Lesley Lokko: “De lo que suceda en África va a depender la vida en el planeta”
La comisaria de la XVIII Bienal de Arquitectura de Venecia es una proyectista atípica. Nació en Escocia, creció en Ghana, se formó en Londres y ha dado clase en universidades de Nueva York o Johanesburgo. Luego decidió escribir un ‘best seller’. Vendió un millón de ejemplares hablando de lujo y erotismo.
En Ca’ Giustinian, el palacio veneciano donde está la sede de la Bienal de Venecia, frente al Gran Canal, Lesley Lokko (Dundee, 59 años) entra en la sala y altera su atmósfera. Sonriente, saluda en castellano tocando el hombro. Pregunta si soy vasca. Contesto: “Sí, pero no”. Y zanja: “Nos gusta lo híbrido”. Desvela en segundos que es tan rotunda como atenta a los matices. También que, en el siglo XXI, lo híbrido ha sustituido a lo charnego. Ha titulado la ...
En Ca’ Giustinian, el palacio veneciano donde está la sede de la Bienal de Venecia, frente al Gran Canal, Lesley Lokko (Dundee, 59 años) entra en la sala y altera su atmósfera. Sonriente, saluda en castellano tocando el hombro. Pregunta si soy vasca. Contesto: “Sí, pero no”. Y zanja: “Nos gusta lo híbrido”. Desvela en segundos que es tan rotunda como atenta a los matices. También que, en el siglo XXI, lo híbrido ha sustituido a lo charnego. Ha titulado la XVIII Bienal de Arquitectura que comisaría Laboratorio del futuro. Ese laboratorio es África. “De lo que suceda allí va a depender la vida en el planeta”, sentencia.
¿La arquitectura puede cambiar el mundo?
La manera en que la gente ve el mundo. Estudié Sociología. Y harta de saber un poco de muchas cosas, comencé Arquitectura para saber algo íntegramente. Tras cinco años tuve la sensación de saber menos que cuando empecé. Sin embargo, mi cerebro había cambiado. La arquitectura revela lo que no se ve: las implicaciones. No es un edificio lo que cambia las cosas, es la manera de pensar teniendo en cuenta las consecuencias.
Los modernos defendían que la arquitectura podía ser una revolución.
Yo no. Se necesita tiempo para asentar una revolución. La arquitectura piensa en el futuro. Es su obligación. Esta Bienal se llama Laboratorio del futuro porque lo que suceda en África decidirá el futuro del planeta. Se trata de intentar construir de otra manera sin olvidar lo bueno y lo malo que ya sabemos. Lo completamente nuevo no existe nunca. Pero la historia de la arquitectura es una historia incompleta.
¿Qué falta?
Admitir que la arquitectura y el poder han ido de la mano y que el poder no suele tener interés en cambiar las cosas.
¿Qué debe cambiar?
La arquitectura debe priorizar el cuidado del planeta. Los recursos que manejamos no son solo los materiales. El tiempo que dedicamos a hacer las cosas es un recurso. La duración de las cosas, otro. Por eso una actitud puede cambiar el mundo. África vive en primera línea el cambio climático: sufre las mayores sequías. Y a la vez, hablar de conservar en una zona donde nunca ha habido abundancia es muy distinto a hacerlo donde sí ha existido. Hablamos de sostenibilidad como si fuera un tema universal. No puede serlo. No partimos de lo mismo.
Esa discusión se dio en China, cuando pasó de ser un país en el que todo se reciclaba a cambiar bicicletas por coches.
Eligieron la vía occidental. No nos podemos permitir esa opción. La vía para cambiar pasa por la educación. Somos el continente más joven. La mayoría de los habitantes de África tiene el futuro por delante.
Nació en Escocia, de madre británica, y se crio en Ghana, el primer país del África subsahariana en lograr la independencia.
Llegué a Ghana con nueve meses. Soy de allí. Mi padre me crio. Mi madre se fue cuando yo tenía siete años.
