Rafa Nadal: “Cuando llegue a París sabré si es mi último año. Estoy preparado”
Ha estado un año fuera de las pistas. Ahora vuelve con ganas de darlo todo y de ganar. Conversamos con el mejor deportista español de la historia en Kuwait, lugar de entrenamiento antes de viajar a Australia, donde arranca hoy el torneo de Brisbane
“Mira —Rafa Nadal se echa sobre la mesa y coge una botella de agua—. Si tú tienes buena mano y te dicen que empujes esta botella hasta dejarla en el ángulo, lo haces —le da un manotazo a la botella con su zurda, y la coloca allí—. Una y cien veces. A veces encaja en el ángulo, perfecta; otras, muy cerca. Lo tienes automatizado. Pero si te dicen que si no la colocas en el ángulo, te pegan un tiro, ¡ostras! Eso ya cuesta un poco más, ¿no? Pero también lo harás, porque tienes el dominio sobre tu mano, es un movimiento fácil, lo has hecho un millón de veces”.
¿Qué quiere decir?
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“Mira —Rafa Nadal se echa sobre la mesa y coge una botella de agua—. Si tú tienes buena mano y te dicen que empujes esta botella hasta dejarla en el ángulo, lo haces —le da un manotazo a la botella con su zurda, y la coloca allí—. Una y cien veces. A veces encaja en el ángulo, perfecta; otras, muy cerca. Lo tienes automatizado. Pero si te dicen que si no la colocas en el ángulo, te pegan un tiro, ¡ostras! Eso ya cuesta un poco más, ¿no? Pero también lo harás, porque tienes el dominio sobre tu mano, es un movimiento fácil, lo has hecho un millón de veces”.
¿Qué quiere decir?
Que en el tenis la mente importa muchísimo, pero la gente que tiene más dominado el juego, la que tiene más sensibilidad en la mano, es la gente a la que la cabeza le falla menos. Estás mejor de mente cuando tienes un control superior en la mano. Si tienes el control de lo que estás haciendo, es más fácil tener menos nervios, es más fácil que la pelota no te queme en los momentos importantes. No te van a pegar un tiro, pero puedes perder Wimbledon. Y la cabeza te responde mejor en momentos de presión porque esa cabeza sabe que tienes dominado el juego: que tú eres muy bueno haciendo lo que haces.
Ahora se pega más.
Por muy fuerte que se golpee la bola, los mejores jugadores siempre son jugadores de control. Tú no ves jugadores muy top que no sientan extraordinariamente la bola. Porque al final los partidos se deciden en pocas bolas y los jugadores con más sensibilidad en la mano son los que tienen más regularidad, los que están arriba, los que aparecen en las rondas finales. Los jugadores explosivos son muy peligrosos, sí. Pero son una ruleta rusa: tienen el día, o no. Y en mi carrera he aprendido algo: jugar mal y ganar marca la diferencia. Y eso solo lo haces controlando los partidos estés como estés jugando. El que consigue ganar más partidos a fin de año jugando mal va a estar arriba. ¿Por qué? Porque tú no vas a jugar mal todos los días. Pero cuando juegas mal y ganas, tienes la oportunidad de jugar mejor al día siguiente. El abecé en nuestro deporte es saber ganar jugando mal. Y eso lo haces si mentalmente estás preparado y tienes la humildad para asumir que a veces juegas mal, y sobreponerte.
¿Corre ahora más la bola?
Han hecho bolas más blandas de lo habitual. Y la gente le pega más fuerte, es lógico. Es pura evolución de la humanidad. Ha habido una evolución a un tenis de golpear más fuerte, de golpear prácticamente sin pensar. Es un tenis que no requiere de preparación alguna del punto para buscar el golpe ganador. La mayoría de jugadores juega muy parecido. Todo el mundo le pega muy fuerte a la pelota. Desde la primera bola. En pista dura se hace muy difícil ver partidos tácticos, porque el juego no lo permite. La bola va tan rápida que solo estás pendiente de mantener el nivel de bola. De devolverla, vamos.
