Un ‘yuppy’ convertido en monje y una vieja base de la Stasi: la asombrosa historia del futuro monasterio de Neuzelle
Hay que tener fe para construir un monasterio en la zona más atea de la Europa menos católica de todos los tiempos, como están haciendo unos entusiastas monjes cistercienses en un confín de la antigua Alemania comunista. El intempestivo proyecto lo capitanea la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao, será multimillonario y tardará al menos una década en completarse
Los mosquitos devoran a los monjes pero los monjes tienen una misión. Aún no ha llegado el verano y hace un bochorno exagerado en este remoto bosque alemán, la nube de insectos asedia enfebrecida y, pese a todo, los cuatro sacerdotes aguantan la sesión fotográfica con resignación cisterciense. “Participemos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que también merezcamos compartir con él su reino”, escribió en el siglo VI Benito de Nursia en su Regla de los monjes, texto fundacional del monacato; y es así como, disciplinadamente, milenio y medio después a estos buenos ho...
Los mosquitos devoran a los monjes pero los monjes tienen una misión. Aún no ha llegado el verano y hace un bochorno exagerado en este remoto bosque alemán, la nube de insectos asedia enfebrecida y, pese a todo, los cuatro sacerdotes aguantan la sesión fotográfica con resignación cisterciense. “Participemos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que también merezcamos compartir con él su reino”, escribió en el siglo VI Benito de Nursia en su Regla de los monjes, texto fundacional del monacato; y es así como, disciplinadamente, milenio y medio después a estos buenos hombres de Dios, ahí donde no los cubren ni su hábito ni su escapulario negro, donde la piel queda expuesta, les van naciendo escandalosas ronchas y da mucho apuro verlos sonreír con sus cuellos resudados, manoteando impotentes para espantar a los bichos. Yo ruego para mis adentros al fotógrafo que termine: “¡Termina, Juan, hay que sacarlos de aquí!”. Y en esto que entre los pinos a uno de ellos, el joven padre Isaak, le da por cantar “¡vamos a la playa, oh-oh-oh!”, y le sube la apuesta el veterano padre Simeon, entonando un beatífico canto gregoriano.
La misión por la que aguantan estos monjes, la misión que arrostran y que celebran estos monjes, por la que cantan animados entre el agobiante zumbido de los mosquitos, es la más intempestiva de las misiones. Van a fundar un monasterio. Eso es lo que harán en los próximos años. En este apartado bosque del Estado de Brandeburgo, lindando con Polonia, van a erigir un nuevo y gran monasterio. Desde el primer ladrillo. En la Europa menos católica de todos los tiempos. Hay que tener fe y buen humor.
“Tal vez podríamos hacer un mix”, dice Isaak a Simeon.
Mejor no tomárselos a broma. Estos tipos provienen de la abadía austriaca de Heiligenkreuz, que en 2008 sacó un CD de canto gregoriano, dirigido por el propio padre Simeon, que arrasó en Austria, número 1, y entró en el top 10 del Reino Unido. Amy Winehouse estaba en la cima con su Back to Black y al mismo tiempo ya en caída libre. Su sello era Universal, el mismo que el de los monjes, y ellos le hicieron una invitación para hospedarla y charlar de la vida. “Puede que encuentre en la fe una respuesta a sus problemas”, declararon a The Guardian.
Nuestros cuatro monjes atacados por mosquitos fueron enviados desde Heiligenkreuz a la localidad de Neuzelle, Alemania, donde hay un monasterio cisterciense del siglo XIII del que la Orden fue expulsada en 1817 por Federico Guillermo III de Prusia. Su traslado respondió a la petición del obispo de Görlitz, que quiso que los cistercienses volviesen a instalarse en este sitio simbólico para sacudirlo del sopor turístico y reavivar el pulso litúrgico en su espectacular iglesia barroca. Los primeros en llegar a Neuzelle fueron el padre Kilian y el padre Simeon, en 2017. Se asentaron en la casa parroquial y al año siguiente declararon la fundación del priorato de Neuzelle, dependiente de la abadía de Heiligenkreuz, siguiendo la milenaria lógica de expansión territorial del Císter. Luego negociaron con el Gobierno de Brandeburgo, propietario del antiguo monasterio, para comprarle una parte y reformarla con el propósito de darle otra vez el uso monástico, pero no llegaron a un acuerdo. Determinados a cumplir su misión de reactivar la tarea cisterciense en Neuzelle, los monjes tomaron la chiflada decisión de construir un monasterio de cero, todo lo cerca del pueblo que fuera posible.
