Palau Fugit, dormir como un marqués en un palacio gironés
Ubicado en un antiguo palacete, el hotel Palau Fugit ofrece la oportunidad de descubrir los serenos y exuberantes interiores que esconden algunas de las casas de Girona. Una renovación coral, proyectada con múltiples guiños a la ciudad y a la cultura local.
Desde las góticas y sombrías calles del casco antiguo, tras el enorme portón de Palau Fugit, su patio central y su escalinata señorial, nada hace pensar que, tan solo un poco más adentro, este hotel cuenta con un exuberante jardín y serenos patios interiores, en los que el ir y venir de la gente por la ciudad dan paso a la calma más absoluta. Muchas de las viviendas de Girona tienen esta estructura, pero “si no vienes durante el evento Temps de Flors, que es cuando la gente abre sus casas, no te enteras d...
Desde las góticas y sombrías calles del casco antiguo, tras el enorme portón de Palau Fugit, su patio central y su escalinata señorial, nada hace pensar que, tan solo un poco más adentro, este hotel cuenta con un exuberante jardín y serenos patios interiores, en los que el ir y venir de la gente por la ciudad dan paso a la calma más absoluta. Muchas de las viviendas de Girona tienen esta estructura, pero “si no vienes durante el evento Temps de Flors, que es cuando la gente abre sus casas, no te enteras de que tienen estos patios interiores”, explica Marta Granés, propietaria del hotel. “Nos gustaba la idea de que los visitantes y nuestros huéspedes pudieran ver cómo son nuestras casas y comprender nuestro estilo de vida. Venir a este hotel es venir a vivir espacios como los patios y lo que significan para nosotros. Es un hotel muy de aquí. No podría estar en otro sitio, porque todo está relacionado con el entorno y su cultura”.
Marta Granés es hija de un destacado industrial de la zona, Candi Granés Campasol, fundador de la empresa Inoxpa. Tras su fallecimiento, con su parte de la herencia decidió comprar el edificio que hoy es este hotel: un antiguo palacete del siglo XVIII que había pertenecido a una larga estirpe, la familia Heras, pero que durante casi todo el siglo XX había sido habitado por un destacado médico de la ciudad, Laureà Dalmau i Pla, también escritor y político republicano. Una de sus descendientes, Carmina Roura Dalmau, sitúa en este palacete parte de la historia de su recién publicada novela, La nena del cafè Norat (Viena Edicions, 2024). A través del relato de las dificultades y el exilio por el que tuvo que pasar el médico debido a la Guerra Civil, la autora ofrece también un retrato de cómo era la casa y la vida de la sociedad catalana durante la primera mitad del siglo pasado.
Antes de pasar a manos de Marta Granés, el edificio estaba muy deteriorado. En él habían vivido las descendientes del médico hasta que a principios de este siglo lo vendieron, quedándose en un largo impasse hasta que Marta lo compró. Lo que se encontró, aparte de la cubierta caída, fue una mezcla de espacios en los que aún quedaba la herencia de su antiguo estatus como palacete, con estancias en la primera planta de casi cinco metros de altura, carpinterías nobles de desorbitado tamaño, un salón de baile, un jardín interior de estilo romántico con un claustro, y hasta una chimenea firmada por el arquitecto local Rafael Masó (protegida como patrimonio local). Al mismo tiempo, su estructura era muy caótica, pues se había tratado de acomodar tres viviendas independientes para la familia, más apartamentos de alquiler, y se había construido un pequeño pabellón en la zona más interior con una arquitectura que no armonizaba con lo demás.
“Con los años, su arquitectura se había ido pervirtiendo, sobre todo con la construcción del pabellón. Los espacios no estaban conectados, porque tenía varias viviendas dentro y, suponemos, que buscaban privacidad para cada una”, explica Daniel Isern, el arquitecto en quien Marta Granés confió para convertir el palacete en un hotel. “No tenía conexión vertical de arriba abajo, lo que conseguimos creando un nuevo patio de paso y una nueva escalera. Lo más bonito de este proyecto ha sido cómo hemos logrado ir hilvanando todas las estancias y niveles, generando un recorrido. Ahora, su interior, sus transiciones y sus vínculos parecen muy ordenados, pero era todo un caos carente de conexiones”.
