Asher Liftin, el niño prodigio descubierto por Wes Anderson hoy apunta dónde está el futuro del arte
El artista de 25 años, cuya obra se ve en ‘Moonrise Kingdom’, vende cuadros a David Geffen o Jan Koum, fundador de WhatsApp y se muestra a favor de las imágenes creadas con inteligencia artificial
¿Deberíamos asumir que la etiqueta de “arte contemporáneo” ha quedado más vieja que la tos y buscar una nueva para lo que está sucediendo en la contemporaneidad de 2024? El pintor estadounidense Asher Liftin tiene 25 años e, inevitablemente, uno acude a él como si fuera el oráculo sobre lo que viene. O, más bien, de lo que está ya aquí y no nos acabamos de enterar. Es uno de los primeros artistas exitosos de la generación que c...
¿Deberíamos asumir que la etiqueta de “arte contemporáneo” ha quedado más vieja que la tos y buscar una nueva para lo que está sucediendo en la contemporaneidad de 2024? El pintor estadounidense Asher Liftin tiene 25 años e, inevitablemente, uno acude a él como si fuera el oráculo sobre lo que viene. O, más bien, de lo que está ya aquí y no nos acabamos de enterar. Es uno de los primeros artistas exitosos de la generación que cursó sus estudios universitarios por Zoom, que ha sido descubierta en Instagram por los grandes comisarios del arte y que normaliza la inteligencia artificial como una simple herramienta de trabajo y un potencial punto de partida. “Nunca fui de los que se sentaban con un bloc y un lápiz a pintar algo que surgiera de su imaginación”, dice en esta entrevista en su estudio en New Haven (Connecticut).
Pero que nadie se equivoque con él. No tiene nada que ver con el nihilismo referencial de la generación Z ni con la nueva plutocracia influencer. Sus cuadros de gran formato son una revisión del puntillismo filtrada por destellos de Jasper Johns. Admira profundamente a Picabia y, cuando argumenta su postura a favor de las imágenes creadas con inteligencia artificial, se apoya en la técnica del trampantojo o las fotografías híbridas del canadiense Paul Wall. No es casualidad, pues quizá lo que más justifique la solidez y el concepto de su estilo pictórico es que el neoyorquino Liftin viene de la Universidad de Yale, donde, además de Arte, estudió Ciencias Cognitivas. Para rematar su calidad de niño prodigio, su debut sucedió de la mano de Wes Anderson en el filme Moonrise Kingdom a los 12 años. “Una profesora me dijo que Anderson estaba buscando artistas en las escuelas para su nueva película porque el protagonista tenía mi edad, y que mandara el currículo, lo cual era un poco absurdo, porque qué currículo vas a tener a los 12 años. Pinté unas acuarelas, las envié y me eligieron”, recuerda.
A pesar de ese prometedor inicio, Asher Liftin nunca pensó que llegaría a vivir del arte y decidió complementar su formación con un pensamiento científico que, en cambio, reforzó su visión artística, de manera inversa a cómo el telar de Jacquard (otra de sus referencias) se convirtió en un predecesor de la programación informática. Cuando se alejó de la pintura durante la pandemia (“no quería pintar por Zoom”, dice) se obsesionó con la película Blow-Up, de Antonioni, en la que un fotógrafo cree descubrir realidades escondidas y trascendentes en las ampliaciones de sus propias fotos. Con estos mimbres, los laberintos de la percepción de la imagen y el flujo informativo de la era digital se convirtieron en sus musas. “Cuando ves una pintura, algo te cautiva porque hay una serie de procesos intermedios que generan ese sentimiento en ti, pero tú no los percibes. De la misma manera que un tuit o un post de Instagram se hace viral y genera una reacción emocional o una sensación de verdad cuanto más se multiplica en las redes. Ser consciente de esa relación entre rapidez y ferocidad es muy interesante”, asegura. Por eso, busca en sus cuadros un impacto estético cautivador inmediato, pero forjado en un minucioso proceso casi de laboratorio. Su técnica es compleja, prácticamente científica, que esconde un proceso minucioso, un marco teórico y algunos detalles que rozan lo subliminal. Disfruta y mide los pasos intermedios. Volviendo a Jacquard, siente que su manera de pintar es casi como tejer un tapiz. Empieza a construir sus imágenes en gris, va sumando capas de color, las enriquece con tinta traslúcida, genera plantillas geométricas, juegos de espejos y texturas y, como el impresionismo, disfruta cuando lo figurativo se convierte en abstracto en la cercanía.
Suena sesudo, pero todo en él es juguetón. Y parece que divirtió mucho a un comisario de arte que vio su arte en Instagram y le puso la alfombra roja en la galería milanesa Alessandro Albanese, en la que sería su primera exposición individual internacional. La tituló, precisamente Blow-Up, y sucedió en 2022, coincidiendo con su graduación en Yale. “Esa primera exposición en Italia fue muy emocionante, porque había mucho de cine italiano en esos cuadros. Pero pensé que con suerte vendería un par de cuadros y a partir de ahí ya veríamos”. Ese “a partir de ahí” fue que el multimillonario David Geffen sería uno de sus primeros compradores y, para cuando ya volvió a Nueva York en 2023 con su exposición Error Signals, en la inauguración en la galería de Nino Mier se pudo ver a una élite peculiar: Jan Koum, cofundador de WhatsApp, o Gary Steele, presidente de Cisco. Fortunas tecnológicas para esta hibridación de arte y ciencias cognitivas.
“Realmente ha habido gente que ha apoyado muchísimo mi trabajo”, dice todavía con modestia, como relativamente modesto es también su estudio en la localidad donde se ubica su universidad y donde luego nos lleva a comer un sándwich. “En Nueva York los espacios son muy pequeños y mis cuadros son muy grandes”, resume, aunque ya está listo para desembarcar en la Gran Manzana. Aquí en New Haven, la única ventana del local fue su musa para una serie de cuadros que posteriormente jugaron a expandir el horizonte de las paredes de una galería (Studio window I, II y III). Ahora mismo, en las paredes del estudio tiene retratos de compañeras (Ariadne), muchas postales y, por supuesto, el arte en el que está trabajando actualmente, dominado por los bodegones. “La naturaleza muerta ha sido un objeto tan fácil para las convenciones, tiene tantos precedentes en la historia del arte, que si la desmontas y la haces sentir extraña, la gente, cuando la mira, establece una relación contradictoria con el objeto. Y eso me gusta”, reconoce. Es por eso por lo que, en lo que define como un guiño al artista manierista Parmigianino, en el díptico simétrico que cuelga al entrar a la derecha, se le ve a él en un jarrón reflejado tomando una foto con el móvil, como un matrimonio Arnolfini de 2024. ¿Arte poscontemporáneo? Llámelo como quiera, pero con Liftin estamos en buenas manos.