¿Por qué debemos revisar los relatos que hacemos de nuestras vidas?
El trabajo del psicoanalista es escuchar las historias que cuentan las personas para encontrar lo que esconden e impulsar una transformación en positivo
Nada nos seduce más que las historias, los relatos de nuestras vivencias. Definen quiénes somos. Cruzan las barreras del tiempo y la geografía, y nos permiten conectarnos con nosotros mismos y con los demás, de manera real pero también imaginaria. Nos dan la convicción de que nuestras vidas tienen sentido. Pero ¿qué ocurre cuando los relatos de nuestras vivencias son engañosos y en lugar de aportar claridad confunden? Muchas veces los relatos hablan —en segundo plano— de que estamos atrapados en el pasado, en el trabajo o en nuestras relaciones, por ejemplo. Igual que en una película de cine, el casting es esencial. Además, cada historia está narrada por un autor. No obstante, ¿qué pasaría si configuraras tu propia historia y la contaras desde el punto de vista de otra persona? ¿Qué verías desde esta perspectiva? ¿Qué material es superfluo? ¿Son los personajes secundarios realmente importantes o son distracciones? ¿El protagonista avanza? Asumimos que nuestras circunstancias constituyen la matriz de nuestras historias, pero el psicoanálisis me ha mostrado lo contrario: la forma en que narramos nuestras vidas moldea a los seres en los que nos convertimos.
Ponemos mucho énfasis en conocernos a nosotros mismos, pero conocernos implica desconocernos, dejar ir la única versión de nuestra historia que nos hemos estado contando a nosotros y a los demás. Somos narradores poco fiables. ¿Por qué es tan fácil dejarse influir por algo tan simple como una historia? Ese es el peligro: nuestras historias pueden descorazonarnos. Pero también ese es su potencial: al modificarlas, podríamos enriquecer nuestras vivencias. Cuanta más inversión emocional ponemos en ellas, menos observación objetiva y crítica practicamos. El trabajo del psicoanalista es escuchar las historias que una persona cuenta y encontrar, entre líneas, las que realmente está contando, excavar dentro de la narrativa ostensible para que lo significativo pueda aflorar y cristalizarse en nuevas formaciones de recuerdos y relatos. Una historia. Se trata de acompañar en el proceso de construcción de significado, a veces de maneras que son impensables e impredecibles de antemano.
La semejanza entre cómo se construyen las historias en el psicoanálisis y en el cine es sorprendente. A pesar de que el primero se centra en la palabra y el segundo en las imágenes, podríamos decir que ambos están provistos de una pantalla para la proyección del inconsciente. Una conversación informal con el director de cine catalán Albert Serra (La muerte de Luis XIV, Liberté, Pacifiction) me ayudó a entenderlo. Detalla con su manera de trabajar mecanismos que bien podrían ser los que la mente emplea en la construcción de nuestras propias historias más íntimas. “Intento articular las imágenes sin preocuparme del significado, no controlando el efecto, dejando libertad, no están bajo mi control”, explica Serra. “¿Cómo se combinan después? No lo sé. La narración sin diálogo es el enfoque más inclusivo que puede adoptar una historia. Es narración cinematográfica pura”.
Al ceder el control, Serra y los actores —a menudo no profesionales y que ni siquiera han leído el guion con anticipación, pero que reciben señales en sus auriculares durante el rodaje— permiten que una pulsión emerja del inconsciente. Él lo describe como “una gestación natural de concatenación de imágenes”, sin una idea preconcebida. “Un nivel profundo de convocar al inconsciente…, ese es el mundo en el que me muevo”. Y explica: “Utilizo tres cámaras, planos largos y el zoom, de tal manera que los actores no saben lo que en realidad se está filmando, ni remotamente lo pueden imaginar. Se sorprenden y no se reconocen en absoluto [en el resultado final]. La historia está tan trufada, el orden se ha invertido, la película se va por vías contradictorias y el andamiaje está lleno de incertidumbres, como la vida misma. Mis películas se acercan a la complejidad de la vida”, concluye el director.
Entre sus Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino, narrador de historias extraordinario, había incluido “la visibilidad” en su lista de valores a salvar, para advertirnos del peligro que corremos al perder una facultad humana básica: el poder de enfocar visiones con los ojos cerrados, de hacer surgir formas y colores de las letras negras sobre una página blanca. Como una película de Serra, nuestras historias son el resultado de una sucesión de momentos, materiales o impalpables, durante los cuales las imágenes toman forma y nos dan acceso a nuestro mundo interior. En ellas, las áreas silenciosas e inexpresables se convierten en matriz para la generación de personajes, animados o inanimados, del presente o del pasado, y de historias que comienzan a tener sentido y se vuelven capaces de narrar, aunque previamente hubieran estado silenciadas. Esta especie de cine mental —con potencial transformador, no lo olvidemos— está permanentemente funcionando en cada uno de nosotros. Es materia para la puesta en escena de nuestras historias que, si no se transforman, generarán una eterna compulsión a repetirse.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.