A pesar de ser también arquitecta, Marta Granés decidió confiar el proyecto a Daniel Isern por ser especialista en el diseño de hoteles. Se habían conocido en Barcelona después de terminar sus estudios e, incluso, trabajaron como becarios en la misma empresa. Aunque sus trayectorias profesionales después se separaron, la amistad perduró. Tras los primeros trabajos de consolidación y replanteamiento espacial, llegado el momento de abordar el interiorismo, ambos lo tuvieron claro: “Vamos a buscar a alguien que aporte algo distinto a lo que haríamos nosotros”, recuerda Isern. Y así fue como terminaron enrolando en el proyecto a El Equipo Creativo, un estudio conocido por sus virtuosos interiores, de gran teatralidad, fotogenia y exuberancia en los materiales y el color.
Así que, en lugar de que el interiorismo siguiera la misma estela cromática de sus muros de piedra y su pretérita sobriedad, se apostó por huir de la discreción. “Marta nos dijo desde el principio que ella buscaba una cierta originalidad, algo distinto, y que nos había elegido a nosotros porque creía que podríamos darle ese giro un poquito más disruptivo al proyecto”, señala Natali Canas del Pozo, de El Equipo Creativo.
“El punto de partida para la paleta cromática fue la ciudad. Cuando empezamos con el proyecto, vinimos a Girona a pasar un fin de semana para inspirarnos, y ahí fue cuando entendimos que la ciudad tiene dos zonas muy marcadas y diferentes: la del barrio viejo, con sus colores un poco más neutros y pétreos, y la del río, con todas esas fachadas de colores tan vivos y mezclados. Desde el principio, tuvimos claro que queríamos reflejar estas dos caras de Girona en el proyecto de interiorismo del hotel”, añade Natali.
Y así fue como uno de los rasgos actuales más distintivos de Girona se coló dentro del hotel, porque hasta hace unas pocas décadas, la ciudad no tenía este contraste. Fue gracias a un proyecto de intervención pública y rehabilitación de 83 edificios junto al río Oñar, llevado a cabo por los arquitectos locales Fuses i Viader en 1983, que se procedió a la coloración de las fachadas.
Integrado por Natali Canas del Pozo, Lucas Echeveste Lacy y Oliver Franz Schmidt, El Equipo Creativo se hizo muy popular cuando diseñaron el restaurante Tickets para Ferran y Albert Adrià. De hecho, deben su nombre a que precisamente ellos los llamaban así. Desde entonces, han diseñado múltiples restaurantes y otros hoteles, entre los que destacan Kimpton Vividora y Axel Madrid. El año pasado fueron reconocidos internacionalmente en los Premios Architizer A+Awards como mejor firma de diseño interior. Por su parte, el interiorismo creado para Palau Fugit acumula ya varios premios internacionales: un BOY (Best of Year) a la mejor transformación, un Best of Best en diseño de interiores de los Architecture MasterPrize, y tres galardones LIV Hospitality Design Awards en las categorías de patrimonio, hotel boutique y proyectos en Europa.
Aparte del planteamiento de color, en lo que han demostrado ser auténticos maestros en todos sus proyectos, destacan determinados diseños a medida, como el tocador de piedra natural, que a su vez hace de lavabo, ubicado en el centro de la habitación e independizado del cuarto de baño. También los cabeceros de ratán, inspirados en los antiguos biombos, o ciertos revestimientos de cerámica personalizados, elaborados por Cumella. El Equipo Creativo suele incluir muchos detalles y elementos a medida de cada proyecto, que, en este caso, han mezclado con piezas de firmas españolas como Missana, Ondarreta o Sancal. Otras decisiones fueron más estructurales, como la creación de una caja espejada donde se esconden el inodoro y la ducha, o la inclusión de bóvedas falsas para ocultar las instalaciones de climatización.
Palau Fugit es un pequeño hotel de 25 habitaciones y cada una ha tenido que ser adaptada al espacio o a los elementos originales que había, algunos con protección patrimonial. De hecho, hay dos tipos de habitaciones: las del palacete, que son todo un despliegue de color y fantasía, y las del antiguo pabellón, que tienen un estilo más austero, “inspirado en las casas racionalistas y mediterráneas de los años cincuenta y sesenta que se construyeron en la costa catalana”, explica Canas.
El lujo discreto del diseño de sus interiores, la intimidad del jardín romántico y su pequeña piscina agregada, el antiguo almacén reconvertido en un pequeño hamam y espacio de meditación, sus múltiples rincones diseñados para momentos contemplativos y de desconexión… “La idea también es venir a vivir la experiencia de un palauet”, resume Marta.