¿Y qué le parece?
A mí no me gusta. Concibo el deporte como una manera más de pensar, de analizar, de buscar soluciones. En ese tenis la solución siempre es jugar muy bien, tener un nivel muy preciso de tiro, y estar acertado. Hay poca táctica.
Siempre se dijo que su éxito es jugar punto a punto sin que le importe el marcador. Cada punto, un minipartido.
Es imposible que la cabeza funcione al 100% en el punto a punto. Sí he conseguido acercarme mucho a eso. Pero abstraerse del todo… Si estás 5-0 y 40-0 abajo, no vas a jugar ese punto aislándote del resultado, es imposible. Has perdido el set.
Le da importancia a la emoción.
Los puntos extraordinarios siempre van acompañados de peloteo. Es muy difícil, por experiencia propia, emocionar al espectador con puntos de dos o tres golpes. Por muy espectacular que sea. El espectador se mete dentro del partido, se emociona e interviene, y eso lo percibimos en la pista cuando el partido es largo y hay puntos largos. Cuando hay drama. Y eso solo lo da el peloteo.
Nadal deja entrever una sonrisa después de la última frase. Es miércoles, 13 de diciembre, y son las 16.30 en Kuwait. Rafael Nadal Parera (Manacor, 37 años) está con su familia (Xisca Perelló, su mujer, y Rafael Nadal, su hijo, con el que el tenista aparece en brazos en la recepción del hotel Grand Hyatt), rodeado de su guardia pretoriana para preparar el que será, casi con toda seguridad, su último año en el circuito profesional. El mejor tenista de todos los tiempos en tierra batida y uno de los mejores de la historia, el segundo hombre con más Grand Slam (22) detrás de Novak Djokovic (que tiene 24, los mismos que Margarett Court), regresa a las pistas después de un año de parón en el que no pudo ni entrenar. Y un año, para un jugador de su edad, puede ser la eternidad. Quizá lo sea; quizá Rafa Nadal ya haya ganado su último Grand Slam en junio de 2022 en París. “No te voy a engañar, y para mí no es fácil decir esto porque uno está programado para pensar siempre en lo máximo (es una cosa de hábitos: lo has hecho durante toda tu vida), pero llega un momento en que sabes que esto no es real. Y necesito hacer un trabajo mental diario de decir: ‘Vale, mi objetivo es estar lo mejor posible, pero no permitas que si las cosas no vayan bien te frustre, porque soy muy consciente de que las cosas no van a ir bien, o es casi imposible que vayan bien’. He tenido poquísimo tiempo de preparación, no soy cabeza de serie de nada [ahora mismo es el número 664 del ranking ATP], tengo la edad que tengo…”, dice.
Horas antes, a las once de la mañana, Nadal se citó en una de las pistas de la Rafa Nadal Academy de Kuwait con Arthur Fils (Metz, Francia, 19 años) para jugar “los primeros sets en serio”, según dice, desde que se rompiese en enero en Australia. Fils, que llegó en 2023 a ser 36º del mundo, es un pegador extraordinario con el que Nadal se bate en una pista abarrotada de kuwaitíes, turistas y chavales de la Academia con sus familias. Cada paso del ídolo es grabado al instante por decenas de teléfonos móviles. Los dos se lían a palos a 27 grados; Nadal, con gorra para atrás y bajo la sombra silenciosa de Carlos Moyá y la mirada escrutadora de su fisioterapeuta, Rafael Maymó, sentado en un lateral de la pista.
