Esta ola es para ella: así han conquistado las mujeres su espacio en el surf
Ha sido un deporte tradicionalmente masculino. Pero ahora, después de hacerse un hueco con mucho esfuerzo entre los patrocinadores y las competiciones, se están sumando en masa por la base. Viajamos a Zarautz para pulsar el ritmo de esta revolución con las jóvenes promesas, las pioneras y las estrellas actuales
Fue hace casi siete años, en 2018. Y era, casualmente, 8 de marzo, Día de la Mujer. Sonia Ziani surfeaba con un grupo de amigas en la playa de Zarautz, cuando de repente reparó, sorprendida: “¿Os habéis fijado? Ahora mismo somos 12 en el agua y somos 6 chicas”. Se le quedó grabado. Aquella era una demostración palpable de que algo estaba cambiando en un deporte tradicionalmente masculino, en el que las pocas mujeres que se atrevían a asomarse tenían que ...
Fue hace casi siete años, en 2018. Y era, casualmente, 8 de marzo, Día de la Mujer. Sonia Ziani surfeaba con un grupo de amigas en la playa de Zarautz, cuando de repente reparó, sorprendida: “¿Os habéis fijado? Ahora mismo somos 12 en el agua y somos 6 chicas”. Se le quedó grabado. Aquella era una demostración palpable de que algo estaba cambiando en un deporte tradicionalmente masculino, en el que las pocas mujeres que se atrevían a asomarse tenían que pelear con uñas y dientes cada espacio en cada pico de cada playa. Es cierto que unas pocas ya habían conseguido con mucho esfuerzo hacerse un hueco por la parte de arriba, entre los patrocinadores y las competiciones, pero ahora, por fin, muchas más se están sumando en masa por la base. En 2010, la Federación Española de Surf tenía 5.000 federados y 1.000 federadas; en 2015, eran 18.000 y 9.000, respectivamente; y el año pasado, 38.900 y 36.400. Casi igualado. Y el municipio guipuzcoano de Zarautz, uno de los principales núcleos por donde entró este deporte en España hace algo más de medio siglo, destino de referencia del surf en Europa, es un testigo privilegiado de todo eso que está pasando.
Allí, el trajín de gente (es cierto, algunas mujeres menos que hombres) enfundados en neopreno que, tabla en mano, llegan a la playa dispuestos a echarse al agua es continuo un lunes cualquiera de febrero. Por la tarde, se suman las clases de algunas escuelas de surf que, desde hace algunos años, no detienen su actividad en invierno. El primero que empezó a hacerlo fue Shelter, el club liderado por Aritz Aranburu, uno de los surfistas españoles que han llegado más alto en la élite mundial de este deporte. Dos de sus alumnas son las mellizas Nahia y Kora Calderón, que con solo 12 años ya han llamado la atención de algunos amantes de este deporte. A Nahia lo que le gusta es competir, y se nota en las clasificaciones. Kora, sin embargo, es más de free-surfing, lo que vendría a ser practicarlo a su rollo, sin campeonatos ni jueces, pero que se suele referir a los deportistas que se ganan la vida elaborando contenidos para patrocinadores y otras marcas del sector del surf y los viajes.
Sin salir de Zarautz, las dos mellizas tienen brillantes referentes femeninos para cada caso. Está, para empezar, Nadia Erostarbe (24 años), que el año pasado obtuvo un diploma olímpico en los Juegos de París y acaba de convertirse en la primera española que debuta en el Championship Tour de la World Surf League, el mejor circuito mundial. Pero también está Ainara Aymat (28), uno de los paradigmas de esas free-surfers que, con una magnética personalidad dentro y fuera del agua, se dedica a viajar, gracias a distintos patrocinios, haciendo surf y convirtiendo sus experiencias en proyectos audiovisuales. Además, Kora y Nahia no solo tienen dónde mirarse hacia arriba, sino a los lados, pues para ellas es natural practicar el surf (lo hacen desde los cinco años) rodeadas tanto de chicos como de chicas.
