Corina Oproae: “La ilusión y la desesperación de la gente provocan cambios”
Tras la muerte de su madre, hace 20 años, dejó de escribir en su lengua, el rumano, para hacerlo en castellano y en catalán. Profesora de inglés en un instituto de Cardedeu, el pueblo de Barcelona donde vive, ha publicado poemarios como ‘Mil y una muertes’ o ‘Desde dónde amar’ y ha traducido al castellano y al catalán a Tatiana Ţîbuleac o a la premio Princesa de Asturias Ana Blandiana. Su primera novela, ‘La casa limón’, ha ganado el Tusquets. En ella regresa a la Rumania de su infancia, la de la caída del comunismo.
Cuando, tras casi dos décadas en España, Corina Oproae (Fagaras, Transilvania, 1973) llevó a sus hijos a Rumania, su hija Stela le preguntó de dónde cayó el comunismo. De esa necesidad infantil de entender literalmente las cosas arranca La casa limón, ganadora del Premio Tusquets de Novela. “No preguntó qué era, sino de dónde cayó. Le faltó preguntar si se había hecho daño al caer”. Estos días, cuando esa hija v...
Cuando, tras casi dos décadas en España, Corina Oproae (Fagaras, Transilvania, 1973) llevó a sus hijos a Rumania, su hija Stela le preguntó de dónde cayó el comunismo. De esa necesidad infantil de entender literalmente las cosas arranca La casa limón, ganadora del Premio Tusquets de Novela. “No preguntó qué era, sino de dónde cayó. Le faltó preguntar si se había hecho daño al caer”. Estos días, cuando esa hija vio que empezaban a hacerle entrevistas, le preguntó: “¿Vas a decir que lo de la enfermedad del abuelo fue verdad?”. Contestó que no iba a mentir. “Tengo mucha dificultad para mentir”. Oproae aparenta ser una mujer fuerte. Tiene tono de voz de profesora estricta, pero la dulzura y la inquietud de su mirada delatan algo distinto. Cuenta que la vida la ha endurecido y ahora también la ablanda. Está de baja. Comenzó a tener problemas físicos —choques anafilácticos, rostro permanentemente hinchado—. Durante un año volvió a vivir en un filo que creía haber dejado atrás. Hoy, en su nueva casa, con un diagnóstico (lupus) que le permite seguir un tratamiento y el Premio Tusquets (“que tal vez me indique que no me estaba equivocando”), se muestra agradecida.
“No sabes quién eres / tienes solo un recuerdo / haberlo olvidado eternamente todo”. ¿Necesitó olvidar antes de recordar?
Las cosas no las ves mientras suceden. Necesité olvidar porque los años del comunismo fueron una aberración. Como le ocurre a la protagonista de La casa limón, todo lo normalizas. Nos pasa continuamente: naturalizamos para poder vivir. Al llegar a España, por circunstancias personales, sentí rechazo hacia Rumania. Y hacia la lengua. Cuando hace 20 años murió mi madre, dejé de escribir y hablar rumano.
“Lo que abandono se confunde con lo que busco”. ¿Qué busca?
Descubrí que el cambio de lengua había tenido consecuencias. Entendí que había tenido que ver con la muerte de mi madre y el nacimiento de mis hijos en España. Perder a mis padres y tener a mis hijos aquí me llevó a escribir en su lengua que hice mía. Fue como si me hiciera cargo de mi vida.
¿Por qué rechazó su vida anterior?
Es una reacción que igual tendría que explicar un psicoanalista. Cuando escribí La mano que tiembla fui hacia atrás buscando de qué se nutre la escritura y la vida. Entendí que no hay pérdidas y ganancias: la vida es una reconstrucción, lo que hemos tenido reverbera en lo que tendremos.
¿La escritura es una reparación?
La comparo con el kintsugi, la técnica japonesa que repara las roturas destacándolas con polvo de oro. Las cicatrices forman parte de la historia de esa cerámica. La embellecen.
¿Por qué dejó de utilizar su lengua materna?
