Telmo Irureta: una vida de película en silla de ruedas
Aquejado de parálisis cerebral desde los dos años, licenciado en Magisterio y a punto de empezar Psicología, este guipuzcoano de 33 años hizo realidad su pasión: ser actor. Protagoniza cortos, monólogos y obras de teatro, y ahora debuta en el largometraje con ‘La consagración de la primavera’, de Fernando Franco, a concurso en el Festival de San Sebastián
Decir que nos gustaría ser como Telmo Irureta porque envidiamos su forma de ver la vida y su ilimitada capacidad de reírse de sí mismo es una forma como otra cualquiera de arrancar el retrato de este chico que protagoniza obras de teatro, monólogos hilarantes y salvajes y, ahora, también películas.
Telmo Irureta es actor. Actúa sentado en una silla de ruedas o tumbado en una cama. De hecho, todo en la vida lo hace sentado en una silla de ruedas o tumbado en una cama debido a la parálisis cerebral que le a...
Decir que nos gustaría ser como Telmo Irureta porque envidiamos su forma de ver la vida y su ilimitada capacidad de reírse de sí mismo es una forma como otra cualquiera de arrancar el retrato de este chico que protagoniza obras de teatro, monólogos hilarantes y salvajes y, ahora, también películas.
Telmo Irureta es actor. Actúa sentado en una silla de ruedas o tumbado en una cama. De hecho, todo en la vida lo hace sentado en una silla de ruedas o tumbado en una cama debido a la parálisis cerebral que le afecta desde que a los dos años sufriera una encefalitis. Este chico al que se le van cayendo de los bolsillos la simpatía, la sensibilidad y la chispa nació hace 33 años en la localidad de Zumaia, incrustada allá en la costa guipuzcoana entre Getaria y Deba. Se licenció en Magisterio y Pedagogía. Puede decirse que la cosa no le chifló. Buscaba algo. Y encontró la interpretación. Así que se apuntó en el Taller de Artes Escénicas (TAE) de San Sebastián y empezó con que si los textos clásicos, con que si la cuarta pared, con que si la vocalización, con que si Stanislavski, etcétera, etcétera. Eso sí que le gustó. Estuvo allí entre 2012 y 2015. Había buscado… y había encontrado. Aunque ahora seguirá buscando. En unos días, volverá a la universidad para empezar la carrera de Psicología. También lo hará en San Sebastián, y ha decidido dejar Zumaia e instalarse en la capital donostiarra. “Es que en esto de ser actor, ahora tienes trabajo y ahora no, ahora sí y ahora no, no, no, no… Así que prefiero hacer más cosas por si acaso”, explica en una terraza cercana a la playa de Itzurun, en Zumaia. Curioso: un lugar bien cinematográfico. Aquí se rodaron secuencias de Ocho apellidos vascos (ermita de San Telmo) y de la serie Juego de tronos.
—Mira, Telmo, si quieres, nos sentamos ahí, en esa mesa.
—Yo ya estoy sentado.
La primera, en la frente. Empieza el show. Pero cómo no se va a reír este hombre de uno, si uno comprueba enseguida que de lo que más se ríe este hombre es de sí mismo…
Después de varios cortometrajes, y gracias a las enseñanzas de Alex Tello y otras gentes del teatro local, Telmo Irureta se lanzó a hacer monólogos en pequeñas salas escénicas y en bares. Uno de ellos, por cierto, Toquecito minus, es impagable y puede verse en YouTube: “Yo normalmente tomo unas pastillas para el estómago, y me van muy bien, pero hoy, sin darme cuenta, me he tomado uno de los antidepresivos de mi abuela; ¡oye, qué maravilla! Ahora ya sé por qué dice que tiene unos nietos guapísimos…, porque vive engañada, la muy drogadicta”.
