La mujer que se atreve a enlatar vino bueno en España
Sana Khouja tiene una visión de negocio que desafía la tradición enológica: meter caldos nobles en recipientes de lámina. Sostiene que cada vez se prioriza más la comodidad y augura la muerte del sacacorchos.
Cada ocho años a Sana Khouja (33 años) le viene una mala racha. Se dio cuenta dibujando la línea de su vida para un ejercicio de la escuela. Las desgracias llegaban en tropel justo así, cada ocho años: accidente de moto, matrimonio pactado que nunca llegó a consumarse, diagnóstico de lupus, padre a prisión. En medio, tiempos de estabilidad. Ahora vive uno de esos buenos ciclos, que se está alargando. Ella cruza los dedos para que se haya roto el maleficio de los ocho años.
Khouja es fundadora y CEO de...
Cada ocho años a Sana Khouja (33 años) le viene una mala racha. Se dio cuenta dibujando la línea de su vida para un ejercicio de la escuela. Las desgracias llegaban en tropel justo así, cada ocho años: accidente de moto, matrimonio pactado que nunca llegó a consumarse, diagnóstico de lupus, padre a prisión. En medio, tiempos de estabilidad. Ahora vive uno de esos buenos ciclos, que se está alargando. Ella cruza los dedos para que se haya roto el maleficio de los ocho años.
Khouja es fundadora y CEO de Zeena, el primer vino en lata español, una idea asentada en Estados Unidos pero no muy bien vista en España. Zeena solo enlata “monovarietales españoles de calidad”, caldos pensados originalmente para seguir la liturgia enológica donde una lata sigue siendo un sacrilegio. “La lata es el futuro porque los más jóvenes no saben abrir una botella de vino”, afirma.
La mujer que desafía siglos de tradición enológica es la primogénita de una familia bereber establecida en los años noventa en el barrio del Raval de Barcelona. “Mi padre era un pieza, tuvo muchos problemas con el alcohol y las drogas. Yo llegué a España con dos semanas, en brazos de mi madre, a la que casaron con 15 años. Ella no hablaba español, mi padre tenía entonces un bar donde ella hacía jornadas maratonianas en la cocina, conmigo metida en el carrito”. Así que las fotos de su primera infancia son las de un bebé rodeado de humo y de borrachos. “Siempre supe que no tenía la opción de quejarme porque nadie iba a sacarme las castañas del fuego”. Más tarde nacieron dos hermanos a los que ella metió en una casa de acogida porque su padre los amenazaba de muerte.
Con becas estudió en el colegio La Salle, en ESADE y en el IESE. “Durante muchos años me avergonzaba de mis orígenes, no le decía a nadie que era de Marruecos, que mi madre limpiaba pisos o que mi padre era un drogadicto. El día que la aceptaron para estudiar Finanzas y Contabilidad no pudo compartir su alegría. “Mi padre estaba borracho. Mi madre no sabía qué era ESADE”, se encoge de hombros.
Desde los 18, Khouja cambia de piso tres o cuatro veces al año, ha viajado por el mundo compartiendo habitaciones, conociendo gente y aprendiendo. Habla seis idiomas: bereber, árabe, francés, inglés, catalán y español. La idea de enlatar el vino le llegó abriendo una nevera en Nueva York. “Una amiga me dijo: ‘Abre la nevera y coge el vino que quieras’. Yo buscaba y no encontraba nada. Ella insistía: ‘Tienes un blanco, un rosado y un tinto’. Yo, claro, esperaba botellas, pero eran tres latas. Khouja había trabajado cinco años en la bodega tarraconense Mas Perinet. Algo le quedaba de la tradición del vino. Cogió una lata de la nevera de su amiga pensando: “¡Qué asquerosidad!”. Lo probó y era una garnacha californiana muy buena. “Me volvió loca”, recuerda.
En mayo de 2020 fundó Mindful Drinkers, propietaria de la marca Zeena con 10.000 euros que su hermano recibió como indemnización por un accidente. Cerró su primera ronda de financiación de 200.000 euros el día de los Santos Inocentes y terminó 2021 con 50.000 latas vendidas y una facturación de 100.000 euros. Para 2022 espera triplicar esas cifras. El 70% de su clientela está en España, también venden en Andorra y Japón y en unos meses sus latas entrarán en México y Colombia.
Tras una pandemia global y en medio de una guerra, Sana Khouja piensa que ahora solo puede tocar volar alto. El maleficio tendrá que esperar, al menos, otros ocho años.