Así que en la Alemania de Nietzsche, el filósofo que a finales del XIX anunció “Dios ha muerto”, Gott ist tot, aquel trueno wagneriano que aún retumba en los cielos y los ilumina con la esplendorosa luz del nihilismo, un grupete de monjes actúa como si aquí no hubiera pasado nada, con la misma naturalidad con que fundaban monasterios en la Edad Media, con idea de durar hasta el fin de los tiempos, como si no estuviéramos en la era poshumana: la era en la que el último iphone es la última versión del cuerpo de Cristo.
De aquí a 10 o 15 años irán ejecutando en tres fases la construcción de un monasterio para 45 monjes a 10 kilómetros de Neuzelle. El terreno está dentro de un bosque en el que tuvieron la fortuna de localizar un complejo arquitectónico edificado hace décadas y en un estado de completo abandono. Antes había sido una base de la Stasi. Qué mejor que levantar la casa de Dios sobre los restos del comunismo. Qué mejor que adorar al Señor sobre los escombros de la policía secreta de la República Democrática Alemana (RDA).
En 2022 compraron el terreno por un millón de euros. Ya han demolido el edificio y las obras del monasterio empezarán en 2025. Costará muchos millones. No dicen cuántos. Y si les preguntas cuándo lo terminarán, responden: “Pregúntele a Dios”.
Pero Dios no está aquí. Fue abolido por la RDA y le cuesta reaparecer. Según un estudio mundial de la Universidad de Chicago —hecho en 30 países—, esta zona del este alemán tiene el mayor porcentaje de ateos. No por nada a menos de 10 kilómetros de Neuzelle está Eisenhüttenstadt, fundada en 1952 como “primera ciudad sin Dios” de Alemania.
El fotógrafo Juan Millás remata su trabajo y huimos del bosque y de esos gordos e iracundos mosquitos. Antes de subir a la furgoneta, el padre Simeon se me acerca y me dice consternado que en vista del problema de los insectos acaban de decidir abandonar el proyecto del monasterio. E interviene Kilian, portavoz de los monjes. “Bueno, a no ser que nos hagan rápido una transfusión de sangre. ¡Es broma! Haremos el monasterio, pero tendremos un ejército de murciélagos contra los mosquitos. Y además les vamos a hacer el primer refugio para murciélagos nivel Premio Pritzker”.
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Por prestigio y carrera, no sería raro que la mexicana Tatiana Bilbao reciba el llamado Nobel de los arquitectos más pronto que tarde, y que se subraye este proyecto como la aventura más inopinada y de mayor envergadura de su currículo.
En el año 2017 sonó su teléfono y le hicieron una pregunta que no esperaba, aun viniendo de su imponderable amiga Vanesa:
—¿Te gustaría intervenir en un monasterio en Alemania?
Vanesa, también mexicana, es amiga de Tatiana Bilbao y del padre Kilian. Poco antes de asentarse el monje en Neuzelle y con su misión en marcha, si bien todavía con el propósito de partida de volver a establecerse en su antiguo monasterio secularizado, fue invitado por ella a México y conoció su casa en Monterrey, diseñada por Bilbao. El alemán quedó impresionado. Pensó que había dado con la arquitecta ideal para su proyecto.
La citaron para una conversación telemática de media hora que al final duró tres, y entre los buenos oficios de Vanesa y el persuasivo entusiasmo del monje, las prevenciones de la cabal y agnóstica arquitecta comenzaron a diluirse. Semanas después, Bilbao viajó a conocer a los monjes. Terminó de convencerse. Aceptó, dice, por la pregunta que la atraía como arquitecta: “¿Cómo hacer un monasterio en el siglo XXI?”. En una entrevista desde su estudio en Ciudad de México, dice que a veces todavía le parece que está soñando. “Es todo muy surrealista. Aún me cuesta creer que esto me esté pasando”.