Para él, el arte del monólogo excede con mucho el ámbito de la interpretación, para desembocar casi en un diálogo con el espectador. “Cuando hago monólogos no solo actúo, sino que también interactúo con el público, y eso me gusta, me gusta que no exista la cuarta pared. Así que miro mucho a los espectadores. Aunque, claro, a veces, representando una obra en un teatro, pues no los ves. Pero si haces monólogos o microteatro, entonces sí. Y eso está muy bien, porque las miradas cuentan, son un apoyo. Aunque, por otro lado, no ver al público también está bien…, ¡que a mí ya me ha pasado ver a uno dormido, ahí delante, y entonces dices: ‘Pero para qué habré mirado!”.
Más tarde empezó a pasear por los escenarios, junto a la actriz Aitziber Garmendia y bajo la dirección de Mireia Gabilondo para la compañía Tanttaka, la obra teatral Sexberdinak, recientemente adaptada al castellano bajo el título Sexpiertos. Un cruce de caminos entre la risa, la ternura y la terca evidencia de las cosas.
Y ahora debuta en el campo del largometraje protagonizando, junto a Valèria Sorolla y Emma Suárez y a las órdenes del director Fernando Franco, La consagración de la primavera, una historia seca de intimidades y miedos que estará en la sección oficial del inminente 70º Festival de Cine de San Sebastián (del 16 al 24 de este mes). Será la primera alfombra roja para Telmo Irureta, que ya viene avisando. “Me haré el guay, por supuesto”.
En un momento de la película, retumba una frase: “A alguien hay que echarle la culpa”.
—¿A alguien hay que echarle la culpa?
—No. Ese concepto no existe para mí. Esto que me pasa es sencillamente una putada que me ha tocado. No veo culpables.
Siguiendo la tradición, podría decirse que estamos ante un luchador que ha superado todas las barreras, y que querer es poder, y que él es como cualquiera de nosotros y blablablá…, pero seguro que eso él no lo usaría en sus monólogos. No parece buen material. En cambio, prefiere decir esto: “No lo he pasado mal, lo he pasado bien, porque no me he puesto freno, y he dicho: ‘Oye, lo voy a intentar’, y cuando lo intentas, pues a veces lo consigues y al final te dices a ti mismo: ‘Uy, qué bien’. Eso sí, es difícil encontrar personajes con mi condición física. Hay pocos, pero los que hay, a ver si los puedo pillar. ¡Y si no, pues me los invento yo!”.
—Bueno, los grandes actores latinos siempre se quejaban de que solo les llamaban para hacer de latinos y…
—¡Y a mí solo para hacer de minusválido! ¡Es que lo hago tan bien, ja, ja, ja, ja!, me sale tan bien, tan natural…, que me han encasillado.
—En La consagración de la primavera hace de discapacitado.
—Sí.
—Pero igual un día hace de un oficinista que además resulta que está discapacitado. Eso sería distinto.
—¡Me encantaría hacer de un oficinista! Pero no, en serio, me gusta mucho que desde un escenario o desde una película se hable de los discapacitados, porque falta mucha información. O sea, que me gustarían los dos. Hacer de oficinista y de discapacitado. Desdoblarme [risas].
—¡Doctor Jekyll y Mister Hyde! [muchas risas].
A Telmo Irureta le gusta mucho La consagración de la primavera. Lo único que le dolió de la película fue el final. Que, claro, no se contará aquí.
Cree que a los dos personajes protagonistas, el suyo de David y el de Laura, que interpreta Valèria Sorolla, aunque viven vidas alejadas años luz entre sí, les une algo de manera fatal, algo llamado soledad. Fernando Franco ha contado este relato huyendo de adornos afectivos y excesos de compasión mal entendida que seguramente habrían resultado atroces en una historia así, probablemente habrían arruinado la película porque la habrían hecho patética. “Creo que desde el principio Fernando tenía clara la idea del cómo. Le encanta hacer planos-secuencia y así no hace trampas en el montaje”, explica el actor guipuzcoano.