No siempre ha sido así. Allí mismo, en la playa de Zarautz, medio siglo antes, otra niña llamada Mar Eizaguirre tenía que esperar en la orilla a que su hermano y sus amigos se cansaran, se salieran y le dejaran la tabla para que ella pudiera entrar a probar. A principios de los años setenta, entre locales y veraneantes (estos eran los que tenían dinero y traían tablas nuevas, incluso de Estados Unidos) formaban un grupo de unas 20 o 30 personas y, entre todos, solo había dos chicas que se atrevían a surfear: una de Bilbao llamada Isabel y la propia Mar. “Mi primera tabla se la cambié a mi hermano por una camiseta; yo la había comprado en Francia y le encantaba”, cuenta Eizaguirre. Mucho ha cambiado la película desde entonces, como dejan claro las niñas y adolescentes que se mueven esta tarde de febrero, con sus neoprenos y sus tablas de colores, entre la arena y el agua.
Lo que probablemente no haya cambiado es la esencia de un deporte que, al que engancha, no lo suelta, convirtiéndole en un ser permanentemente colgado de las apps que le dicen cuándo y dónde va a haber olas buenas, momento en el que saldrá corriendo hacia allí a poco que tenga posibilidad. Un ser que planificará sus vacaciones y seguramente viajará por el mundo buscando las mejores playas para subirse a la tabla. Cuando intentan explicarlo, hablan de conexión con el océano, de aventura, de lo inesperado; el hecho de estar seguros de que lo que va a ocurrir a continuación será distinto a todo lo anterior. “No sé qué es lo que me enganchó, la verdad. Claro, coger olas buenas, los tubos son como una adicción… Eso es, yo creo, la adrenalina, ese sueño de coger la mejor ola de tu vida”, explica Nadia Erostarbe.
Para Sonia Ziani, de 34 años, es además una especie de terapia. Ha participado en varios documentales sobre mujeres y surf y ha protagonizado otro junto al portugués amante de las olas grandes Nic von Rupp, con quien recorrió en furgoneta los lugares más especiales de este deporte en la provincia de Gipuzkoa. Pero, más allá de eso, asegura, el surf le ha cambiado la vida. “He pensado tantas veces cómo sería si no hubiera entrado aquel día en la tienda de Pukas. Probablemente, hoy sería una mujer casada, con hijos, a las órdenes de mi marido”. Nacida en Orio, de padres marroquíes emigrados, primero, a Alemania y, después, al País Vasco, se refiere al día que, con 18 años, entró a comprarse una sudadera —”la típica, de Surfing the Basque Country”— y conoció a Adur Letamendia, hijo de los cofundadores de la pionera fábrica de tablas que se convirtió con el tiempo en la marca más asociada a la llegada y desarrollo del surf en la zona; durante años, organizaron en Zarautz una competición internacional de primer nivel. El caso es que, entre charla y casualidades, se acabó fraguando una oferta de trabajo para ser dependienta en su escuela de surf durante el verano.
“Mis padres me prohibieron aceptarlo, así que me fui de casa. No me fui lejos, la verdad —me fui a la de mi hermano—, pero al poco tiempo lo aceptaron y volví”, cuenta. Fue la primera vez, de muchas, que se atrevió a desafiar a sus padres gracias al surf. Sonia los quiere y los defiende —”Es la forma en la que los educaron a ellos y la que entendían que era mejor para mí”—, pero le costó muchos disgustos hacerles entender que ella iba a seguir su propio camino: cuando surfeaba a escondidas, cuando le volvieron a prohibir, con 20 años, su primer viaje con amigas por el mundo —fue a Maldivas— en busca de olas…
Ya no trabaja en Pukas —es gerente en una calderería de la zona y estudia derecho en la UOC—, pero cuenta todo esto en el almacén de la marca en Oiartzun, donde se acaba de fotografiar rodeada de tablas. Durante la conversación, hay varios momentos en los que la emoción corta el relato. Cuando habla de su familia y del surf como su gran herramienta de emancipación, cuando cuenta cómo la ayudaron en Pukas —le dejaban usar el material, se lo guardaban cuando no podía llevárselo a casa, le adaptaron horarios en época de exámenes— y cuando recuerda la muerte de su amigo Óscar Serra, en México en el verano de 2021, mientras surfeaba una enorme ola en Puerto Escondido. “Me costó mucho volver al agua… Hace poco hice un viaje a Indonesia, estuve un mes, y ha sido maravilloso. Me ha ayudado a reconectar”.
