Pégatela con ‘superglue’

Íñigo Errejón durante el acto de fin de campaña de Más País en el pabellón satélite de la casa de Campo, en 2019.Álvaro García

He aquí el lado oscuro de Errejón. Su sombra. No sabemos si en el momento de fotografiarla el expolítico se encontraba cerca de ella, y sometida a su control, o si el personaje y la persona andaban cada uno por su lado: el primero hablando sensatamente en la tribuna del Parlamento sobre el problema de la salud mental y la segunda cometiendo tropelías en una pensión de los suburbios. Tampoco sabríamos decir a ciencia cierta quién representaba a la persona y quién al personaje, tal vez intercambiaban sus lugares, pues no hay personaje al que no le guste, de vez en cuando al menos, ejercer de persona y viceversa. Todos en algún grado experimentamos esa confusión: el problema es cuando alcanza niveles patológicos.

En cualquier caso, a la sombra hay que tenerla atada y bien atada. Conviene, para ello, moverse por espacios soleados, pues en la oscuridad se pierde. En la oscuridad, no tenemos ni idea de aquello a lo que se dedica nuestra sombra. De ahí que a mister Hyde, que era el doble perverso del señor Jekyll, le gustaran los callejones menos iluminados del Londres de la época. La sombra se mueve como pez en el agua en la estrechez de las habitaciones sin ventilar, en la angostura de los ascensores cerrados, en el interior maloliente de los aseos públicos. El cuento de Peter Pan empieza con el empeño del crío en coserse la sombra a los pies. No confíes en que vaya a tu lado de forma voluntaria: pégatela con superglue, que se rompa las piernas al huir. Mejor que se destroce ella que tú. Y procura no ser muy normal porque ese exceso, el de la normalidad, suele amparar las condiciones más oscuras.

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