La tiranía de una belleza inalcanzable

Los adolescentes son especialmente vulnerables a la presión estética, que nace de un cóctel de violencias como el machismo, los estereotipos de género, la gordofobia o el racismo.

Sandra Navarro

La presión estética nos atraviesa en todas las etapas de la vida. Lo sabemos porque todos podemos experimentarla de una forma más o menos consciente. Desde querer mostrarnos bellos, especialmente cuando el otro nos observa, hasta limitarnos de planes o de nuestra naturalidad para construir una imagen que coincida con lo que se espera de nosotros. Pero, ¿qué es exactamente la presión estética?, ¿por qué ocurre con mayor intensidad en la adolescencia?, ¿de quién es la responsabilidad de prevenir el impacto que puede tener sobre los jóvenes?

Existen varias definiciones de presión estética, pero todas ellas coinciden en lo que la psiquiatra Marta Carulla Roig señala: “Se trata de un tipo de presión social que recibimos del entorno, ya sea a través de medios de comunicación, redes sociales o comentarios, y que incorporamos en nuestro día a día, que pone el énfasis en cánones estéticos a menudo difíciles de alcanzar, pero que se tienden a idealizar e impactan en nuestra autoestima y salud mental”. Yo añadiría que la presión estética está compuesta de un cóctel de diferentes violencias estructurales que, en ocasiones, reproducimos como autómatas: el componente machista, los estereotipos de los géneros, la gordofobia, el racismo o el moralismo respecto a la alimentación son elementos siempre presentes.

Cuando se trata de abordar la temática de la presión estética y la adolescencia desde el punto de vista de la salud mental, los profesionales solemos poner el foco en el incremento de la prevalencia de trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Y, efectivamente, varios estudios científicos señalan un aumento significativo de diagnósticos de TCA en población joven en los últimos 10 años. Quienes nos dedicamos a la atención especializada somos testigos de ello en las consultas. Sin embargo, centrar la problemática exclusivamente en este incremento no es más que señalar el pico del iceberg. Existe un gran sufrimiento por lo estético y por la corporalidad más allá de los TCA.

La belleza y la estética son un símbolo en nuestro contexto sociocultural. Un símbolo que representa valía, atractivo, deseabilidad, seguridad, definición, pertenencia…, y si todas las personas tenemos una inclinación psicológica natural a desear esto, los adolescentes no solo ansían sentirse así, para ellos es una forma de supervivencia y adaptación innegociable.

La adolescencia es una etapa del desarrollo psicológico que implica un salto cualitativo en la construcción de la identidad personal; esto quiere decir que los adolescentes deberán atravesar un periodo de crisis para asimilar e integrar todos los cambios bruscos que se van a producir (neurofisiológicos, cognitivos, emocionales, corporales/sexuales y relacionales). Por ejemplo, una chica adolescente tendrá que encajar que ha comenzado a menstruar, y ahora que será capaz de comprender más matices de su realidad, los dotará de significado y elaborará sus emociones al respecto. Tendrá que integrar que sus caracteres sexuales secundarios (vello púbico, tamaño del pecho, facciones…) se habrán desarrollado repentinamente y deberá adecuarse a unas nuevas normas relacionales para encontrar un lugar entre sus iguales.

Imaginemos que esta chica es una adolescente racializada y gorda. La cosa se complica. Se complica porque todo ello ocurre en un contexto cargado de mensajes y códigos que dificultan aún más la tarea: sus amigas tendrán redes sociales, usarán filtros estéticos, recibirán o no aprobación a golpe de like y seguirán a referentes que les hablarán de fitness, dietas milagro y rutinas de skincare. Todo ello estará dirigido a preservar las normas estéticas que actuarán como cánones de belleza y se volverán exigencias inalcanzables que irán sembrando insatisfacción.

¿Es viable desarrollar una integración saludable de los cambios propios de la etapa en un contexto así? ¿Este contexto facilita la aceptación de los cuerpos en toda su diversidad o está confeccionado para normalizar, igualar y generar insatisfacciones? Se estima que la industria de la estética generó en el mundo aproximadamente 616.000 millones de dólares en 2023. La mercantilización de la insatisfacción corporal es, hoy por hoy, un negocio muy rentable en el que los adolescentes, sin duda, están siendo un mercado diana en los últimos años. Quizá esto nos dé alguna pista sobre por qué es tan complicado reducir la fuerza con que lo estético impacta sobre ellos.

Quizá también explique, en parte, por qué estamos ante el pico de TCA en jóvenes que señalaba líneas atrás.

En cualquier caso, tenemos una responsabilidad compartida: instituciones públicas, medios de comunicación, empresas privadas relacionadas con las redes sociales, sistema educativo, sistema sanitario y familias debemos cooperar para ofrecer una alternativa que, normalizando el deseo que tenemos todos de ser vistos con buenos ojos, no provoque sufrimiento, exigencias imposibles, vergüenzas y culpas con los que muchas personas de generaciones anteriores hemos crecido.

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