—¿Y el día que el director le pidió que enseñara el sexo?
—Se lo dije yo a él. Bueno, teníamos una chica en el rodaje que era coordinadora de intimidad. Hablaba con nosotros para que nos sintiéramos cómodos en las escenas de desnudo. Yo leí el guion y dije que, ya que era atrevido, estaría bien que también la imagen lo fuera. Es que hay por ahí muchas ideas buenísimas que, a la hora de hacerlas, se quedan muy light. Y yo nunca soy light.
—No sé por qué no me sorprende.
—Lo light no me motiva. Me digo: “¡Si es light, no lo hagas!”.
No, no tenía delante Fernando Franco a alguien light. El director sevillano recuerda hoy así su encuentro con el actor. “Como persona, Telmo es alguien muy vitalista, alguien con muchísimo sentido del humor, un humor con un punto muy negro con el que se gana a todo el mundo y que te hace sentir muy cómodo desde el primer minuto. El día que rodábamos en un cuarto piso, se estropeó el ascensor y Telmo no podía bajar. Así que nos pusimos a bajarle entre varios. A mitad de la escalera ya estábamos todos exhaustos. Y él suelta: ‘¿Veis? ¡La próxima vez os traéis un ataúd, que es mucho más cómodo para bajarme!’. Y como actor es muy muy bueno, tiene una cabeza muy ágil que le permite integrar a toda velocidad todas las indicaciones que se le dan en el rodaje. Además, a mí Telmo me ha regalado muchas cosas de su propia experiencia. Así que no puedo estar más contento con la elección que hice”.
Mireia Gabilondo dirige al actor en la obra teatral Sexberdinak, Sexpiertos en su adaptación en español, una pieza de risas y lágrimas a la que los espectadores asisten… sentados también en silla de ruedas. Y está convencida de que Telmo Irureta ha llegado para quedarse: “En escena es un 10. Con él siempre pasa que nos perdemos en los preliminares, que si sus cosas, que si su discapacidad, etcétera, pero yo a él es que siempre se lo digo: es un actor maravilloso, con una organicidad suprema y un sentido del ritmo impresionante, para la comedia, claro, con ese humor negro que él tiene y esa forma tan limpia de servir el gag, y eso que no dispone de su cuerpo para hacerlo. Pero es que también tiene mucha emoción…, aunque le da un poco de miedo entrar en ella. Creo que le da miedo que le pueda. Eso nos pasa mucho a los actores”.
El protagonista de La consagración de la primavera y de Sexpiertos cuenta ya con un pequeño aunque fiel club de fans que va creciendo sin prisa pero sin pausa. Pero en el hipotético caso de que hubiese que elegir a la presidenta de ese club, la designada no podría ser otra que Elena Irureta. La experimentada actriz guipuzcoana que asombró a todos con su papel de Bittori en la serie Patria, creada por Aitor Gabilondo a partir de la novela de Fernando Aramburu, es la tía de Telmo. Y avisa: “Nada de lo que pueda decir de él va a ser objetivo”. Y después explica: “Desde pequeño, igual con ocho años o así, él me comentaba: ‘No sé si ser cantante o actor’. Y yo le decía: ‘Pues lo tienes crudísimo en las dos cosas, chico, piensa en una tercera’. Y él, después de hacer Magisterio y Pedagogía, sin decir nada, se fue a la escuela de interpretación y les preguntó: ‘¿Yo podría aprender?’. Y primero le dijeron: ‘Nos tenemos que reunir y decidir’. Y después le dijeron: ‘Mira, si tú no te pones límites, no te los vamos a poner nosotros’. Y así se fue a la escuela, él solo, todos los días desde Zumaia hasta San Sebastián durante tres años. Al acabar se lo empezó a montar él solo, en la calle, con monólogos, esto, lo otro…, y la verdad es que nos ha dejado a todos noqueados. Le admiro muchísimo, admiro cómo saca partido a su forma de ser y a su forma de interpretar. Soy fan total”.