Eso rompe tópicos.
Sí y no. Mi padre era cirujano. Pertenecía a una generación de buenos estudiantes que viajaron a Alemania, Francia o Reino Unido para formarse. Muchos de esos hombres —porque las becas se las daban a los hombres— regresaban a Ghana con mujeres extranjeras. Por eso en Acra hay mezcla: gente con una madre danesa o francesa. Muchos de esos matrimonios no duraron. Y los niños se quedaron con sus padres.
¿Por qué ha elegido enseñar en lugar de construir?
He diseñado tres edificios en Acra, pero no era buena. Construyendo mi casa me di cuenta de que tenía mejores ideas como educadora que como diseñadora. Quiero cambiar la educación de los arquitectos para lograr una arquitectura más inclusiva. Sin embargo, cuando empecé a enseñar la gente que conocí era rica. Yo no. Y pensé: “Si quiero enseñar arquitectura debo ganarme la vida por otros medios”.
¿Un arquitecto no puede ganarse la vida construyendo edificios?
Si te apasiona la arquitectura probablemente necesitarás otra fuente de ingresos. Yo leí un artículo en The Times sobre cómo escribir un best seller y decidí probar.
Escribió sobre sexo y lujo y ha vendido un millón de ejemplares.
Lo del lujo y el amor era parte de la fórmula.
¿Qué le hizo pensar que sabría contar una historia?
Toni Morrison dijo que todos los escritores son lectores. Y yo he sido una lectora compulsiva. En la Ghana en la que crecí no había librerías ni bibliotecas. La lectura dependía de si tenías un tío que fuera al extranjero y trajera libros. No se elegía, leíamos lo que traían: de Dostoievski a novelas rosa. Como resultado, mi gusto literario es amplio. Y ecléctico.
¿Esa mezcla entre la alta cultura y la popular refleja su manera de entender la arquitectura?
No hago esa distinción categórica. Eso te libra de prejuicios.
Se gana la vida escribiendo. Y para muchos escritores eso es imposible.
La clave está en que soy exigente pero no preciosista. Y estoy cómoda ahí. Para escribir no busqué expresarme, di con una fórmula. Mi objetivo no era entrar en la historia de la literatura. Soy contadora de historias, no escritora. Mi formación como arquitecta me permitió abordarlo profesionalmente como un proyecto, con premisa, desarrollo… Y la escritura me permitió abordar cuestiones raciales antes que la arquitectura. Nunca me interesó la protesta del racismo. Para mí la raza es riqueza.
¿No lo ha sufrido?
Claro. Pero mi relación con la raza va más allá de la protesta, la pobreza y la inferioridad. Es diversidad, cultura y riqueza. En el mundo arquitectónico, si dices que te interesan los temas raciales te proponen que construyas un centro comunitario o baños colectivos. No. Lo que me interesa es más grande. Hasta en la categoría literaria de “sexo y compras” puedes hablar de deseo y de la belleza de los contrarios. Algo que no podía hacer en arquitectura.
No es una novelista típica ni una arquitecta al uso.
Tengo casi 60 años y me doy cuenta de las ventajas de no estar completamente asimilada en un grupo, el que sea: una profesión, un puesto de trabajo… Tengo un pie en cada lado. En Ghana, en los años setenta, la lectura era una manera de saber que había otro mundo. Y ese mundo eran muchos mundos. No solo una opción. Ser mestiza me lo indicaba, pero la lectura era la que informaba de que la vida en otros lugares no tenía nada que ver con la nuestra. Leer era la puerta al mundo.
Comenzó a comisariar la Bienal cuestionando los viajes, el traslado de mercancías… ¿Por qué aceptó?
Cuando hablamos de cambio climático solemos olvidarnos del impacto que es difícil de medir. Yo sabía que los diálogos que habíamos tenido en Sudáfrica, y estábamos teniendo en Ghana, debían escucharse, y atenderse, en el resto del mundo. Ese es el baremo que utilizo para considerar mis decisiones: si hago esto, con este coste de carbono y de energía, ¿qué impacto tendrá?
