Cocina medieval

Carlos III luce la corona de San Eduardo y los dos cetros, el cetro del soberano con cruz, con el diamante más grande del mundo, y el cetro del soberano con paloma, que data del siglo XVII, en una imagen del pasado 6 de mayo.Andrew Matthews (Pool / AFP)

Todo el cuerpo de este ser humano ha sido colonizado por los símbolos: las manos, por los bastones o cetros, o como quiera que se llamen; la cabeza, por la corona, que le tuvieron que colocar a la fuerza, como si fuera a rosca; los brazos y el tórax, por las vestimentas confeccionadas con abundante oro, de cuyas rozaduras le protege la camisola blanca que se aprecia debajo y que debe tratarse asimismo de una parábola textil. No se le ven los muslos ni los pies, p...

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Todo el cuerpo de este ser humano ha sido colonizado por los símbolos: las manos, por los bastones o cetros, o como quiera que se llamen; la cabeza, por la corona, que le tuvieron que colocar a la fuerza, como si fuera a rosca; los brazos y el tórax, por las vestimentas confeccionadas con abundante oro, de cuyas rozaduras le protege la camisola blanca que se aprecia debajo y que debe tratarse asimismo de una parábola textil. No se le ven los muslos ni los pies, pero no hay duda alguna de que sobre ellos se prolonga la alegoría, se desparrama la metáfora, se esparce la ficción como una mancha de aceite o como un melanoma áureo con vocación totalitaria. No nos ha sido permitido ver su ropa interior, pero seguro que sus calzoncillos, igualmente, significan algo relacionado con el mando. Por cierto, que el sillón en el que aparece acomodado no es un sillón común, sino un trono, con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la supremacía. Sólo ha faltado que le pusieran por ahí, en algún sitio, quizá en el regazo, un mando a distancia de la tele que representara la capacidad de apagárnosla y encendérnosla cuando le viniera en gana. Pero de ese poder carece el rey Carlos III. Debido a ello, todos pudimos apreciar el carnaval de su coronación, así como su cara de rey pasmado, podríamos decir, ante tanta ceremonia vacía, aunque divertida a ratos por la seriedad con la que actores e invitados asistían al circo.

Cabe preguntarse si el pensamiento del monarca, a juzgar por su mirada inexpresiva, ha sido invadido también por esas cantidades ingentes de simbolismo medieval.

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