Al acabar, Fils envió un mensaje a Ivan Ljubičić, el extenista croata y exentrenador de Roger Federer: “Rafa está jugando a un nivel muy alto”, según filtró el propio Ljubičić, que añadió: “Siempre espero grandes cosas de él”. Lo cierto es que las expectativas, que incomodan un poco a Nadal (¿hasta cuándo se va a esperar de él que gane?, ¿qué tiene que pasar para sacarse un poco de presión?, parece preguntarse), están justificadas. Ha vuelto de lesiones que hubieran retirado a muchos. Es el único tenista del mundo que ha sido número uno en tres décadas diferentes. En 2011, hace 12 años, su biógrafo John Carlin dijo de él que ya había tocado techo: “A sus 25 años, Nadal ha vivido más que muchas personas de 100. Hay otro hecho irrebatible, todo deportista tiene fecha de caducidad. Me temo que la segunda época de su vida no será tan importante como la primera. Este chico ya ha llegado a la cima, con 25 años es un caso digno de estudio”. Pero es que ya entonces, como reconoció Carlin, sus problemas físicos amenazaban con estropear su carrera. Y a esos 25 Nadal era una celebridad mundial tal que incluso podía moverse por el mundo sin papeles, como cuenta Carlin en la biografía [Rafa, mi historia], al olvidarse el chico de rellenar el formulario, requisito no negociable para entrar como extranjero en Australia. “Oh, no problem. Absolutely no problem, Mr. Nadal!”, exclamaron los funcionarios. Dice el tenista que cuando se retire se dedicará a viajar. Parece una broma, pero no lo es. Ha estado en Roma 18 veces [ha ganado el Abierto 10 veces] y no conoce el Vaticano. Dos veces frustró la visita la gente que lo reconoció y no le dejaba avanzar; otras dos fue invitado por dos papas distintos… en días de partido: Dios no entiende de los cuadros de los torneos.
Es mala idea preguntarle a Nadal por sus lesiones. Las enumera detalladamente, incluso algunas que no llegó a contar en su momento para ahorrarse la sospecha de que busca una excusa después de una derrota: “Entiendo que hasta la gente se canse”. Pero él las sufre. Y las resume violentamente en esta frase: “Yo tuve una lesión muy importante en 2005 [tenía 22 años]. A partir de ahí, tengo un pie que es lo peor de mi cuerpo”. Se trata de su pie izquierdo y del síndrome de Müller-Weiss, una enfermedad degenerativa que debilita el hueso escafoides tarsiano, deforma la extremidad y provoca dolor hasta para caminar; se trata de un hueso esencial para mover el pie.
“Eso es lo que me destruye, realmente”, sigue. “Me destruye el cuerpo: se ha desestructurado todo lo demás para intentar salvar el pie. Pude salvarlo, pero me ha descompensado el resto. Y lo que me termina destrozando es tener más dolor de la cuenta diariamente. Hay dolores limitantes, sí, y otros fuera de la pista: esos acaban contigo. Porque yo tengo que ser feliz fuera de la pista. Dentro, las cosas pueden salir mejor o peor, es deporte. Pero cuando tienes dolor siempre, también fuera de los torneos, no eres feliz en tu vida personal. Despertarte y sentirlo, saber que está ahí de nuevo. Vivir con dolor es frustrante. Y afecta a tu carácter. Yo soy una persona positiva, tranquila, alegre, y el dolor me tira abajo”, dice.
La lesión de 2005 casi lo retira. Lo contó en EL PAÍS su tío, Toni Nadal, su entrenador durante 27 años. “En 2005 se le detectó una lesión congénita bastante problemática en su pie. Fue el peor momento de su carrera”. El especialista que lo trató dijo que la carrera de Rafa Nadal estaba terminada para el máximo nivel.
Nadal bebe un sorbo de su coca-cola light. Viste de oscuro y está echado en uno de los sofás de la suite que comparte con su familia en la última planta del hotel.
El dolor, y sobreponerse a él, ¿le ayudó mentalmente a doblegar a sus adversarios? Es decir: ¿se puede sacar algo bueno de ese sufrimiento?
No, no, no. Yo tuve una gran preparación mental de joven. Entrené de niño muchas horas, bajo mucha presión y con una gran intensidad. Mi tío [Toni Nadal] me exigía mucho. Estaba acostumbrado a vivir situaciones de tensión diarias. Me ayudó a forjar un carácter que me ha servido para lo que vino después. A mí el dolor no me ha ayudado a ganar a mis adversarios. El dolor lo único que me ha ayudado es a valorar las cosas buenas que me han pasado.