“Sí, a ella le afectó mucho. A mí lo que me pasó es que cuando entraba, me sentía conectada con él y eso me hacía sentirme muy triste. Pero conseguí darle la vuelta y empezar a sentirme afortunada por seguir pudiendo hacer esto, que es lo que a él más le gustaba”. Al otro lado del teléfono, Ainara Aymat habla de su amiga y de su novio fallecido. Está estos días en Sudáfrica, rodando un documental que dirige ella misma. “Yo empecé en el surf con 5 años, como a los 8 empecé a competir y a los 12 ya estaba en el circuito europeo. No había muchas chicas, al principio tenía que competir con los chicos”, cuenta. A los 21, 22 años, se le hizo casi imposible compaginarlo con los estudios universitarios; está graduada en Biomecánica. “Tuve la suerte de que firmé con Vans y ellos no me pedían hacer competiciones”, explica.
Cuando se liberó de la presión de los torneos, dice Ziani, que la conoce desde pequeña, se vio realmente “todo el potencial que tenía”. Además, su personalidad, totalmente alejada de la tópica imagen de surfer girl, ha terminado de conquistar a los aficionados. Amante de la naturaleza y el ajedrez, se rapó el pelo, sin más, un día de 2019 porque pasó por delante de una peluquería que decía en la puerta que lo donaban para pelucas de niños enfermos de cáncer. “Al final, creo que cada uno tiene que ver lo que a él le gusta, lo que le hace sacar su creatividad, y resulta que esto era lo mío”, dice.
Ainara es una de las amigas que acompañaban a Sonia Ziani aquel 8 de marzo en que había tantos hombres como mujeres surfistas en el agua. También se acuerda perfectamente. ¿Por qué están llegando ahora más y más mujeres? Puede haber muchas razones, pero una es seguramente que hoy hay más referentes: “Es verdad que internacionalmente ha habido más chicas que han dado mucho que hablar, y la gente de aquí también se ha motivado y se ha puesto las pilas… No sé”.
Aquí, al menos en Zarautz, Mar Eizaguirre no tenía ninguno cuando empezó a competir; lo hizo en cuanto hubo campeonatos de chicas. Cuenta que a las mujeres les tocaba competir en los huecos que les dejaban ellos, en las peores circunstancias. “Tenías que estar todo el día en la playa, esperando a que te dijeran cuándo ibas a entrar. Y era cuando la marea estaba muy alta, que había muy pocas olas, o estaba muy baja, que eran todo espumas. Así no se podía demostrar nada”. Eizaguirre compitió entre 1981 —en 1987 quedó séptima en el europeo— y 1991, cuando su primer hijo ya tenía un año: “Fue un campeonato en Getaria y gané. Ya me quedé supersatisfecha y no me presenté a más, me dediqué a mi tienda de surf”.
Para entonces, después de aquella larga época en que las mujeres en el surf eran solo las novias y las hermanas, las cosas habían cambiado, pero aún quedaba mucho camino por recorrer. Myriam Imaz —que, junto a Estitxu Estremo, fue la primera mujer surfista española en dar el paso al circuito profesional— nunca se ha sentido “mal en el agua; sino siempre como uno más”, pero se recuerda permanentemente sola, la única mujer entre los surfistas de Zarautz allá por los años noventa del siglo pasado. A los 15, su entrenador en el equipo de fútbol la obligó a elegir entre este deporte y el surf. Era 1995 y eligió la opción acuática. En algo más de 15 años de carrera fue campeona de Euskadi varios años seguidos, campeona de España y subcampeona júnior de Europa. En 2018, ya con los tres niños a los que dedica buena parte de sus días, empezó a colaborar con el proyecto Emakumea Surflari. Lo explica así: “El surf aquí es una excusa para reunir a diferentes tipos de mujeres, cada una con su historia, conectar con el mar y generar un entorno seguro, de confianza”.
Sobre los tiempos que corren en el surf, Imaz parece tener una sensación agridulce, pues mientras el deporte de base se expande, dar un pasito más, del hobby a la dedicación profesional, opina, está muy difícil, más si eres una mujer. “Ahora mismo, hay mujeres que deberían tener la vida resuelta materialmente porque han llegado a lo más alto, pero no es así”. Habla de un mundo condicionado por la imagen, de la mano de las redes sociales, que no le termina de gustar. Uno en el que las competiciones parecen ser un punto de partida para conseguir los patrocinios que son los que realmente permiten dedicarse profesionalmente con cierta holgura al surf. “Es muy difícil poder vivir de esto, y eso que ahora, al ser olímpico, hay más ayudas del Gobierno. Y también entiendo a las marcas. Yo procuro tener mis redes lo más activas posible, pero enseñando solo lo que me gusta hacer y nada de lo que no me gusta”, añade Erostarbe.