Lo doloroso no es asumir otra lengua, sino dejar una atrás. Hoy no me siento yo escribiendo en rumano. Tengo una voz distinta. Es como si hubiera sobrepuesto una mirada, como si tuviera un mosaico de identidades. Las identidades muy fijas me parecen peligrosas. Hay gente que necesita acercarse a las cosas para poder escribir. Yo necesité distancia. Creo que hablar en una lengua que no es la mía me da la posibilidad de hacerlo sin reparo. No es una ruptura. Es más bien desviar el cauce de un río para que no se desborde.
Jhumpa Lahiri necesitó dejar atrás el inglés y escribir en italiano, también Jorge Semprún escribió sus memorias en francés para coger distancia y distinguir entre valor local y universal.
Tal vez no sea habitual en España, pero muchos escritores lo hacen. A veces, como Agota Kristof, para sobrevivir. En Rumania es casi una tradición. Ionesco, Cioran y Eliade escribieron en francés. Es verdad que la madre de Ionesco era francesa, pero para Cioran el rumano fue como una espina.
Llegó a España con 25 años. Con una beca para investigar en la Complutense.
Pero la cambié por la Autónoma de Barcelona por amor.
¿Qué pasó con ese amor? En Desde dónde amar (Pre-Textos) parece que ya no está.
Los libros que escribo me dicen lo que está sucediendo en mi vida y todavía no sé. Cuando los acabo me doy cuenta. Me divorcié hace dos años. Ese libro salió un año antes. Estuvimos 25 años juntos. Tuvimos hijos y pasé de dar clase en la Universidad en Rumania a trabajar de secretaria de dirección. Luego me contrataron como profesora de inglés. No tenía el título homologado y me hicieron la entrevista en catalán. Fue casi un milagro.
¿Qué le ocurrió a su familia?
Mi padre murió cuando yo tenía 18 años. Mi madre se fue con mi hermana a Canadá, pero nunca emigró. Venía aquí o iba allí dependiendo de nuestras necesidades.
¿Su padre murió de enfermedad neurológica?
Sí, esa parte de La casa limón es autobiográfica.
¿También que su madre era enfermera?
Sí. Me crie en un hospital. Mi madre era enfermera en urgencias. Tuvo que hacer de madre y de padre.
En Rumania vivió las dos últimas décadas del comunismo.
Tenía 18 años cuando cayó Ceausescu. Hasta entonces, aun sin ser objeto de la Securitate, la vida era gris, y la atmósfera, asfixiante. El hermano de mi abuelo estuvo en la cárcel de Gherla, en Transilvania, la más dura, porque había terminado Derecho. A Ana Blandiana, que ganó el Princesa de Asturias, le prohibieron publicar porque era hija de sacerdote y la religión estaba prohibida. Tener parientes en el extranjero también te convertía en sospechoso. Escuchaban tus conversaciones telefónicas.
Ha descrito el régimen de Ceausescu (marzo de 1974-diciembre de 1989) como una maquinaria de poder muy perfeccionada y a la vez mal pensada.
Cuando Rumania cayó bajo la sombra soviética, se importaron mecanismos de control para hacer que el sistema funcionara solo. Ceausescu era zapatero. Fue a la escuela solo cuatro años. Pero aprovechó el poder del proletariado. El comunismo le funcionó como maquinaria de control porque tenía a mucha gente —los simpatizantes— controlando por él.
¿Qué le da fuerza a un líder ignorante?
La ilusión. Y la mentira. La ilusión y la desesperación de la gente provocan cambios. En 1989, llegó el eco de lo que había sucedido en Europa. La televisión no informaba, pero todo el país escuchaba Radio Europa Libre y Voz de América. Recuerdo ese año pegados a la radio.
¿Y qué pasó tras 1989?
No se hizo limpieza. No hubo revolución y la caída del régimen fue una maquinación de disidentes del partido comunista.
¿Un simulacro para dejar escapar la rabia?
