Misión: proteger al rinoceronte blanco
Aunque el cuerno del rinoceronte no tiene ninguna propiedad medicinal, los furtivos siguen cazándolo para venderlo en el mercado negro. Viajamos al parque nacional Kruger, en Sudáfrica, para ver los esfuerzos de conservacionistas y marcas como Hublot para mantenerlos vivos.
Las hélices del helicóptero cortan el aire en ráfagas de sonido monótonas y pesadas. Son más de las 7.30 y el sol está ya arriba, pero todavía no calienta lo suficiente como para volverse agotador. El paisaje, de arbustos secos por culpa del invierno, hace el trabajo de Marius, el piloto del helicóptero, más fácil. Sus ojos han detectado en medio de la sabana del parque nacional Kruger de Sudáfrica a un rinoceronte blanco. Avisa a la tripulación. Uno de los rangers (guarda del parque) del ...
Las hélices del helicóptero cortan el aire en ráfagas de sonido monótonas y pesadas. Son más de las 7.30 y el sol está ya arriba, pero todavía no calienta lo suficiente como para volverse agotador. El paisaje, de arbustos secos por culpa del invierno, hace el trabajo de Marius, el piloto del helicóptero, más fácil. Sus ojos han detectado en medio de la sabana del parque nacional Kruger de Sudáfrica a un rinoceronte blanco. Avisa a la tripulación. Uno de los rangers (guarda del parque) del helicóptero coge un rifle y dispara contra el animal. En el blanco y a la primera. El rinoceronte gruñe, pero el sonido queda ahogado por el ruido de las hélices. Avanza unos pocos pasos descoordinado entre los arbustos como sin comprender qué es lo que sucede. De pronto, se desploma. Marius comienza a descender el helicóptero y se posa suavemente en la tierra, levantando una ventolera llena de arena y hierbas secas como paja. Cuando la hélice deja de girar, del aparato baja un equipo de varios rangers con rifle, dos veterinarios y el propio Marius. Corren apresuradamente hacia el rinoceronte. No está muerto. Está dormido. No le han cazado. Le están salvando la vida.
El equipo trabaja rápido. Saben que tienen poco tiempo y la labor que han venido a hacer es cara. Lo primero que hacen es taparle los ojos con una toalla y atarle cuerdas para poder inmovilizarlo. Después, le miden el cuerno y con un aparato buscan detrás de las orejas y por el cuello si lleva microchip. El rinoceronte no se mueve, respira trabajosamente y de vez en cuando gruñe de nuevo. Es un ejemplar macho joven, lo que significa que su cuerno crece a una velocidad mayor que la de otros ejemplares. En las hembras embarazadas, el cuerno apenas crece porque toda su energía va dedicada a la gestación.
De pronto, los gruñidos dejan de oírse. Marius tiene en las manos una sierra eléctrica gigante que aproxima hacia el cuerno del animal. Lo corta haciendo saltar cientos de esquirlas sobre la tierra. Huele a uña quemada, tiene la textura de una uña y cuando lo cortas se convierte en lo mismo que una uña: basura. El cuerno de rinoceronte no tiene absolutamente ninguna propiedad milagrosa, ni siquiera beneficiosa, pero aun así es venerado en países asiáticos como China o Vietnam. En esas latitudes del mundo llevan siglos pensando que el cuerno convertido en polvo cura desde la resaca hasta el cáncer y, al mismo tiempo, tener un cuerno entero de un ejemplar adulto es una muestra de poder económico. En el mercado negro, el precio del cuerno de rinoceronte alcanza los 60.000 euros por kilogramo. Más caro que la cocaína.
“Tenemos una enorme frontera con Mozambique, gran parte de ella abierta, por donde entran los cazadores furtivos. A los mozambiqueños los grupos criminales les pagan por kilogramo, así que arrancan el cuerno incluso si es pequeño. La mayoría de esos cazadores son personas muy pobres”, cuenta Cathy Dreyer, la primera mujer jefa de los rangers del parque nacional Kruger desde su fundación. Dreyer lleva más de 21 años dedicándose a la protección de los rinocerontes. Prácticamente toda su vida laboral. Empezó en un equipo similar al que acompaña a Marius en el helicóptero pero en Kimberley, en el centro de Sudáfrica. “Me quedé allí 13 años pero me cansé mucho de vivir en un saco de dormir y una tienda de campaña porque pasábamos ocho meses en la carretera y cuatro en casa”. Así, Dreyer se unió hace seis años al equipo de los rangers del parque Kruger y, desde hace dos, se convirtió en su jefa.
La mayoría de los días, su jornada y la del resto de los guardabosques consiste en levantarse a las cuatro de la madrugada y trabajar hasta que se pone el sol. El parque Kruger, de 19.000 kilómetros cuadrados, tiene casi la misma superficie que Israel. Un extenso territorio de baobabs y arbustos difícil de mantener controlado. “De una punta del parque a otra puedes tardar todo un día si vas en coche”, asegura Dreyer. El Kruger emplea a unas 2.500 personas. De ellas, solo 386 son rangers. Demasiado pocos para mantener a raya a decenas de cazadores furtivos en un territorio tan extenso. En 2011, el Kruger albergaba una población de 10.621 rinocerontes blancos. En 2022 quedaban 2.225. Solo en los seis primeros meses de 2023, 42 rinocerontes fueron asesinados por cazadores furtivos en el parque nacional.