En la película Borg McEnroe, Borg se muestra desesperado porque le dice a su mujer que, si no gana el quinto Wimbledon, pasará a la historia por ser el tenista que no ganó el quinto, en lugar de ser el que ganó cuatro. Y ella responde: “¿En qué momento dejamos de ser felices?”.
Yo he sido muy feliz fuera de la pista toda mi vida. Y siempre me lo he pasado bien. Pasarlo bien no solo es reírse y estar de buen humor. Pasarlo bien es valorar lo que estás haciendo, valorar la suerte de estar donde estás. Nunca he perdido de vista que me dedico profesionalmente a un juego, porque eso es. No trabajamos en el tenis: jugamos al tenis. Y además soy muy feliz compitiendo. Lo he hecho toda mi vida. Me encanta la competición. Me gusta el esfuerzo, buscar soluciones dentro de la pista, estar alerta para intentar ganar. Eso me llena.
El esfuerzo y el sacrificio es grande.
Seré realista y honesto: yo he sido una persona muy esforzada dentro de la pista, alguien que ha entrenado con la máxima intensidad. Pero no he sido una persona obsesiva. He sabido vivir fuera de la pista al margen de mi vida profesional. He sabido desconectar y no perderme etapas de mi vida. He salido de fiesta con mis amigos muchas veces. He ido a la playa a jugar al fútbol muchas veces. Lo que no podía era hacerlo cada semana. Ni salir viernes y sábado como hacían mis amigos. Pero no me he perdido ninguna etapa, y eso ha ayudado a que mi carrera sea larga. No hubiera aguantado tanto de no ser así.
¿La derrota no le estropea una cena, un viaje, un momento de ocio? Usted es un ganador.
Yo soy más competidor que ganador, la verdad. A mí la derrota no me destroza. Hay partidos que te duele perder, solo faltaría. Pero soy más competidor. Si yo compito, me siento bien.
¿Por ejemplo?
Yo pierdo con Djokovic la final de Australia 2012, seis horas de partido. Lo tuve perdido en el cuarto set. Lo tuve ganado en el quinto. Y lo termino perdiendo. Acabo por los suelos: una final de Grand Slam, un partido medio ganado… Pero no estoy frustrado: competí al máximo. Y estoy satisfecho. He dado lo máximo que tenía. He jugado bien. He luchado hasta el final. He perdido. Me ha ganado el otro. Esto es deporte: si te dedicas a esto, o ganas, o pierdes.
¿Y una derrota que le dolió?
Me frustró muchísimo perder la final de Australia 2014 contra Wawrinka. Me rompí: me lesioné la espalda en el primer set. Eso sí que me hundió. Me dejó tocado durante bastante tiempo. ¿Por qué? Porque no pude ni competir.
Unamos eso a victorias que se daban por hecho. En su profesión, y en la élite, a eso ha llegado usted. Supongo que no es agradable.
Ha habido algún momento de mi carrera en que ganar ha sido empatar, y esa sensación es fea: se da por hecho que tienes que ganar; de pronto, ganar Montecarlo [tiene 11 títulos] es lo que tienes que hacer. No es bueno. Eso te convierte en un trabajador que tiene que cumplir. Y de repente parece que ganar Roland Garros es cumplir tu jornada laboral. Yo no he dejado que eso sucediera habitualmente, me ha sucedido poco y, cuando ha sido así, me he reunido con mi gente y les he dicho: “Vamos a analizar esto, a alejar este pensamiento”. Porque el deporte no puede ser un trabajo al que vayas a cumplir el expediente. Tiene que haber ilusión, locura, llama.
Tras la marcha en 2017 de Toni Nadal, su entrenador de siempre, tres personas se dedicaron a entrenar al genio de Manacor: Carlos Moyá (segundo tenista español en alcanzar el número uno del tenis mundial en 1999, cuatro años después de que lo lograra Arantxa Sánchez Vicario), Marc López (extenista con el que ganó Nadal el oro olímpico en dobles en Pekín 2008) y Francis Roig, que se fue hace un año dejando su puesto a Gustavo Marcaccio. Moyá, encantador en las distancias cortas, prefiere no hablar. “Es un genio que no se da importancia. Habla el mismo idioma de tenis que Nadal, y tiene una capacidad brutal para sacar lo mejor de él: lo exprime al máximo. Pero el protagonismo lo deja para Rafa, él se saca de en medio”, justifican en el entorno del tenista.
