Todo lo que las mitocondrias revelan sobre tu salud mental
Los orgánulos de la célula que producen su energía también están relacionados con el bienestar emocional. Cuidarlos es clave
Aunque no se puede cuantificar la energía psíquica que activa nuestra mente, asociamos la idea de energía con estados mentales como la creatividad, la atención o la fuerza de voluntad. Desde la perspectiva de las neurociencias, nuestros cerebros están siempre activos y en constante cambio. Compararlos con un ordenador resulta insuficiente, pues no refleja su plasticidad, dinamismo ni su alto coste energético. El ...
Aunque no se puede cuantificar la energía psíquica que activa nuestra mente, asociamos la idea de energía con estados mentales como la creatividad, la atención o la fuerza de voluntad. Desde la perspectiva de las neurociencias, nuestros cerebros están siempre activos y en constante cambio. Compararlos con un ordenador resulta insuficiente, pues no refleja su plasticidad, dinamismo ni su alto coste energético. El cerebro, aunque solo representa el 2% del peso corporal, consume aproximadamente el 25% de la energía del organismo para producir neurotransmisores, transmitir impulsos y mantener los potenciales de reposo, es decir, para que nuestras neuronas estén listas para disparar.
“Todo lo que hace el cerebro —desde regular las emociones y almacenar recuerdos hasta interpretar imágenes— requiere energía producida por orgánulos celulares llamados mitocondrias. Estas diminutas fábricas bioquímicas convierten lo que comemos y respiramos en ATP (trifosfato de adenosina), utilizando el flujo de protones en una compleja danza de reacciones y defensas contra el estrés oxidativo”, explica Ana Andreazza, profesora de Farmacología en la Universidad de Toronto y fundadora de la Iniciativa de Innovación Mitocondrial (Mito2i). Andreazza lidera una investigación pionera en el trasplante mitocondrial, una técnica para restaurar la producción de energía celular y tratar diversas afecciones, incluidas las de origen mitocondrial.
Se calcula que las mitocondrias surgieron hace aproximadamente 2.000 millones de años mediante un proceso llamado endosimbiosis: una célula primitiva, predecesora de toda la vida compleja, engulló una bacteria —posiblemente una alfaproteobacteria— y, en lugar de digerirla, estableció con ella una relación simbiótica. Con el tiempo, esa bacteria evolucionó hasta convertirse en la mitocondria. Esta teoría se sustenta, entre otros factores, en que las mitocondrias poseen su propio ADN mitocondrial (ADNmt) distinto del ADN nuclear que proviene de ambos progenitores. El ADNmt, sin embargo, se hereda exclusivamente por vía materna. Se estima que la “Eva mitocondrial”, de la que desciende originalmente, vivió hace unos 200.000 años en África Oriental, y su linaje se ha rastreado mediante el análisis del ADNmt de diversas poblaciones o haplogrupos. Esto no implica que fuera la primera mujer, sino que representa nuestro ancestro común más reciente por línea materna, cuyo haplogrupo aún perdura.
Freud, que comprendió la importancia del vínculo temprano con la madre en el inconsciente, se habría maravillado ante estos hallazgos. En su época, propuso el concepto de energía psíquica como una fuerza metafórica que impulsa los procesos mentales, y la denominó “libido”, inicialmente en referencia a la energía sexual, pero luego la amplió para incluir todos los instintos vitales o “eros”. Jacques Lacan, en su reinterpretación de Freud, consideró el deseo como una carencia generadora de energía psíquica; es decir, la energía no solo es sustancia, sino también una tensión estructural que sostiene la psique, como la tensión que sostiene un puente. Existe una clara interdependencia entre la energía psíquica, que pertenece al orden simbólico, y la energía mitocondrial, que es física: la regulación emocional, la atención y la memoria —aspectos fundamentales para el psicoanálisis— requieren una función mitocondrial sana. El estrés crónico, otro tema central del psicoanálisis, daña las mitocondrias y reduce la capacidad de la mente para procesar, reprimir o transformar el contenido emocional. Esta capacidad puede verse limitada o potenciada según el suministro de energía celular en el cerebro, y cuando las mitocondrias se dañan o funcionan mal, este desequilibrio energético puede contribuir al desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o el párkinson.
“Un buen ejemplo de cómo las mitocondrias lidian con el estrés es la migración”, comenta Andreazza. “Cuando migramos de África al extremo norte de Islandia, a un lugar frío, tuvimos que adaptarnos. No fue fácil, pero nuestras mitocondrias cambiaron y acumularon mutaciones que generaron un nuevo ADNmt para regular la temperatura corporal. En migraciones posteriores ocurrió lo contrario: necesitábamos sistemas de enfriamiento internos para sobrevivir”.
Las mitocondrias responden al entorno adaptándose, y nuestra historia migratoria lo demuestra. Por otra parte, existe una relación directa entre el estrés, la función mitocondrial y la inflamación. Por tanto, como propone Andreazza, “si tratas las causas fundamentales, abordas el efecto metabólico y les permites regenerarse, multiplicarse y autodestruirse, como lo hacen cuando están sanas, podrías proteger tu salud y afrontar con más energía los retos que la vida nos plantea”. Y aunque no todo depende de nosotros, muchos factores que favorecen la salud metabólica —como dormir bien, comer equilibrado, mantenerse activo y evitar toxinas que dañan las mitocondrias, como el alcohol y el tabaco— están, con algo de esfuerzo, al alcance de nuestras decisiones cotidianas. Cuidar las mitocondrias —mediante hábitos que reduzcan el estrés oxidativo y favorezcan su regeneración— puede tener efectos positivos no solo en la salud física, sino también en el equilibrio emocional y psicológico. Ella lo resume en una frase: “Si cuidas de tus mitocondrias, cuidas de ti mismo”.