¿Cómo quiere impactar al mundo?
Explicando que África no es una periferia. Tiene la misma cantidad de talento y creatividad que el resto del mundo. Allí está la urgencia y la imaginación para cambiar el mundo.
Habla de la arquitectura como cambio, pero tradicionalmente representa la permanencia.
Me interesan las paradojas. Llegué a la arquitectura buscando conocimiento y solidez. Y me topé con la migración y lo híbrido. Busco propuestas para el mundo que conozco: en constante transformación.
¿De dónde le viene esa visión?
Tuve un profesor, Jonathan Hill, que decía que la arquitectura era mucho más amplia que el trabajo de los arquitectos.
Ha concedido el León de Oro a Demas Nwoko, un arquitecto nigeriano de 88 años capaz de diseñar, pintar y esculpir, lo contrario de un especialista.
La falta de límites amplía las disciplinas. La especialidad aísla. Hacer de todo es típicamente africano. Tanto como ser políglota. No creo que haya ningún africano incapaz de hablar, como mínimo, dos lenguas. Nuestras lenguas son muy diferentes entre sí, por eso hablar idiomas en África supone entender mundos distintos. Tuve esta conversación con mi padre aplicándola a la medicina. La especialización investiga un fragmento en profundidad y luego une las partes, pero es difícil que algo no se pierda en esa suma de desconocidos. Para mí la arquitectura es la parte y el todo. Y las disciplinas fuertes, las que aceptan la duda y redefinen continuamente sus límites. La música o la literatura son porosas: permiten que la vida se cuele en su esencia.
La arquitectura está hecha a capas y permeada por la historia, la cultura y la economía.
Cierto, pero uno puede saber de historia sin ser historiador y alguien puede hacerse una casa, no un rascacielos, sin ser arquitecto. Sucede en un tercio del mundo. Creo que se pueden proponer otras maneras de trabajar. Para eso sirven las bienales, son la oportunidad de probar otra manera de hacer las cosas.
¿La arquitectura tiene que ver con el lugar o con el poder?
Están relacionados. El lugar es también hacerse visible, un acto político.
Demas Nwoko es un hombre poderoso: hijo del líder de su poblado. Representa el poder.
Sí. Pero la educación y la sociedad están cambiando. Como en Europa, los estudios en África estaban reservados a gente privilegiada. Hoy conozco estudiantes cuyos padres son empleados domésticos. Conocen otras necesidades. Ese conocimiento es transformador. En 2014 fundé la Escuela de Arquitectura de Johanesburgo con 11 estudiantes blancos. Cuando la dejé, en 2019, el 80% de los alumnos eran negros. Y eso que las primeras generaciones que tienen acceso a la universidad en una sociedad poscolonial suelen elegir Medicina, Ingeniería o Derecho.
¿Francis Kéré es un arquitecto africano?
Claro, es burkinés. Si pregunta si es típico, la respuesta es que eso no existe en África. Aunque tenemos cosas en común, la arquitectura congoleña tiene tanto que ver con la sudafricana como la portuguesa y la holandesa.
¿Qué tiene en común la arquitectura africana?
Nuestras experiencias comunes, la diáspora que muchos hemos protagonizado: haber tenido que abandonar nuestro país para trabajar. También lo que significa ser negro en el mundo. Pero el adjetivo africano es problemático. África es un continente que sobrepasa los 1.400 millones de habitantes. Hay distintas geografías, 54 naciones y muchas lenguas que a Occidente le resulta conveniente etiquetar bajo un único adjetivo.
Es una mujer libre. Cuestiona la manera de enseñar la arquitectura. Y utilizó su libertad para seguir a sus novios por el mundo.