“Depende de los rangers de terreno detectar las pistas de los furtivos y rastrearlos, a veces, durante todo el día”, explica Dreyer, “tenemos perros para olfatear el rastro, cámaras de reconocimiento de matrículas escondidas tras los arbustos, gafas de visión nocturna y estamos entrenando a helicópteros que puedan volar de noche. Hemos mejorado pero los cazadores furtivos también. Siempre van un paso por delante”. En muchas ocasiones, ese paso por delante no se debe más que a una ayuda, un chivatazo, de dentro. De entre las filas de los propios rangers. “Según los informes, el 40% del personal está involucrado en la caza furtiva”, reconoce Dreyer.
Ella misma, al asumir el cargo, despidió a más de 40 rangers. “Tuvimos a un ranger regional involucrado hace unos años”, cuenta Dreyer. Se refiere a Rodney Landela. Trabajador durante 15 años del parque, todos sus compañeros le veían como el próximo jefe antes de que Dreyer asumiera el cargo. En 2016, fueron esos propios compañeros que confiaban en él los que le descubrieron huyendo del lugar donde yacía un rinoceronte muerto. La bala de su rifle era la que lo había matado y sus zapatos ensangrentados no dejaban lugar a dudas. El cuerno arrancado fue encontrado a pocos metros del lugar. “Tenemos un problema muy grave con la corrupción y solo ahora estamos empezando a comprender cómo los rangers acaban en esas redes mafiosas”, explica la jefa del Kruger.
Por lo general, el sistema es casi siempre el mismo: un ranger tiene una deuda y acaba pidiendo dinero prestado a un usurero. Los usureros en Sudáfrica suelen estar involucrados en la caza furtiva y, cuando se enteran dónde trabaja su cliente, no dudan en chantajearle usando a su familia. Por su parte, los rangers conocen con exactitud dónde está cada animal, los despliegues de sus compañeros y tienen armas y posibilidad de sacar el cuerno una vez matado el animal. “Definitivamente, los rangers no cobran lo suficiente en el parque. Un guardabosques de campo cobra entre unos 10.000 y 12.000 rands al mes [alrededor de 600 euros]”, admite Dreyer. Pero con la caza furtiva se pueden meter al bolsillo buenas mordidas.
“La gente que viene aquí a matar está desesperada. Es gente que mata porque quiere alimentar a sus hijos. Los que viven aquí no entienden por qué los turistas vienen a fotografiar su comida”, reconoce Kevin Pietersen, exjugador de críquet y fundador de la organización SORAI, que se dedica a dar apoyo monetario a los trabajos de conservacionismo del parque nacional Kruger. Su organización, con la que colaboran marcas como Hublot, que ha sacado a la venta ya tres relojes dedicados a la protección de los rinocerontes, se ha especializado en reunir fondos que luego destina a colegios para educar a los niños de la zona en la protección del animal y en apoyar monetariamente las actividades de los rangers. El descornado de un rinoceronte como el que ha realizado Marius, que implica la movilización de un equipo de profesionales y la gasolina de un helicóptero, cuesta unos 2.000 euros por cada animal. Una cantidad de dinero de la que el parque no dispone. En los días buenos, pueden llegar a descornar hasta 20 rinocerontes. “Desgraciadamente, en Sudáfrica no tenemos un Gobierno que quiera prohibir terminantemente la caza”, dice Pietersen. De hecho, la caza del rinoceronte es legal en el país si tienes un permiso del Gobierno (hay unas 1.000 licencias expedidas en este momento). El comercio internacional del cuerno sí que está prohibido, pero no así el interno.
Después de cortar el cuerno al rinoceronte, Marius deja que su equipo trabaje. Una de las veterinarias coge una muestra de heces y cinco tubitos con sangre que luego analizarán en el laboratorio. El cuerno cortado reposa a su lado, en la tierra. Su pico limado indica que este ejemplar ya fue descornado hace algunos meses. Es suave y pesado, y en la parte recién cortada muestra un color beis con un centro gris oscuro que dibuja la forma de un corazón. Cuando terminan todas las mediciones, sueltan al rinoceronte que ya no gruñe ni patalea sino que se pone de pie enseguida. Todo ha terminado. En 18 meses, cuando el cuerno vuelva a crecer, todo empezará de nuevo. Eso si el rinoceronte no corre la misma suerte que los 42 ejemplares que ya han sido abatidos por los furtivos este año. “Mucha gente me dice que por qué no disparamos a matar a los furtivos. Ojalá pudiéramos —dice Dreyer entre risas—; no, bromas aparte, lo último que queremos es que un guardabosques sea acusado de asesinato y acabe en prisión. Si tienes que disparar, que sea para inmovilizar y no para matar”.