Viéndole en algunos de sus monólogos, podría llegarse a la conclusión de que la profesión de Telmo Irureta consiste en hacer reír a los demás y a sí mismo. Cada vez que suelta un gag se parte con una risotada igual de callada que de contagiosa. Pero desde el escenario y desde la pantalla también hace llorar. Lo que le lleva a establecer la siguiente reflexión sobre el humor y sus potencias: “Sí…, también he hecho llorar, y también me gusta, porque creo que la vida también es eso, ¿no te parece?, momentos de descojono y momentos de tristeza. No sé cómo explicarlo bien…, a veces, si las cosas son duras, pero les metes un poco de humor, ¡me encanta!, porque es como que duelen incluso más. Entonces la gente en ese momento puede pensar: ‘Pero ¿cómo este tío ha sido capaz de decir eso en ese momento? ¡Si está en la mierda y se está descojonando de su situación!’. Pero es que, si lo hago todo desde el victimismo, pues ya cansa un poco”. A Telmo Irureta no le gusta la gente que desprecia la risa. “Hay gente que cree que el humor no es serio. A mí me parece superserio. E importantísimo. Y me encanta el contraste entre lo chungo y lo oscuro, por un lado, con el cachondeo y el humor, por otro”.
Quizá todo eso tenga que ver con su afición confesa por el teatro del absurdo, esa denominación que tan absurda les parecía a sus propios apóstoles, Ionesco, Beckett, Jarry, Arrabal y otros. “Es que la propia vida lo es, es bastante absurda”. Y preguntado acerca de si la triste sucesión de los días y de las noches incurre en esa condición, y preguntado también acerca de si a él en general le interesan muchas cosas de entre esa sucesión o le interesan pocas cosas, pero mucho, explicará: “La verdad es que creo que soy un poco pasota. Yo diría que me interesan algunas cosas… y ya está. A veces me sorprende lo poco que sé de muchas cosas. Y luego me justifico y me digo: ‘Bueno, pero sé de otras’. Y así me quedo tranquilo. Y, además, ¿quién dice de qué tenemos que saber y de qué no? ¿Quién dice qué es lo importante?”. Un razonamiento bastante lógico… y nada absurdo.
En cuanto a las eventuales interacciones entre la persona y el intérprete y las eventuales fronteras entre la vida real y la escena o el set de rodaje, y las barreras que el cuerpo le puede poner al alma (e incluso viceversa), sirva como reflexión final este diálogo con Telmo Irureta.
—Claro, ser actor me está ayudando mucho como persona…, me hace sentir menos solo. Y me sirve como terapia, porque muchas veces me ayuda a desahogarme, y entonces utilizo cosas de mi vida real en el escenario. Miro al público y pienso: “¡Ahora os vais a enterar!”. Es que, claro, de la discapacidad se habla mucho desde fuera. Pero no, no…, a mí me gusta decir: “Deja, deja, que ya lo cuento yo en primera persona”. A muchos actores les pasa que se tienen que convertir en el personaje. ¡Pero a mí me pasa al revés! El personaje se convierte en mí. Es que pongo mucho de Telmo. Aunque a veces también pienso que qué necesidad tendré yo de hacer todo esto…
—Coño, pues hacernos reír. Aunque da la sensación de que uno de los que más se ríen con usted es usted.
—¡Ja, ja, ja, ja, pues claro! Pero soy muy exigente conmigo.
—¿Y eso?
—O sea, a ver, soy exigente a destiempo. Hago y luego pienso. Y me digo: “Uffff, lo tenías que haber hecho de otra manera”. Muchas veces no me gusto.
—Ya, pero el que no se tira a la piscina…
—Yo me tiro, yo me tiro. Y luego pienso.
—Y a veces se da la hostia.
—Pero de eso se aprende.