o Patricia Gadea.

Es fácil toparse con hijos de la Movida, herederos directos o indirectos de Almodóvar o García-Alix, como ella. Casado cita a Samantha Hudson, Barquero, Mr Piro. ¿Carolina Durante? “Movida: suenan como Los Nikis. ¿Alejandro Palomo? “Movida”. Tampoco hay que ser creativo para ser hijo de esa época. “Hay una herencia invisible: nuestra apertura social, la manera en que defendemos la diversidad: eso es Movida. Tras el franquismo, esta generación dio por hecho que se podía ser y dejar ser: gay, trans, pintor. Al principio fue en una microburbuja, pero se ha ido ampliando y hoy tenemos esos valores más arraigados que otros países”.

Pero el tiempo no ha sido amable con la época. España, en general, no es amable con su pasado. “Ni con los artistas que no son comerciales. A La Oreja de Van Gogh sí la quieren”, subraya Casado. “El resto tiene que irse fuera. Rosalía. Pedro. [El grueso de los] artistas [de la Movida] no se fueron ni se han vendido como colectivo. Ellos van a su bola”. Alguien tiene que encajarlos en la realidad. Alguien que los vea con cariño y admiración; es decir, la mirada de una hija.

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