Rumania fue el único país donde la caída del dictador fue sangrienta. En lugar de hacer un juicio real. Hoy el partido comunista ha cambiado de nombre, pero en el país se viven intentos de secuestrar la democracia a manos de Călin Georgescu, un candidato pro-Putin, antieuropeo, financiado por Rusia. Es brutal el polvorín en el que estamos. En Rumania la izquierda está tan manchada que nadie confía en sus promesas. Allí la construcción de bloques de vivienda se utilizó para destruir: se levantaron tapando iglesias, por ejemplo. Hubo gente que llegaba de un pueblo con la promesa de la modernidad. Les decían que les daban las viviendas, pero para hacerlo se las quitaban a los que las tenían. Cuando tienes una casa, no muchas, y tratan de quitártela, ves las cosas de otro modo.
¿Le sucedió a su familia?
No. Pero a un amigo de mi padre le demolieron su casa y murió poco después.
Su novela habla de traumas causados por el silencio.
Yo llevo uno personal y uno colectivo que es el de todos por tanto miedo, tanta prohibición y tantos tabús. Circulaban chistes sobre el régimen, pero debías cuidar cómo y dónde los contabas. Tenías que vivir alerta.
Y… ¿su trauma personal?
La enfermedad de mi padre. Era químico. Sospecho que fabricaba armamento para el Estado.
¿Nunca supo a qué se dedicaba?
Nunca lo hablamos. Ni siquiera con mi madre cuando él murió. Cuando yo era adolescente empezó a comportarse de un modo extraño. Creo que sufrió una enfermedad degenerativa. Pero tampoco lo he sabido. Cuando tuve a mis hijos empecé a querer saber, pero mi madre ya no estaba. Reaccioné a la muerte de mi padre igual que más tarde a la de mi madre: durante un tiempo no quise saber ni hablar de ellos. Como si no hubiesen existido. Cuando quise saber, ya no había forma de hacerlo. En Rumania, todo lo que tuviera que ver con una enfermedad mental era tabú, una vergüenza… ¿Esta parte personal es necesaria? ¿Te sirve lo que cuento?
Trato de entender por qué escribe lo que escribe.
Escribir me cuesta poco. Pero hablar de la historia de mi padre, mucho. Para que te hagas una idea, han pasado 20 años desde la muerte de mi madre y mi hermana y yo no hemos conseguido ponernos de acuerdo sobre qué hacer con las cenizas. Aunque ella viva en Montreal y yo en Barcelona, a veces nos vemos. Pero no conseguimos sacar estos temas. Llegas a plantearte si estarás bien de la cabeza.
¿Han sobrevivido evitando temas?
Sí. Hay algunos que no conseguimos abordar. Cuando mi hijo tenía un año, mi madre murió en España, de un derrame cerebral, el día en que yo celebraba que había ganado las oposiciones.
¿El silencio es dolor y bendición?
Con frecuencia elijo no hablar. Prefiero escribir. Como si fuera más privado.
Recuerda una infancia con vigilancia, pero con más libertad que ahora.
Mucha más. Hoy hipervigilamos a los niños. Yo tuve mucha vigilancia en casa, pero la zona rural de mis abuelos maternos era un paraíso. No parecía existir ni comunismo ni control. Aunque es cierto que los cultos estaban perseguidos.
¿Ser libre era leer?
En gran parte. En mi infancia hacíamos colas en las librerías. Los libros llegaban con cuentagotas. Solo al llegar a España me di cuenta de que había muchos prohibidos. Pensaba: ¿cómo puedo no haber leído esto?
La casa limón está construida como un rompecabezas.
Creo que es la manera que tenemos de procesar la información: tomamos una cosa de aquí y otra de allá.
Continuamente apunta hacia un tema que no llega a desarrollar: “Lo que me hace el tío”.
Bueno, eso es lo que sucedía y sucede todavía en muchas familias. También uno de los grandes tabús.
¿Sigue siéndolo?
Bueno…, hoy se empieza a hablar.
No le hemos puesto nombre.
Cuesta hablar en primera persona. Viví ese acercamiento por parte del hermano de mi madre. No fue una violación, pero desde mi perspectiva de adulta veo que fue una aberración. Y no quisiera que a mi hija le pudiera pasar algo así que le condicione la vida.
