El hombre que mantiene vivo el arte de escribir a mano
José María Passalacqua es calígrafo, uno de los pocos que quedan. Ha hecho de cada trazo un ingenio que aprovechan, entre otros, las marcas de lujo
José María Passalacqua (Buenos Aires, 50 años) vive como un ermitaño en el barrio de Lavapiés, Madrid, encorvado sobre una mesa, escribiendo. “Hay veces que no salgo ni hablo con nadie”, dice. Passalacqua escribe, se detiene en cada letra, la traza con ciencia, compone las palabras, forma las frases que acaban en colas espirales, que no solo persiguen el significado sino también la belleza. Escribe, pero no como un escritor al uso. Passalacqua es un calígrafo. “Lo que hago es escribir a mano”.
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José María Passalacqua (Buenos Aires, 50 años) vive como un ermitaño en el barrio de Lavapiés, Madrid, encorvado sobre una mesa, escribiendo. “Hay veces que no salgo ni hablo con nadie”, dice. Passalacqua escribe, se detiene en cada letra, la traza con ciencia, compone las palabras, forma las frases que acaban en colas espirales, que no solo persiguen el significado sino también la belleza. Escribe, pero no como un escritor al uso. Passalacqua es un calígrafo. “Lo que hago es escribir a mano”.
Desde ese refugio lleno de papel, de carpetas, de plumas y pinceles, de botes de tinta, pone su caligrafía al servicio de las marcas más importantes de la moda y el lujo: Loewe, Hermès, Chanel, Dior, Gucci, dentro de lo que se llama caligrafía artística y protocolaria. Su trabajo le da un punto de exclusividad y hermosura a las invitaciones, cartas, menús, notas de bienvenida o libros personalizados.
Su padre y su abuelo, ambos ingenieros, tenían afición a la caligrafía y libros sobre la materia en su Argentina natal. Y Passalacqua pasaba horas mirándolos sin entender las intrincadas instrucciones que allí se recogían. ¿Qué eran todas esas flechas, esos trazos, esos números? La edad le llevó a comprender. Realizó los estudios de Diseño Gráfico y recaló en Madrid por motivos laborales, cuando los ordenadores comenzaban su dominio incontestable: lo original entonces era usar las manos. Por el camino ha estudiado en varios países distintos tipos y técnicas caligráficas, caligrafías antiguas, medievales, letras carolingias, góticas o humanistas, etcétera, ahora experimenta con caligrafías de estilo modernista. Algo que le gusta de la letra de una persona es que es única, como un ADN.
“El profano muchas veces solo ve que algo está escrito con cuidado, que es bonito, pero hay más detrás”, dice el artista, o el artesano, porque su trabajo, en el que con frecuencia debe escribir un texto muchas veces, como una imprenta humana, tiene esa tenacidad y lentitud propias de la artesanía. “Para ser más preciso, me identifico con algunos movimientos de artes aplicadas, como Arts and Crafts, a finales del XIX, o la Bauhaus, ya en el XX, que llevaban el arte al diseño”, dice. Su letra está bien diagramada, tiene movimiento, es muy expresiva, no aburre. “No es letra muerta”, reconoce el amanuense.
No son buenos tiempos para la escritura a mano: cada vez se practica menos, hay muchas personas que apenas pueden comprender su propia letra, y en la educación, el teclado o la pantalla táctil van sustituyendo a los cuadernos. “Escribir a mano ofrece algunas cosas que no ofrecen las máquinas”, señala el calígrafo, “creo que es mejor para el aprendizaje y la concentración. Es más divertido. Es un error que se deje de escribir a mano, pero hasta a mí, cuando hago la lista de la compra y me relaciono con la escritura de forma informal, me cuesta”, reconoce.
Su trabajo, inclinado sobre el papel durante muchas horas del día, puede tener la virtud de las labores cuidadosas, de la vida lenta, pero solo cuando las tareas de gestión y las prisas y estímulos contantes de la existencia contemporánea (hay que tener Instagram) se lo permiten. Hay que tener en cuenta que este profesional trabaja solo y él mismo se ocupa de organizar su agenda, hacer los presupuestos, cerrar las facturas y, en fin, todas las obligaciones que acarrea una actividad profesional. Hay días en los que no tiene tiempo ni para trazar una coma. Por eso no es fácil contactar con él: no es raro que se aísle del mundo y apague todos sus dispositivos para quedarse a solas con su tinta y su pluma: muchas veces es la única manera que tiene de avanzar.
Letra a letra, las palabras que dibuja sacuden su cuerpo: “Uno va cumpliendo años y a veces te duele tanto el tendón que no puedes coger un folio”, se lamenta, “comienzan problemas en las muñecas, en las manos, las contracturas en la espalda no se van con facilidad, se convierten en pinzamientos…, pero te puedo recomendar un fisioterapeuta buenísimo”.