Durante año y pico trabajó en la idea de reformar una parte del viejo complejo de Neuzelle. Cuando la negociación de los monjes con el Gobierno se frustró y le dijeron que querían hacer un monasterio de nuevo cuño, el desafío se hizo desmesurado y Bilbao optó por integrar en el proyecto a otras dos oficinas de arquitectura, Maio, de Barcelona, y Dogma, de Bruselas. “Necesitaba más mentes en la mesa”, dice. Desde 2019, el equipo visitó monasterios y se documentó para entender los principios arquitectónicos cistercienses. Dedicaron mucho tiempo a la investigación. En otra conversación telemática, Guillermo López, de Maio, y Martino Tattara, de Dogma, me explicaron su minuciosa investigación. La definieron como “un proceso de cocción lenta” con el objetivo de ser capaces de hacer un monasterio “fiel al modelo original cisterciense” y a la vez actual, que no cayese en el historicismo —o imitación del estilo antiguo—. El diálogo con los monjes fue otro elemento clave de su modo de trabajar. A veces eran los arquitectos quienes se tenían que poner más cistercienses que los monjes, para que estos comprendieran aspectos de su tradición arquitectónica que desconocían. Otras veces eran los monjes los que se veían en la necesidad de imponerse. En el año 2022, el equipo de arquitectos les presentó su primera propuesta de monasterio y ellos la tumbaron.
Bilbao por videollamada: “Violamos algunos de sus preceptos, como la simetría en la iglesia. En nuestro esquema era asimétrica. Y encima estaba orientada para recoger la luz del norte, y esto fue lo peor que pudimos haberles presentado porque para ellos es la luz del demonio. En la mayoría de las iglesias de la zona de Polonia aledaña a Brandeburgo incluso tienen la fachada del norte cerrada. Les pareció un sacrilegio absoluto”.
Kilian, sentado conmigo en Neuzelle: “Era buena arquitectura en lo estructural pero no en lo espiritual. Nosotros necesitamos un nivel óptimo en las dos categorías”.
“Está siendo el proyecto más retador de mi carrera”, afirma Bilbao. “Hubo un momento que nos dijimos: ‘O cambiamos el chip o no vamos a poder hacerlo, porque estamos tomando decisiones desde la racionalidad y aquí no se toman así’. Este ha sido el reto más grande, el desaprender a hacer arquitectura desde la razón para hacer arquitectura desde el alma. No hemos llegado a ello aún y no sé si pueda llegar en mi vida”. Durante la investigación, la arquitecta visitó un monasterio abandonado con Pier Vittorio Aureli, de Dogma, y con el padre Kilian. Primero se tomaron fuera un café. El monje estaba eufórico. Les dijo que estaban haciendo un gran trabajo y que Dios los iba a guiar para hacer este espacio. Cuando entraron en la iglesia, su socio italiano, un estudioso de los monasterios, se paró, se volteó hacia ella y, rendido ante la fuerza metafísica del espacio, dijo: “Menos mal que Dios nos va a ayudar, porque yo no tengo ni idea de cómo vamos a hacer algo así”. Posteriormente, Bilbao visitó en Ciudad de México con sus alumnos de Yale la capilla del monasterio de clausura de las Capuchinas, del arquitecto Luis Barragán. “Yo había estado mil veces, pero esta vez entré y me di cuenta de verdad de lo que pasa ahí dentro. Es más que un espacio que da cabida al cuerpo. Es un espacio que sostiene el alma”.
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El día que conocí a Kilian nos estaba esperando a las nueve de la mañana en la puerta de la casa parroquial de Neuzelle. Les estaba llegando una provisión de helados. Se había levantado a las cuatro de la madrugada, había hecho en su cuarto una breve oración, se había aseado y a las cinco ya estaba en la iglesia haciendo la oración de vigilia. Cinco horas después, estaba listo para llevarnos en furgoneta al sitio donde harán el monasterio.
Nada más llegar recordó cómo se lo encontró la primera vez. Había una atmósfera de abandono mohosa y repugnante. Pero lo cautivó el sendero flanqueado por árboles grandes y vetustos que daba entrada al complejo de la Stasi. “Pese a las náuseas que sentía, tuve la intuición de que era un lugar adecuado para adorar a Dios”, dice Kilian Müller, de 47 años. Avanza y nos explica lo que había antes de la demolición realizada en 2022. Señala un sótano que se conservó porque lo había colonizado una valiosa especie de murciélagos, la misma que según dice tendrá “un refugio Pritzker”. Indica un sitio donde había una habitación de emergencia. Luego una zona donde se podía jugar a los bolos. Arcos de hormigón para la bóveda de un búnker que no llegó a construirse. También un área en la que había celdas sin ventanas. Cuando los monjes compraron el terreno, solicitaron información oficial sobre esta base de la policía política. Los documentos que les aportaron eran vagos. Pero entre esto y diversos testimonios que recabaron, se han hecho una idea de la función que tenía el lugar. Creen que operaba como una especie de centro de retiro y recuperación de espías de la RDA que volvían de misiones en el extranjero. Aunque el monje advierte de que el espacio estaba dividido por una verja en una parte civil, la de supuesto descanso, y otra militar. Es decir: dos partes concebidas como compartimentos estancos. “A saber por qué”, según Kilian.
