Cuando el plástico puso en jaque al mar
Aunque suele hablarse de océanos en plural, en realidad todos están conectados y forman una gran masa de agua que cubre más del 70% de la superficie terrestre. Es esencial para la vida en el planeta, ya que influye en el clima y produce buena parte del oxígeno
En 1994, unos investigadores encontraron restos de plomo en el hielo de Groenlandia que provenían de la explotación de minas en Hispania durante el florecimiento de la República y el Imperio Romano, entre los años 500 antes de Cristo y 300 después de Cristo. Cuando dentro de miles de años los científicos del futuro tomen un testigo de sedimento del fondo marino o de hielo de Groenlandia (si es que todavía queda), encontrarán una capa más o menos gruesa contaminada por plástico que nos señalará com...
En 1994, unos investigadores encontraron restos de plomo en el hielo de Groenlandia que provenían de la explotación de minas en Hispania durante el florecimiento de la República y el Imperio Romano, entre los años 500 antes de Cristo y 300 después de Cristo. Cuando dentro de miles de años los científicos del futuro tomen un testigo de sedimento del fondo marino o de hielo de Groenlandia (si es que todavía queda), encontrarán una capa más o menos gruesa contaminada por plástico que nos señalará como responsables de la era del plástico o “plasticeno”, como algunos lo llaman. Podrán saber cuándo se comenzó a usar plástico en masa y durante cuánto tiempo. Porque buena parte del plástico que estamos generando y tirando se está acumulando por todos los lugares del planeta. La producción anual de plástico en el mundo ya ha alcanzado los 400 millones de toneladas. De todo eso, se calcula que un 4% llega al mar cada año. Aunque sea un pequeño porcentaje, estamos hablando de más de 16 millones de toneladas anuales, una cantidad ingente de plástico. La mayoría de este llega al mar a través de fuentes terrestres, principalmente ríos. Un estudio estimó que más del 80% de todo el plástico mundial que llegaba al mar lo hacía a través de diez ríos, ocho de los cuales se encuentran en Asia y África.
Una vez en el mar, el plástico comienza a degradarse debido a múltiples causas, como la erosión, la oxidación o —lo que más contribuye— la radiación UV del sol. La degradación puede acabar fraccionando el plástico en trocitos pequeños que cuando tienen menos de cinco milímetros se los llama microplásticos. Cuando el plástico acaba en la arena de la playa, este se degrada más rápido que en el mar porque las temperaturas de la arena pueden alcanzar los 50 grados. Es importante mantener limpias las playas para evitar que ese plástico, que incluye muchos microplásticos, llegue al agua del mar. Hay otro tipo de microplásticos (primarios) que no vienen de la fragmentación de uno grande (secundarios), sino que llegan al mar en ese pequeño tamaño. De estos, los más abundantes son las fibras de ropa que se sueltan con los lavados. Una prenda sintética puede soltar hasta 2.000 fibras en cada lavado, que las lavadoras no filtran y pueden acabar llegando al mar. Otro tipo de microplástico primario muy abundante son las partículas que sueltan los neumáticos de los coches al rozar contra el asfalto o las partículas plásticas que vienen de las ciudades, como, por ejemplo, pintura de los edificios. Incluso se ha descubierto recientemente que otra fuente de microplásticos es el césped artificial, que con el tiempo se va rompiendo y sus partículas vuelan hasta llegar a ríos y mares.
Aunque siempre suele hablarse de los océanos, en realidad hay uno solo ya que todos ellos están conectados entre sí formando una gran masa de agua. Tirar un plástico en la costa de un país puede acabar en la costa de otro a miles de kilómetros de distancia. Por ejemplo, con frecuencia se encuentran en las costas canarias plaquitas de plástico identificadoras de trampas de langosta provenientes de Maine, en la costa este de Estados Unidos. El océano está conectado con los ríos, que están conectados con las plantas depuradoras a las que llega el agua del sistema de alcantarillado que a su vez conecta con nuestros baños y cocinas. Lo que tiremos por ellos puede acabar en el mar incluso si no vivimos en ciudades costeras ya que las plantas depuradoras no pueden retener todo el plástico que llega, especialmente el más pequeño.
Hay plástico que es considerado biodegradable, pero que nadie sabe muy bien qué hacer con él. No se puede tirar al contenedor amarillo del plástico porque estropearía el producto final del reciclaje. Como su nombre pudiera indicar, hace pensar que se puede tirar en cualquier lado y desaparecerá, pero no es así. La mayoría del plástico biodegradable no se degrada en las condiciones que se dan en el mar o en otros ecosistemas medioambientales. Necesita más de 50 grados y condiciones de humedad que solo se dan en una planta de compostaje. Por eso, si el plástico es 100% compostable hay que echarlo al contenedor marrón del orgánico. Un símbolo en cada envase indicando a qué contenedor tirarlo sería de gran utilidad para casos poco evidentes.
