Las mujeres piloto que surcan los cielos de Alaska
Acacia Johnson es una fotógrafa documentalista que se dedica a capturar la relación de los humanos con el mundo natural. Cree que hay algo inherentemente espiritual en la labor de las pilotos alaskeñas a quienes dedica este fotoensayo, cuyas imágenes contrastan con el estereotipo del piloto masculino que ella conoció de niña
En el terreno enorme y escasamente poblado de Alaska hay un sonido que se escucha en casi cualquier lugar: el zumbido distante de una aeronave. Solo un 20% de Alaska es accesible por vía terrestre. Docenas de sus comunidades aisladas —predominantemente aquellas de pueblos nativos— dependen del transporte aéreo para servicios esenciales como el correo, los suministros y la atención médica. Alaska tiene seis veces más pilotos per capita que cualquier otro lugar en Estados Unidos, con unos 8.000 pilotos registrados. Crecí en Anchorage, la ciudad más grande del Estado, y todos los pilotos q...
En el terreno enorme y escasamente poblado de Alaska hay un sonido que se escucha en casi cualquier lugar: el zumbido distante de una aeronave. Solo un 20% de Alaska es accesible por vía terrestre. Docenas de sus comunidades aisladas —predominantemente aquellas de pueblos nativos— dependen del transporte aéreo para servicios esenciales como el correo, los suministros y la atención médica. Alaska tiene seis veces más pilotos per capita que cualquier otro lugar en Estados Unidos, con unos 8.000 pilotos registrados. Crecí en Anchorage, la ciudad más grande del Estado, y todos los pilotos que conocí eran hombres. Cuando era niña, volar era tan normal para mí como andar en coche o en barco, pero nunca pensé en ser piloto, en parte porque nunca había visto a una mujer como yo comandando una avioneta. Leighan Falley, la primera mujer piloto que fotografié, describió volar como una forma de conectarse espiritualmente con las montañas del campo alaskeño. Cuando la conocí, ella trabajaba como piloto de glaciares en las afueras de Talkeetna y sobrevolaba esas mismas montañas donde alguna vez había guiado a escaladores. Conocer a Falley me llevó a encontrar a otras. Como Heidi Reuss, de 87 años, que había sido instructora de vuelos comerciales durante más de 60 años, o a Jamie Klaes, de un pueblo remoto del Ártico, quien entrenó a jóvenes nativos alaskeños para convertirse en pilotos. Dolena Fox, de 26, acababa de convertirse en la primera mujer piloto yupik de su región. Cada una de estas mujeres me hacía sentir como si volar fuese algo que yo también podía aprender. Los hombres que se hicieron famosos décadas antes no tenían nada que ver con estas pilotos que yo conozco y admiro.