Su agente es el extenista Carlos Costa. El jefe de comunicación es Benito Pérez-Barbadillo, antiguo jefe de prensa de la ATP y reclutado por Nadal en 2006. Y el hombre que no se separa de él nunca, el jefe de la sala de máquinas que es el cuerpo de Nadal, es Rafael Maymó. Cada día del año, cada hora de cada día, Maymó, si no está con él, está a un telefonazo del tenista. Su relación —la relación de todo el clan entre sí, pero especialmente entre Nadal y Maymó— es estrecha y no solo se circunscribe al tenis: hablan de todo. Nadal, de hecho, coge aire y desconecta leyendo periódicos, editoriales y estando al tanto de lo que ocurre diariamente en España. Habla con desenvoltura de política y de la situación actual en nuestro país, pregunta mucho, se interesa mucho por lo que pasa. Ve series y documentales, lee pocos libros, y es fan de Julio Iglesias, con el que conversa a menudo por teléfono. También es fanático del Real Madrid. Después del gol de Rodrygo ante el Manchester City en 2022, durante las semifinales de Champions, no pudo contenerse en el palco del Bernabéu: salió corriendo por delante de Mansour bin Zayed, propietario del club inglés, y Florentino Pérez, presidente del Madrid, para subir las escaleras y abrazarse con su padre, Sebastián Nadal, con el que siempre, desde niño, ve los partidos de su equipo. Y se llega así a una figura clave de su vida y su carrera: Sebastián Nadal.
“Es el gran cerebro que está detrás de todo. Se habla mucho de Toni y con razón, claro, y mucho menos de su padre. Pero la influencia que tiene en él es impresionante. Organiza, decide, mueve. Y Nadal le escucha como a ninguno”, explica Pérez-Barbadillo. Rafa Nadal es una gigantesca multinacional que no da un paso sin estudiarlo al milímetro. Un total de 92 títulos después en una carrera profesional de 20 años, el tenista solo en premios ha ganado 123,8 millones de euros. A eso hay que sumar, sobre todo, los acuerdos publicitarios con marcas como Kia, Movistar, Heliocare, Santander, Mapfre, Nike o Richard Mille. Un dinero gestionado con éxito en un gigantesco holding que invierte en empresas inmobiliarias, hoteleras, de energías renovables y de intermediación, según informa Cinco Días. Incluso, a través de su sociedad Mabel Capital, es productor en series de Netflix como Soy Georgina y La Marquesa.
¿Siente que ha ganado partidos por ser quien es? Es decir, ¿se les encoge el brazo a los jóvenes cuando tienen que enfrentarse a alguien a quien admiran tanto? Tiene 37 años. Hace 18 ganó su primer Roland Garros. Hay chavales en el top ten que han crecido viéndole ganar Grand Slam, y usted se ha presentado en la pista y les ha ganado.
Ahora mismo, en el estado en el que estoy, no. Pero cuando vienes de ganar mucho, claro que afecta. En 2022 gané Australia, venía de 2021 sin jugar, y luego sales a Acapulco o a Indian Wells ese año y entras en la pista con la convicción de que va a ir bien. A veces no va bien, pero como vienes de ganar y eres alguien reconocido (es decir, con una gran trayectoria), mentalmente a los otros se les hace muy cuesta arriba. Ahora mismo, yo no creo que la gente salga a la pista pensando: “Voy a ganar a Djokovic”. Lo van a intentar, pero cuando las cosas se tuercen es más fácil perder que con cualquier otro.
Ha dicho Djokovic que usted le intimidaba en los vestuarios corriendo, saltando y bufando al lado de él.