A pesar de todo el plástico que llega al mar cada año, los científicos solo han podido encontrar y contabilizar un 1% de este. ¿Dónde está el llamado “plástico perdido”? La forma en que los científicos contabilizan el plástico en el océano es tomando muestras con redes que arrastran por la superficie del agua para recoger el plástico que flota. Esas redes suelen ser de 200-300 micrómetros (milésima parte de un milímetro), que ya es un tamaño muy pequeño. Pero hay mucho plástico menor de ese tamaño que las redes no son capaces de capturar y, por tanto, no se contabiliza. También hay una buena parte del plástico que se hunde o que es ingerido o atrapado en organismos y no es contabilizado tampoco.
Los microplásticos que llegan al océano pueden tomar distintos caminos. Aquellos más densos que el agua de mar, como el PVC o el PET (de las botellas de bebidas), se acabarán hundiendo. Y los menos densos, como el PE o PP, flotarán durante un tiempo viajando con las corrientes marinas. Al poco de llegar al mar empezarán a ser colonizados por microorganismos marinos. Primero comenzarán las bacterias, que encontrarán en su superficie un buen lugar donde asentarse, luego llegarán las algas unicelulares de fitoplancton y también se unirán al festín hongos marinos y otros microorganismos. Todos estos inquilinos formarán una película de vida llamada biofilm. Y viajarán allá donde el plástico los lleve, pudiendo llegar a zonas que no sean su hábitat natural y donde sean consideradas especies invasoras. Algunas pueden provocar un desequilibrio en el nuevo ecosistema desplazando a otras especies nativas. También se ha visto que el plástico puede transportar especies de bacterias causantes de enfermedades. Si el peso del plástico aumenta por esta capa de biofilm, acabará hundiéndose lentamente.
Otros caminos que puede tomar el plástico en el mar pasan por toparse con organismos marinos. Pueden ser ingeridos por animales provocando su muerte o incluso pasar a un mayor nivel de la cadena alimentaria cuando estos son presa de otros animales depredadores, pudiendo llegar a nuestros platos. También pueden quedar enredados en algún animal marino y llegar a ser letales para estos.
Pero hay un aspecto que puede ser incluso más preocupante que el propio plástico y al que se le ha prestado poca atención. Durante su degradación, el plástico va liberando compuestos químicos al agua de mar, especialmente si le da la luz del sol. Es lo mismo que ocurre con la migración de compuestos que pasan de los envases de plástico al alimento o bebida que contienen. El plástico no suele ser un polímero puro, sino que lleva una infinidad de compuestos químicos que se le añaden para darle las propiedades requeridas para su uso (retardantes de llama, antioxidantes, estabilizantes…). Hasta el 60% del peso del plástico pueden llegar a ser aditivos. Estos se liberan con facilidad especialmente si les da la luz solar o si se calientan. Y cuanto más degradado o envejecido está un plástico, más libera. Estos compuestos, al igual que el polímero que constituye el plástico, están hechos de carbono que al liberarse al agua pasa a formar parte de la reserva de carbono que ya existe en el océano.
Gran cantidad de estudios muestran que los compuestos químicos liberados por el plástico son nocivos para muchos organismos marinos. Por poner algunos ejemplos, se ha visto que inhiben el crecimiento y la producción de oxígeno de uno de los organismos fotosintéticos más abundantes del planeta, la cianobacteria Prochlorococcus, responsable del 10% del oxígeno que se produce en el océano. También se ha observado que aumentan la resistencia a los antibióticos y la virulencia en las comunidades bacterianas marinas o que afectan al desarrollo y producen malformaciones en algunas especies de erizos. Pero hay algunos organismos que sacan beneficio de estos compuestos químicos. Algunas bacterias marinas los toman para crecer y multiplicarse, siendo capaces de degradar y eliminar del agua buena parte de estos.
El destino final que se espera del plástico en el océano es que, después de más o menos tiempo vagando por la superficie, acabe en el lecho marino. De hecho, se ha observado que hay mucho plástico en el fondo del mar. Allí estará lejos de la luz solar y las temperaturas son más bajas, por lo que su degradación se hará mucho más lenta que cuando estaba en la superficie. Se espera que, con el tiempo, ese plástico acabe enterrado bajo capas de sedimento. No es posible limpiar el mar de todo el plástico que ya hay. Pero lo que sí debemos hacer ahora es evitar que siga llegando, evitar generar residuos y gestionar bien los que sean inevitables.
Los científicos que encontraron la contaminación por plomo en el hielo de Groenlandia, producida por la civilización romana hace 2.000 años, lo hicieron en una capa que tenía un grosor de unos 162 metros. Los investigadores del futuro que estudien nuestra huella de plástico determinarán cuánto duró nuestro periodo de contaminación en función del grosor de la capa contaminada por plástico que encuentren. Esta les dirá el número de años que la humanidad estuvo lanzando plástico al mar y al medio ambiente. Cómo de gruesa llegue a ser esa capa depende de nosotros.