Modelar la personalidad
No existen rasgos inamovibles de temperamento y carácter. Se cambia aprendiendo a llamar a las cosas por su nombre y con práctica. En seis años es posible variar comportamientos como la extraversión o el neuroticismo.
Hay quien recarga energía rodeándose de personas y hay quien prefiere la soledad para sentirse mejor. O quien abraza el cambio sin demasiadas dificultades o, por el contrario, el que se resiste automáticamente a las nuevas ideas. Cada persona es un mundo, se dice popularmente, y parte de esta diferencia viene definida por nuestra personalidad.
La personalidad es nuestra seña de identidad, los rasgos y las características que nos distinguen del resto. Tradicionalmente, se había creí...
Hay quien recarga energía rodeándose de personas y hay quien prefiere la soledad para sentirse mejor. O quien abraza el cambio sin demasiadas dificultades o, por el contrario, el que se resiste automáticamente a las nuevas ideas. Cada persona es un mundo, se dice popularmente, y parte de esta diferencia viene definida por nuestra personalidad.
La personalidad es nuestra seña de identidad, los rasgos y las características que nos distinguen del resto. Tradicionalmente, se había creído que era estable quien era introvertido; por ejemplo, se comportaría del mismo modo a lo largo de su vida. Sin embargo, las últimas investigaciones han echado por tierra dicha creencia. Nuestra personalidad varía y, en los próximos seis años, cada uno de nosotros habremos sufrido cambios en alguno de los rasgos que nos definen.
La personalidad se conforma a través de un proceso, en el que intervienen dos ingredientes básicos: el temperamento, definido por nuestra genética, y el carácter, el cual se va forjando en los primeros 20 años de vida según los aprendizajes, la calidad de los apegos y las experiencias. La personalidad es el resultante de todo ello y “se refleja en nuestras conductas, en nuestras formas de hacer, de pensar, de sentir y en cómo nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos”, afirma la doctora en Psicología Clínica y de la Salud Laura Rojas-Marcos, autora del libro Convivir y compartir (Grijalbo, 2021), en la entrevista que mantuvimos. Pero lo más interesante: tenemos la capacidad para moldear aspectos de nuestra personalidad a lo largo de toda la vida, como ha demostrado la ciencia.
Si tomamos de partida los cinco grandes rasgos de la personalidad (apertura a la experiencia, conciencia, extraversión, amabilidad y neuroticismo), parece que con la edad nos volvemos más estables emocionalmente, con mayor sensibilidad social o amabilidad y menos narcisistas, conforme uno de los estudios más sólidos realizados hasta la fecha con adultos holandeses durante varios años. La edad nos ayuda a madurar y a tomarnos las cosas con otra perspectiva. Pero no hace falta esperar décadas para que esto ocurra. Según otro análisis, es probable que variemos dos de los cinco rasgos más importantes de la personalidad en seis años.
No todos cambiamos del mismo modo. Es más, parece que no nos impacta de igual manera los mismos acontecimientos. Para ello, solo hace falta echar un vistazo a cómo nos ha influido la covid. “Hay personas que se han vuelto más temerosas o ansiosas por alguna experiencia traumática”, asegura la doctora Rojas-Marcos, “mientras que otras no lo han experimentado así aun viviendo experiencias similares”. Los resultados de las investigaciones de la personalidad a lo largo de los años y en diferentes culturas corroboran dicha conclusión. En el estudio anterior, por ejemplo, se comprobó que los divorcios, la viudedad o las situaciones difíciles no afectaban a la personalidad de la misma manera.
Tampoco nos valen ciertas excusas para justificar nuestros cambios. De hecho, otro hallazgo de las investigaciones desmonta un mito común: los hijos no heredan la personalidad de los padres. Comparten un 38% de rasgos comunes con sus progenitores, algo que podría parecer una cifra elevada. Sin embargo, si de manera aleatoria comparamos nuestra personalidad con un extraño, compartimos de media un 33%, según René Mõttus, profesor de la Universidad de Edimburgo. Cinco puntos porcentuales no resultan especialmente significativos, por lo que no nos sirve como excusa. Tampoco parece que vivir en la misma familia determine que las personalidades de los niños se parezcan o que las parejas asemejen sus rasgos a lo largo del tiempo.
Si para moldear nuestra personalidad no se debe confiar en los factores externos, el desafío está en el trabajo interior que haga cada uno. Necesitamos aprender a conocernos más. Podemos apoyarnos en especialistas, en conversaciones, en lecturas o en formaciones que nos inviten a reflexionar y a encontrar nuevos recursos ante las respuestas automáticas. Y como asegura Rojas-Marcos: “La clave está en identificar el propósito, llevar a cabo un plan de acción y darse la oportunidad para dejarse llevar por el espíritu aventurero, aprender a llamar a las cosas por su nombre y practicar”.
Los cinco grandes
La personalidad se puede describir a través de los cinco grandes rasgos. Cada uno es un continuo que va de un extremo a otro, con posiciones intermedias. Son estos:
— Apertura a la experiencia. Búsqueda de nuevos aprendizajes, relacionado con la curiosidad.
— Conciencia. Capacidad de autocontrol, de organización y de responsabilidad.
— Extraversión. Sociabilidad, opuesto a la introversión.
— Amabilidad. Rasgo de tolerancia, compasión y respeto por los demás.
— Neuroticismo o estabilidad emocional. Resiliencia ante las situaciones que se viven o tendencia hacia la ansiedad.
Pilar Jericó es coordinadora del blog Laboratorio de felicidad.