Nunca, nunca, nunca fue mi intención. Yo caliento así, intento estar preparado y listo para salir, y me ejercito, nada más. No he escuchado eso que ha dicho, la verdad.
¿Por qué se habla tanto de los Federer-Nadal y tan poco de los Djokovic-Nadal o Djokovic-Federer siendo partidazos también, y siendo Djokovic el jugador con más Grand Slam de la historia?
Se juntan varios factores. Algunos no te los voy a decir porque se me hace difícil, no me toca a mí comentarlos. Pero tenísticamente está claro. Es una combinación de estilos muy radical. Federer era la perfección a nivel estético, a nivel de elegancia, a nivel técnico. (Ojo: yo tengo muy buena técnica, mucha, pero la técnica no es lo mismo que la estética. Son dos cosas diferentes. Él tenía una técnica increíble haciendo las cosas muy bonitas con una elegancia impresionante). Cuando llego yo, él era el número uno del mundo, y le sale un rival con el pelo largo y con un físico exuberante. La elegancia contra un guerrero. Había un pack de combinación de personalidades y de estilos; y eso, unido a que hemos jugado muchísimos partidos en los escenarios más importantes, convirtió nuestra rivalidad en algo que trascendió más que cualquier otro duelo.
Se paraba el mundo.
Lo que se ha transmitido en esos partidos no se ha conseguido en los partidos entre Djokovic y Federer, o Djokovic contra mí. Aun siendo partidos de un nivel altísimo, o incluso de un nivel superior, vete a saber. Pero había un contraste tan brutal. En esos partidos se sentía un ambiente diferente. Salías a la pista y lo que se respiraba en la pista, buf… Sobre todo con los años, porque todas estas cosas no se forjan de un día para otro. Al final, la rivalidad es la que es porque se ha alargado durante muchísimos años.
Le castigaba el revés, le liftaba la pelota hasta que Federer llegaba a la pared para responderle.
Nos hemos ido reinventando todos, por eso ha habido esta rivalidad tan intensa: siempre nos sorprendíamos. Djovokic también, pero él con una diferencia comparado con nosotros dos (y tiene un mérito propio brutal): ha evolucionado su juego —todos los campeones lo hacen—, pero no ha tenido la necesidad de evolucionarlo tanto como nosotros. No ha sufrido tantas lesiones. Lo único que le ha exigido mejorar su juego han sido sus rivales, no sus problemas físicos. Es una diferencia. Federer tampoco se lesiona mucho pero le salió un rival, que era yo, que le castigaba su único punto débil. Y eso yo podía hacerlo porque era zurdo. Si hubiera sido diestro no se lo hubiese podido castigar.
Djokovic.
Ha potenciado muchísimo sus virtudes, pero no ha adaptado su juego de manera radical. Yo para jugar contra Federer tenía una táctica muy marcada; él sabía lo que yo iba a buscar, yo sabía que intentaría defenderse. Era una partida de ajedrez. Y cuando te equivocabas, lo sabías. Con Djokovic no hay ese nivel de estrategia en los partidos. Hay que jugar a un nivel muy alto y durante mucho tiempo para ganarle, es diferente.
Federer.
Cuando vuelve en 2017, después de su lesión, hace un cambio muy importante. Cambia la raqueta por una más grande, que golpea más fuerte, y hace un cambio mental. Como sabe que no puede correr como antes, se convierte en un jugador mucho más agresivo, y a mí me hace mucho daño. Él era un jugador mejor que yo en pista dura, pero hasta ese momento creo que yo le había ganado más veces allí. Pero se reinventa, y le da una vuelta más a su juego: hiperagresivo. Mi táctica de castigarle su revés sigue funcionando, pero no tiene tanto efecto porque no me deja: se dedica a jugar muy rápido. No me permitía hacer mi repetición contra su punto débil. Es algo con lo que se había equivocado en su carrera: me dejaba repetir los golpes hacia su revés. Su salida era un revés cortado, y yo tengo muy buena bola cuando me la cortan, no me molesta, me gusta devolverla y la devuelvo fuerte, no estoy incómodo.