¿Ni con ese temor somos capaces de concretar?
Como mujer hay que tener mucha mano izquierda o mucha mala leche. Es la primera vez que digo que eso sucedió. Pero creo que quien es buen lector ya sabe de dónde salen las cosas. El libro no va sobre eso.
Pero tuvo necesidad de incluirlo.
Nunca se lo conté a mi madre y cuando se lo expliqué a mi hermana me dijo que tenía una gran imaginación. ¿Para qué hablar?
¿Para que deje de suceder?
El problema con estas cosas es que, si lo explicas en un libro, el libro se transforma en eso. No quiero renunciar a la historia que cuento, a la forma de contar… Entiendo que si tengo el valor de incluirlo en un libro debería tener el valor de hablar de ello, pero…
Pero ya ha dicho que eso llega más tarde.
Sí. Mi feminismo es escribir. Lo dicho hace menos daño que los silencios. Uno abre puertas contando. Le sirve a los demás. Y yo hablo escribiendo. Hoy tengo muchos amigos, pero de niña me costaba hacerlos. Tenía, eso sí, un imaginario muy potente.
Cuando le dieron el Premio Tusquets declaró: “Quiere decir que no estoy equivocada”.
Es muy difícil que acepten que escribas en otra lengua. Dejar atrás tu idioma es casi una traición para algunas personas. Un premio es aceptación. Es la posibilidad de que lo estés haciendo bien. También la posibilidad de que quienes no dejan de criticarte te dejen tranquila.
“Escribo poemas invisibles / que todo el mundo mira / pero nadie ve”.
Lo voy explicando todo, ¿no? Los escritores habitamos la duda.
“Mis palabras viven en permanente estado de incertidumbre”.
Creo que ninguna lengua me ha dado estabilidad.
¿Nos la da la lengua?
No lo sé. Pero no escribir en la tuya te sitúa fuera de la zona de confort. Y eso es positivo para la escritura. Para avanzar y superarse, pero hay que atravesar incomodidad y sufrimiento.
¿En qué idioma sueña?
No lo sé. Sé que si hablo en español, pienso en español. Si lo hago en inglés, pienso en inglés. Traduzco del rumano. Digo que es mi forma de patriotismo. Pero es mentira, lo hago para hacer accesibles maravillas de autores rumanos. El caso es que si traduzco del rumano, pienso en rumano. Pero soñar… Tengo sueños muy surrealistas, inverosímiles. Igual lo onírico escapa de las lenguas.
Tiene un poemario titulado La mano que tiembla.
Es una cita de Dante. Tiembla justo en el momento en el que el creador es consciente de lo que tiene entre manos. Sin el temblor la creación no tendría resonancia en los demás.
¿Le ha temblado?
Siempre he tenido necesidad de escribir.
Su poesía es dura, certera y triste.
En la vida real soy alegre. Pero no puedo hablar del amor sin dolor.
¿El dolor y la tragedia son más literarios que la felicidad?
Son más habituales. Creo que uno que escribe debe ser capaz de mirar las zonas oscuras de cuanto nos rodea. Y de uno mismo.
Ha cambiado varias veces de vida.
Tantas que parece que no lo pensé demasiado. Es como un poema, parece que surja, pero lo has estado pensando mucho. Me pasó cuando me divorcié. También con mi enfermedad. Me dolía todo y no sabía lo que me pasaba. Hasta que me ingresaron en el Clínico y me diagnosticaron lupus. He estado mucho tiempo con inmunodepresores y con cortisona, pero hoy, diagnosticada, he renacido. Estar preparado para la muerte es no hacer planes sobre la muerte sino sobre la vida. Esa quiero que sea mi actitud. Me ha tocado saber lo que significa la muerte cercana muy temprano. Creo que eso determina tu vida. Nunca me he recuperado de la muerte de mis padres. Pero eso no quiere decir que no te debas a quien te está dando la vida: tus hijos, tu trabajo, un amor, los días.
“Decidí hacer una pausa / y, durante alguna vida / sencillamente no fui nada”.
También. Puede haber un poema en el que vivas más libre que en la vida.