He seguido a los hombres equivocados por todo el mundo. Mi vida amorosa ha sido un desastre. Pero no me he quedado con las ganas de saber lo que hubiera podido ser, lo he comprobado. La escritora inglesa Lynne Reid Banks escribió La Habitación en forma de L, una novela feminista pionera. Y tras esa, firmó The Warning Bell sobre una mujer que toma decisiones sin oír nunca el timbre de advertencia. Es decir, el miedo. Las decisiones que he tomado en la vida me han parecido siempre las únicas posibilidades. Es decir, no me las planteaba como elecciones, sino como cosas que debía hacer. En eso me parezco a la protagonista de esa novela: no he oído nunca la campana. He seguido lo que he amado. He sido independiente. Y feminista. O egoísta: no he pensado nunca en las consecuencias de mis decisiones. Para muchos hombres africanos esa independencia no es una cualidad atractiva.
¿Todas sus parejas han sido africanas?
Casi todas. Pero la diferencia entre un ghanés y un nigeriano es la misma que entre un inglés y un francés.
¿No quiso tener hijos?
No. Soy la mayor de siete hermanos. Dediqué buena parte de mi infancia a criar a mis hermanos.
Tras estudiar en Londres, Oxford y Los Ángeles regresó a África. ¿Por qué?
En 2014 puse en marcha la Escuela de Arquitectura de Johanesburgo. Y tras cinco años, mi hermana murió de un día para otro de un ataque al corazón e inmediatamente después mi hermano tuvo un infarto. Me di cuenta de que si continuaba trabajando 18 horas al día yo sería la siguiente. Michael Sorkin me ofreció dirigir la Escuela de Arquitectura del City College de Nueva York y me fui. Necesitaba cambiar. Fue un error. Cuando comenzó la pandemia, él murió de covid. Y no vi venir lo que sucedió. Creí que Nueva York era una ciudad cosmopolita y progresista y descubrí que no.
Su renuncia se hizo viral.
Cuando en cualquier asunto se mezclan raza, género y trabajo se suele producir una situación de abuso. En Sudáfrica las mujeres negras son las que limpian, incluso ahora después del apartheid. Se habla de la fuerza de las mujeres negras, pero es un eufemismo de su explotación. En Estados Unidos pensé que sería distinto, pero me equivoqué. En la Escuela Spitzer del City College el racismo no venía de que me insultaran, sino de las condiciones laborales. Decidí renunciar al puesto y contar públicamente mis razones. Todavía recibo correos de mujeres afroamericanas que han vivido experiencias similares.
¿Se esperaba que trabajase más que los demás?
Al margen de lo que dijeran públicamente, para muchos blancos que su jefa fuera negra resultaba inaceptable.
¿Después de Obama?
No soportaban ni las órdenes ni la crítica. Entendí que no era el lugar para conseguir cambiar la arquitectura y regresé a Ghana a fundar el African Futures Institute.
¿Cuál es su mensaje a los futuros arquitectos?
Que un arquitecto puede hacer mucho más que construir edificios. La arquitectura tiene impacto en la justicia, en la salud pública, en el paisaje y en las finanzas. El futuro es abordar todas esas disciplinas desde la arquitectura.
No ha parado de moverse por el mundo. ¿Regresará a Ghana?
150% seguro.
¿Cuánto ha cambiado su ciudad?
Radicalmente. Es imposible reconocer la ciudad de los años setenta. El tráfico es peor. Como no hay un sistema de transporte público y la ciudad ha crecido expandiéndose, las calles están desbordadas por los coches.
Como en Latinoamérica.
El mismo problema: la expansión y el transporte. Por eso una de las ambiciones de nuestro Instituto es tratar de cambiar ese urbanismo. Empezando en Acra y expandiendo la idea por África.
¿Qué representa para usted comisariar la Bienal?
[Se pone a llorar]. Si mi padre o mi hermana hubieran visto esto… Es un reconocimiento, claro. Pero también indica que la Bienal asume que las cosas deben cambiar.