¿Hubiera querido ser Federer de no haber sido Rafa Nadal?
Desde que tengo uso de razón es el jugador que más me ha impresionado, el que más me ha divertido, el que más me ha emocionado. Me ha emocionado más ver jugar a Federer que a Djokovic, y al final el tenis es emoción, la emoción es la que te arrastra a él.
Alcaraz.
He jugado muy poco contra él. Desde que ha llegado al circuito, he estado más tiempo lesionado que en pista. Pero tiene un juego muy completo. Reúne unas condiciones muy brillantes en casi todos los registros.
Tras entrenar con Fils en Kuwait, Nadal viajó a Manacor, donde entrenó con Gasquet (“será competitivo y ganará partidos, no hay ninguna duda. Hace largas sesiones de tres horas. Eso es lo que hay que hacer, jugar tanto como sea posible”, dijo el francés), Jan-Lennard Struff y Emil Ruusuvuori. El 25, día de Navidad, estaba previsto el viaje a Brisbane, en Australia, donde disputará esta primera semana de enero su primer torneo en un año antes de irse a las pistas de Melbourne a jugar el Open de Australia, a partir del 14 de enero. El mito está de despedida, pero es la despedida que se ha ganado el derecho a decidir: en la élite, en las mejores pistas, con todos los ojos del planeta sobre él. “No te voy a decir si aspiro a ganar”, sonríe. “Pero a ver si lo explico de una manera que no parezca que me quiera quitar presión. En mi cabeza, porque es la forma de pensar que yo tengo, quiero tener la opción. No sé si voy a poder: no sé si el físico me lo va a permitir, no sé a qué nivel voy a poder volver a jugar al tenis. Pueden pasar muchísimas cosas”. ¿Y Roland Garros? “En mi cabeza está llegar a los últimos torneos de temporada de tierra, que pueden ser Roma y Roland Garros. Por eso estoy jugando. Es remota, pero tengo una mínima opción. Claro que está en mi cabeza, no les voy a engañar, no me voy a quitar esa ilusión; si no tuviera esa ilusión, esa motivación, se me haría difícil volver”.
¿No le impacta pensar que quizá se despida de Australia o, peor aún, de París, sin saber que seguramente no vaya a volver? Es decir, sin despedirse.
Cuando llegue a París sabré si es mi último año. Y habrá un anuncio previo. Habrán sido cinco meses de margen en el circuito y sabré mi realidad: uno esas cosas las puede intuir, pero hasta que no las palpa no puede hacer nada. Yo estoy preparado. Soy consciente de que es muy probable que vaya a ser mi último año. Me encantaría poder decir “me voy” antes de Australia, que va a ser mi último año y que se sepa, jugar con esa emoción de la despedida y que el público viva los partidos de una manera diferente. Pero he visto a compañeros que han anunciado esas cosas y, cuatro años después, siguen jugando. Pues bueno: no me gusta. “Este nos dijo que se retiraba, le ovacionamos en todas las pistas y aquí anda otra vez, menudo año de homenaje se pegó”. Soy consciente de que hay muchas opciones de que se acabe, pero no lo sé al 100%. ¿Si de repente a finales de año físicamente me encuentro bien, a mi familia le va bien con lo que hago, me divierto y me siento competitivo? Pero como sé que esto es muy difícil, me preparo para el adiós.
Piensa mucho las cosas en su vida.
Porque en el tenis tienes que jugar pensando antes o después de los puntos. Durante el punto tú no puedes pensar, solo estás para saber dónde tirar la pelota, y eso sale de manera automática. ¿Por qué? Porque tú, cuando piensas, pierdes tiempo. Cuando tienes que pensar, pierdes medio segundo y ya estás fuera [trisca los dedos]. Analizas las cosas que están sucediendo entre puntos, no durante los puntos, te das cuenta, tú tienes una idea del juego y se ejecuta de una manera aleatoria. La bola va muy rápida: tienes que moverte y golpear, colocarte bien y buscar el sitio adecuado para tirar la pelota.