Esa dictadura de la imagen distorsiona hoy casi cualquier espacio de la vida, pero probablemente mucho más en el deporte femenino. En todo caso, al menos en el ámbito del surf, sus amantes parecen distinguir sin mucho esfuerzo a las influencers de quienes realmente son muy buenas haciendo surf. La francesa Maud Le Car (32 años) ha ganado muchos torneos antes de pasarse al free-surfing; ahora anda persiguiendo por el mundo olas gigantes. La última que cogió, a finales de enero, fue una de 10 metros de altura en el conocido arrecife de Belharra, frente a San Juan de Luz, en el País Vasco francés. Las imágenes son espectaculares, sobrecogedoras. Poco después, sentada en un café de La Grande Plage de Biarritz, responde a una pregunta que no parece gustarle mucho sobre qué es lo que realmente hace sobresalir a una surfista para llamar la atención de los patrocinadores: ¿una imagen, una personalidad, una historia de vida, una cierta capacidad para inspirar a otros? “Lo primero es el surf. Debes tener un buen nivel. A mí lo que me inspira de una surfista es su manera de hacer surf. Luego, si te gusta su personalidad, mucho mejor, claro, pero lo importante es el surf”. A su lado, Lee-Ann Curren, surfista y música de 35 años, hija de un mito de este deporte, Tom Curren, completa: “Cuando te dedicas a este deporte, igual que pasa con la música o el baile, es a través de ello como muestras tu personalidad, en cómo haces un giro, cómo tomas una ola grande…”.
Ambas están de acuerdo en que las cosas en este mundo han mejorado para las mujeres, en cuanto a premios —desde hace un lustro, los del principal campeonato mundial son iguales que los de los hombres—, a contratos y a reconocimiento. Aunque admiten que todavía se encuentran a veces con situaciones desagradables, siendo aún en muchas ocasiones las únicas mujeres en el agua, sobre todo en invierno. “No se puede generalizar, pero a veces los hombres no se comportan bien, hay machismo y les molesta que una chica esté cogiendo las olas, especialmente cuando a ellos no se les da muy bien”, dice Le Car, que impulsa la ONG Save La Mermaid para protección de los océanos. Tanto ella como Curren siguen sintiéndose muy solas en muchas ocasiones.
Desde luego, en Zarautz, la diversidad que se ve en la playa durante todo el día la confirman los datos de la escuela Shelter, que en sus programas de este invierno tienen apuntados a 57 hombres y 99 mujeres. Una diferencia que se nota, más que en los grupos de menores, en los de adultos, con cada vez más mujeres que se deciden a probar por primera vez eso que llevan viendo toda la vida sin atreverse a dar el paso.
“No sé, simplemente no se me ocurrió, era una cosa de hombres”, dice Oihana Iribar, la propia directora de la escuela Shelter, que probó por primera vez hace tres años, a los 40. Tal vez, las mujeres han ido perdiendo poco a poco esa vergüenza de la que le hablaban una y otra vez a Sonia Ziani cuando les proponía echarse al agua. “Me preguntaban, ¿cuántas chicas hay en el grupo? Y yo decía: qué más da, ¿te apetece o no te apetece? Es una educación que tenemos que ir cambiando”, dice. Aunque seguramente ya lo ha hecho y lo sigue haciendo.
“Para mí, creo que de lo que se trata es de dejar de perseguir la aprobación de los hombres en cada cosa que haces”, aporta Lee-Ann Curren al otro lado de la frontera. Y confirma a su lado, con entusiasmo, Maud Le Car, que acaba de explicar cómo, poco antes de enfrentarse el mes pasado a la gran ola de Belharra, recibía mensajes de gente que le decía que no iba a poder. “Me decían que, con mis 50 kilos, con estas piernecitas, que cómo iba a hacerlo. Yo simplemente no los escuchaba”.