Esforzados combatientes de la democracia
Vivimos en una apoteosis de desinformación. Todo esto podemos terminar pagándolo con sangre. Una democracia fuerte necesita unos medios de comunicación fuertes
Hace unos días, en el transcurso de una mesa redonda, me permití aconsejar a los asistentes un método para evitar las alucinaciones de la IA, ya sabéis, esas supremas tonterías que a menudo contestan los chats inteligentes cuando preguntas algo, inventándose datos absurdos a ...
Hace unos días, en el transcurso de una mesa redonda, me permití aconsejar a los asistentes un método para evitar las alucinaciones de la IA, ya sabéis, esas supremas tonterías que a menudo contestan los chats inteligentes cuando preguntas algo, inventándose datos absurdos a porrillo y soltándolos con un aplomo sin igual. “Lo que yo hago, y funciona muy bien”, me escuché decir, “es delimitar las fuentes; por ejemplo, le dices que sólo utilice información aparecida en medios de comunicación nacionales”. En efecto, pensé luego; esa es la vía de verificación más fácil. La tradicional. La de siempre. El periodismo.
Empecé a trabajar en prensa a los 19 años y me siento feliz y agradecida de haber sido una periodista de calle, una plumilla, durante muchas décadas. Es un oficio agotador pero muy hermoso; te permite seguir aprendiendo toda tu vida y experimentar desde muy cerca, como testigo, las peripecias y zozobras de tu tiempo y tu sociedad. Sigo aconsejando a los jóvenes que se hagan periodistas, aunque los medios de comunicación llevan más de veinte años atravesando el desierto, primero por el cambio en el modelo de mercado que supuso la llegada de los digitales y ahora por la drástica transformación social que vivimos. Diversos y deprimentes estudios muestran que las nuevas generaciones pasan ampliamente de los periódicos; por ejemplo, una investigación de Save the Children de 2024 concluye que el 60% de los adolescentes españoles mayores de 14 años se informa a través de las redes sociales, lo cual es una garantía de desinformación asegurada. Además el 51% admite que tiene dificultad para saber si las noticias son falsas, y seguro que estos son los más listos, porque por lo menos saben que no saben; los que ni siquiera se lo plantean me dan mucho más miedo. Si ampliamos la edad, espeluzna más: según el Eurobarómetro de 2024, el 49% de los españoles entre 16 y 30 añazos saca de las redes la información que maneja, siete puntos más que la media de la UE (ese 42% también da repelús).
A esto hay que añadirle el hecho de que los algoritmos fomentan que solo recibamos aquellas noticias que ya nos interesaban previamente y además contadas desde nuestro punto de vista ideológico, lo cual multiplica hasta el paroxismo el sectarismo y el sesgo de confirmación de los prejuicios. Y, para rematar este cóctel fatal de ignorancia, manipulación e intransigencia, internet está siendo sepultado bajo un alud de falsos contenidos creados por la IA. Según un estudio de la multinacional Capgemini, el 71% de las imágenes que pululan por las redes han sido generadas o editadas artificialmente. Todos esos perritos y gatitos y ositos tan monos, todas esas acrobacias humanas alucinantes no existen ni existieron jamás, por muy reales que parezcan. Vivimos en una apoteosis de desinformación.
Todo esto podemos terminar pagándolo con sangre. Una democracia fuerte necesita unos medios de comunicación fuertes. No es casual que ahora que el sistema democrático está en caída libre, en plena crisis de legitimidad y credibilidad, el periodismo también se encuentre bajo mínimos. Recuerdo una antigua película dirigida y protagonizada por Kevin Costner, The Postman (1997), en donde, en un futuro catastrófico sumido en la barbarie, una red de esforzados carteros es lo único que mantiene un atisbo de resistencia democrática en mitad del caos. Era una idea conmovedora e ingeniosa que últimamente me ha vuelto a la cabeza porque advierto, con creciente urgencia y claridad, que los periodistas están llamados a ocupar esa crítica línea de combate para el mantenimiento de la civilidad. Que hoy es necesario el periodismo más que nunca, porque es la única vía de verificación social de una realidad cada día más confusa, tramposa y deformada. Y para ello hay que volver a las fuentes del oficio y reclamar el papel esencial del informador fiable. Pocas cosas me han repugnado más últimamente que las palabras de Miguel Ángel Rodríguez cuando, pillado mintiendo en el juicio contra el fiscal general, se defendió diciendo que él era periodista, no un notario que tuviera que compulsar la verdad. Nada más aberrante y más errado, porque los periodistas, en efecto, han de ser notarios de la realidad. Hay que reivindicar nuestra profesión, que debe ejercerse justo al contrario de lo que dice MAR. Apoyemos a los medios y confiemos en los jóvenes colegas, esforzados combatientes de la democracia.