Helen Marten, la artista de moda: “A todos nos seducen el brillo y la velocidad, pero la rapidez se está acabando”
Ganadora del Premio Turner en 2016, la creadora regresa al primer plano con un ambicioso proyecto de la mano de la marca de lujo Miu Miu. “Las redes sociales destruyen la capacidad del cerebro para retener información y generar memoria intelectual”, advierte
El año en que Helen Marten (Macclesfield, Reino Unido, 40 años) ganó el Turner, el premio nacional más prestigioso del mundo para artistas contemporáneos jóvenes, hubo alabanzas unánimes por parte de la crítica, algo insólito en un sector tan dado al desacuerdo. Su triunfo casi se recibía con alivio: sucede que la finalista que había generado más runrún mediático era ...
El año en que Helen Marten (Macclesfield, Reino Unido, 40 años) ganó el Turner, el premio nacional más prestigioso del mundo para artistas contemporáneos jóvenes, hubo alabanzas unánimes por parte de la crítica, algo insólito en un sector tan dado al desacuerdo. Su triunfo casi se recibía con alivio: sucede que la finalista que había generado más runrún mediático era un gigantesco trasero con dos manos separando los glúteos, obra de la escultora Anthea Hamilton. Las esculturas de Marten, poéticas, sorprendentes e indescriptibles, calificadas como “laberínticas” y también como “collage posmoderno”, representaban, por sutileza y complejidad conceptual, una suerte de antídoto contra cierta tendencia al arte-espectáculo.
“Aquel 2016 fue intenso, porque inauguré una exposición individual en la Serpentine Gallery, y a la vez gané los premios Turner y Hepworth de escultura, así que tuve demasiada visibilidad y mucho trabajo”, recuerda ahora Marten desde su luminoso estudio al noreste de Londres, ante un ventanal con vistas al canal de Regent. “Si te soy sincera, fue hace tanto tiempo que ya ni pienso en ello. Además, el Turner es un premio muy británico. Cualquier cosa que signifique ser más europea, adelante”.
Ciertamente, está de enhorabuena, porque su próximo proyecto, 30 Blizzards., quizá el más ambicioso hasta la fecha, será una gran instalación en el parisiense Palacio de Iéna (monumento de la arquitectura neoclásica con hormigón, obra del arquitecto Auguste Perret), presentada por la marca de moda Miu Miu, que formará parte del programa público de la feria Art Basel París, y que solo podrá verse del 22 al 26 de octubre. Además de aunar escultura y vídeo, por primera vez para ella implicará performance en vivo (esa era una de las pocas condiciones que recibió de la marca), con la participación de 30 actores, bailarines y cantantes, que acometerán sus textos (también es escritora, y ha publicado una novela, The Boiled in Between). “El texto fue la fuerza motora. A él se sumará la increíble música electrónica de la compositora Beatrice Dillon, y entre los performers habrá cantantes de ópera, pop, jazz o soul. Será un viaje por la cronología de un día, desde la noche cerrada y la mañana, al ocaso y de nuevo la noche”. Cuando el periodista le pregunta de qué trata, piensa largamente antes de responder: “Creo que es sobre la materialidad granular de la experiencia humana. Una pequeña carta de amor a la idea de la sustancia”.
Manifiesta, pues, cierta tendencia a emplear términos algo intrincados, pero su obra artística no resulta oscura o solemne, sino que puede disfrutarse bajo distintas perspectivas, desde la más sensorial hasta la estrictamente intelectual. “Creo que es positivo que el arte conecte emocionalmente”, afirma. “En cuanto se convierte en discurso con mayúsculas, se vuelve confuso y alienante. Así que lo ideal es un grado de sentido de la maravilla, de curiosidad y placer. Luego el público puede actuar como un arqueólogo: quedarse con la superficie, o bien ir profundizando”.
Para ello utiliza, entre otras herramientas, el kitsch deliberado y un componente cómico y juguetón: “El kitsch en exceso resulta aborrecible, pero en su justa medida es una herramienta muy útil. El mejor tipo de kitsch sirve para aumentar la potencia del mensaje, como los monólogos cómicos o el rap. Creo que el humor genera mayor accesibilidad. Hay una profunda inteligencia en él, pero además es poético”. Por eso admira al catalán Joan Miró, uno de sus artistas de referencia, por quien se tatuó en el dorso de una mano una figura encontrada en uno de sus grabados: “Miró es un completo mago, lo adoro. Al ver su obra te das cuenta de que toda su vida disfrutó haciendo arte”. Aunque está de acuerdo con la valoración de que la cultura contemporánea se está contaminando en exceso de elementos de espectáculo, detecta en las nuevas generaciones una reacción esperanzadora: “A todos nos seducen el brillo y la velocidad, pero también creo que esa lógica de la rapidez se está acabando. Cada vez hay más gente que vuelve a los libros y las ideas”.
Su colaboración con Miu Miu forma parte de una estrategia habitual de las grandes firmas de moda, interesadas en asociarse con la creación artística, lo que en ocasiones genera contrastes entre ambos lenguajes. “Es cierto que la moda tiene una rapidez extrema, pero al mismo tiempo la mejor moda se mantiene totalmente duradera”, razona. “Marcas como Miu Miu y Prada lo entienden perfectamente, porque crean con profundidad intelectual. La buena moda eleva el modo en que te comportas en tu propio cuerpo”. En realidad, esta no es su primera aproximación a la moda: cuando cumplió 16 años le regalaron una cámara digital, que ella empleó para hacer fotos a su hermana, modelo improvisada: “De niña no tuve un móvil, y a internet solo llegué de adolescente, así que la cámara digital fue una revelación, como un milagro. Y sí, hice fotos muy embarazosas de mi hermana pequeña al estilo de una fotógrafa de moda”. Sin embargo, no usa redes sociales: “Destruyen la capacidad del cerebro para retener información y generar memoria intelectual. El asalto continuo de imágenes es increíblemente excitante, pero a la vez es algo que debe medirse antes de que se convierta en un diluvio de basura. Si yo fuera niña me resultaría muy difícil existir en este momento obsesionado con una imagen personal que es como una fachada, la imitación de una identidad”.
Sus procesos de trabajo, muy físicos, están centrados en lo material: “Todo está producido expresamente. Me genera placer hacer cosas sin que medie el lenguaje, hay algo sexi y erótico en eso. Y me resulta muy excitante forzar los materiales. Usar cemento como si fuera pintura, o quemar algo para darle una textura nueva. En cuanto a salud y seguridad, mis prácticas en el estudio son demenciales. Me lo cerrarían enseguida si alguien viera lo que hago [ríe]. Pero esa cercanía al peligro permite crear con una auténtica vitalidad”.
Si debe definirse, no se identifica con la etiqueta de artista conceptual, porque cree que hoy en día todos los creadores lo son: “Todos tratan con ideas. Mi esperanza es que en mi obra sean visibles las ideas y también la relevancia de lo material. Aunque, cuando me preguntan a qué me dedico, a veces digo que soy arquitecta. Es más fácil”.