Lo que pasó aquí ha quedado envuelto en la bruma. Los vecinos de los pueblos del entorno tampoco saben, dice el monje. “Nadie preguntaba”.
De poco me valió citarme unos días después en Berlín con un veterano experto en la Stasi. Mi afán era que me explicase cómo funcionaba esta clase de bases secretas. Nos encontramos en una terraza, saludó y, una vez aclaró que su trayectoria académica era más bien una fachada de su verdadero oficio, agente de inteligencia, dio rienda suelta a un monólogo indetenible en el que, resumiendo, me reprochó que no hubiese indagado lo suficiente y que desconociese que tras el proyecto de los monjes estaban los intereses estratégicos de Putin en la frontera oriental alemana: “Esto no es más que otra carta de la baraja”. Hablaba alemán y un amigo mío español —profesor en Berlín de inteligencia artificial—me traducía. Al cabo de una confusa e inquietante hora, en la que el experto en la Stasi me sacó una fotografía con su móvil y dijo “es para una niña a la que le gustan los unicornios”, mostró una noticia de internet que según él apuntalaba su versión. La miré y le comenté que la noticia no hablaba del proyecto de Neuzelle, sino de otro asunto cualquiera en Alemania que además estaba relacionado con la Iglesia ortodoxa. “Oh. Ha habido una confusión. Siento haberle hecho perder el tiempo”. Me dio un apretón de manos con la fuerza de un pistón hidráulico y se quedó comiéndose una ración de patatas fritas.
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En la iglesia de Neuzelle nos vemos con otro personaje de la historia: la madre Stella Maris. Es una mujer que trabajó tres décadas en la élite del arte contemporáneo y que cerró esa etapa hace unos años para entregarse a la vida religiosa. El año pasado se consagró como monja ermitaña y vive en una granja cerca de Neuzelle y de los monjes, a los que está muy unida y a los que apoya como amiga y consejera en su aventura del monasterio. “Este es un proyecto de punta que va a hacer historia”, dice. “Reúne cualquier criterio de mercadotecnia. No tiene competencia. Tiene una historia increíble y no se está haciendo nada igual en ninguna parte”. Menciona el monasterio trapense de Novy Dvur, construido cerca de Praga a inicios de los dos mil y diseñado por otro arquitecto de prestigio, el británico John Pawson. “Pero no es lo mismo. Esto es muy atípico, en una región donde casi no hay católicos. Es como un viaje al medievo, a cuando los monasterios se asentaban en lugares inhóspitos. Y además dialoga con aquellos tiempos en los que la Iglesia atraía a los mejores artistas”. En su agenda están los nombres de artistas de primer nivel, y por su voluntad de llenar de cultura el proyecto de los cenobitas, el padre Kilian ha ido charlando y explorando posibles colaboraciones con creadores como Tino Sehgal, Christian Jankowski o con la historiadora del arte Dorothea von Hantelmann.
Stella Maris nació en Monterrey en el seno de una familia de industriales. Es nieta de la difunta Margarita Garza Sada de Fernández, devota católica y filántropa que pagó de su bolsillo en su ciudad un edificio de Tadao Ando, otro ilustre Pritzker. E hija de Mauricio Fernández Garza, un empresario y político polémico y extravagante: tan polémico que cuando fue alcalde de un municipio aledaño a Monterrey se le acusó de haber formado un escuadrón parapolicial para combatir a los narcos y tan extravagante que en su mansión tiene una espada de Hernán Cortes y la cabeza de un Tyrannosaurus rex. La madre Stella Maris fue bautizada como María Vanesa Fernández Zambrano. Stella Maris es aquella imponderable mujer que en 2017 sorprendió a Tatiana Bilbao con una llamada. Es la amiga Vanesa.
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Pienso en la extraña confluencia de poder y delirio en este proyecto monástico en plena “era secular” (definición del filósofo Charles Taylor) y recuerdo las palabras de un erudito cuando le planteé mi perplejidad ante esta historia. “Todo lo verdaderamente religioso siempre es desmesurado y va siempre contra corriente”, me dijo por teléfono José Casanova, sociólogo de la religión y profesor emérito de la Universidad de Georgetown. También me explicó que cuadra con la decisión de la Iglesia alemana, tras la reunificación, de hacerse presente en el Oriente. “Esto supone colonizar una zona que históricamente no ha estado bajo su influencia, sino primero bajo influencia luterana, luego bajo la de la Prusia secular, luego bajo la del nazismo y por último bajo influencia del régimen comunista”.
Recuerdo también la clase magistral que me dio en su despacho del CSIC la profesora Ana Rodríguez, especialista en historia social del poder en la Edad Media, y su sintética conclusión: “Lo de tus monjes alemanes es un proyecto anacrónico, pero totalmente coherente con lo que es la Orden del Císter desde el siglo XIII”.
n un absorbente viaje de una hora se remontó a las primeras agrupaciones de eremitas en el desierto de Egipto, siguió a los orígenes del monacato con Benito de Nursia en el siglo VI, pasó por la fundación en el XI de la Orden de Cluny, que comienza a dar estructura y jerarquía a la red de monasterios, y llegó a la aparición de la Orden del Císter a finales del mismo siglo. “Fue una reacción muy fuerte en contra del poder y la riqueza de la Iglesia, aunque esto se corresponde más con la mitología y el relato de la Orden que con su realidad, porque el proyecto cisterciense siempre fue un proyecto de poder y económico. De hecho, siempre se dice que el Císter es la primera gran orden empresarial”. El proyecto de Alemania le dio curiosidad a la investigadora, pero por encima de todo le generó un interrogante. “Mi primera pregunta como historiadora social siempre es, ¿de dónde sale la pasta?”.
El padre Kilian, director financiero del proyecto, responde:
—Hacemos recaudación de fondos y tenemos diferentes tipos de campaña y diferentes grupos de gente a los que nos dirigimos, pero hay determinadas cosas a las que por el momento no puedo dar una respuesta, de verdad.
—¿Por qué?
—¡Porque no la tengo! —sonríe.
—Quiere decir que no sabe de dónde viene el dinero.
—Exactamente… Vamos a ver. Sé que sonará cándido, pero es simple. Yo he estudiado lo suficiente de negocios para entender cómo funciona un modelo de esta clase, y como monje y director financiero del proyecto debo decir que he asistido a un milagro.
—¿Y cuánto costará el monasterio?
—No vamos a dar cifras. Además, caducan de un día para otro.
El terreno tiene 175 hectáreas y la superficie construida será de 11,5 hectáreas. Los monjes dejarán pronto la casa parroquial. Han comprado una pequeña granja en un pueblo cercano al futuro monasterio y la reformarán para que les sirva de cenobio provisional hasta que aproximadamente dentro de tres o cuatro años se termine la primera fase del proyecto: la iglesia, el claustro ritual y la mitad de las celdas. En la segunda fase se hará la otra mitad de las celdas y el claustro de huéspedes. La tercera fase incluirá el claustro de la juventud y de trabajo. También irán construyendo a lo largo del proyecto siete ermitas seculares comerciales, para personas, religiosas o no, que quieran pasar temporadas. Si la entrada de fondos lo permitiese y no hubiese contratiempos de otro tipo, el proyecto completo se podría ejecutar en menos de una década. Como los monjes, Tatiana Bilbao prefiere no poner fechas, aunque confía en la capacidad financiera de los cistercienses: “La verdad es que se les da bien. Es impresionante, son muy hábiles. Creo que está en el ADN de esta organización”.
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Los cuatro monjes que acudieron al bosque a ser fotografiados se sientan en un cuarto de reuniones de la casa parroquial para una última entrevista. El padre Simeon Wester, de 59 años, prior del grupo y director de canto; el padre Kilian Müller, de 47 años, segundo prior, director financiero y jurídico del proyecto; el padre Malachias Hirning, de 38 años, silencioso y discreto en el bosque, silencioso y discreto ahora, director de crowdfunding, y el padre Isaak Kaefferlein, de 31 años, sacerdote de la parroquia y community manager.
Pregunto qué le aporta a cada uno el proyecto. Kilian: “La creación de las condiciones para hacer posible encuentros entre personas”. Simeon: “Adorar a Dios”. Isaak destaca la “retroalimentación” que se da entre el proyecto y la vocación propia. Malachias: “Profundizar en la búsqueda de Dios”. Pregunto si les preocupa el declive del catolicismo. Dicen que no. Para ellos lo fundamental es su relación con Dios, independientemente de la circunstancia histórica de la Iglesia. Kilian: “Dios es siempre el mismo, no depende de los likes”. Simeon toma la palabra en su parsimonioso alemán y hace una reflexión de cinco minutos sobre el amor a Dios comparándolo con el amor de pareja o de amigos. Kilian traduce al inglés las palabras de Simeon, que en su lengua suenan profundas, hipnóticas, catedralicias. Sostiene que el amor es una decisión que se renueva cada día y que el auténtico reconocimiento del otro excede la razón. “Gracias al amor y al perdón, trascendemos la lógica del mundo”.
Mientras el padre Simeon peroraba, me vino a la cabeza una pregunta que me pareció importante. Cuando terminó se me había olvidado.
—Disculpen, me he bloqueado.
—¡Ha sido el Espíritu Santo! —celebra Kilian.
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Kilian creció en una familia protestante en la República Federal de Alemania. Iba para empresario. Mientras estudiaba trabajó para la compañía Lufthansa. Su primer empleo fue en Hamburgo en una consultoría. Había sido un alumno brillante y era un empresario prometedor cuando en 2004 le diagnosticaron una enfermedad autoinmune y le dieron entre cinco y diez años de vida. Se mudó a Berlín y se pasó dos años sumergido en su cultura de club. Aunque hace años que se dedica al canto gregoriano, recuerda que le gustaba la electrónica, “especialmente el jazz electrónico”. El clubbing acabó por desfondarlo. En 2006 decidió buscar un lugar donde pudiera pasar unos días y encontrar cierta “paz interior”. Encontró un sitio en Austria que le pareció adecuado, la abadía de Heiligenkreuz. Cuando me contó en Neuzelle lo que pasó a partir de ahí, me costó tanto seguirle la pista que semanas después me lo tuvo que repetir con un mensaje de WhatsApp. Ordenado y al grano.
“Llegué a Heiligenkreuz el miércoles 30 de agosto de 2006. El viernes 1 de septiembre comenzó mi encuentro con Dios y duró hasta el domingo 3 de septiembre. El miércoles 6 de septiembre volé a Berlín y el lunes 11 de septiembre volé de vuelta a Viena y me mudé al monasterio. El 13 de septiembre me convertí al catolicismo y recibí el sacramento de confirmación. El 14 de septiembre hice la primera comunión”.
Con “mi encuentro con Dios” se refiere a la noche en que, recién llegado al monasterio, fue a un evento litúrgico juvenil y, cuando empezaron los cantos, de repente cayó de rodillas al suelo. “Algo me tocó muy adentro y me eché a llorar. No lloraba desde que tenía 13 años”. Comenzaron dos semanas en las que su cabeza atravesó una especie de viaje psicoactivo. “Al día siguiente alquilé una bici para pasear y a cada rato me paraba a mirar cualquier bicho o las flores o una mosca. Los colores eran tan intensos, todo me parecía de una belleza tan excesiva que pensé que me estaba volviendo loco. Lloraba porque era demasiado bello”.
Ya después de hacer la comunión, relata el monje, durante el proceso de integración al monasterio estaba leyendo la constitución de la Orden cisterciense y de pronto vio que se podría rechazar al aspirante por enfermedad. Lo comentó con su confesor. Le explicó que su diagnóstico había comenzado con unos problemas de piel. El sacerdote le dijo que tenía un hermano dermatólogo en Viena y le sugirió que fuese a verlo. Kilian acudió. Cuenta que, para no predisponerlo, ocultó su diagnóstico. El médico lo revisó y a los 10 minutos le dio otro diagnóstico. Solo una enfermedad cutánea. No se estaba muriendo.
Hoy aquel yuppy es un monje que gestiona un proyecto millonario con una sola prenda en su armario. Un hábito de algodón. El veinteañero que iba a morir y buscaba el éxtasis en la noche de Berlín lo encuentra al alba cantando loas al Señor.