De cómo una pieza de arte pasa de ruina a obra maestra
Galeristas y anticuarios ponen a la venta piezas que parecen recién salidas del taller de los maestros antiguos gracias a su restauración.
Solo un personaje “mira” al espectador. El disparo a bocajarro en la frente le ha abierto una herida de sangre seca. Este detalle del cuadro lo replica Steven Spielberg en su famosa escena de La lista de Schindler cuando muestra la niña del traje rojo que acaba en una montonera de cuerpos; es la interpretación contemporánea de Enrique Quintana, director de Restauración del Prado, del cadáver desplomado en primer plano de Los fusilamientos, de Goya. ...
Solo un personaje “mira” al espectador. El disparo a bocajarro en la frente le ha abierto una herida de sangre seca. Este detalle del cuadro lo replica Steven Spielberg en su famosa escena de La lista de Schindler cuando muestra la niña del traje rojo que acaba en una montonera de cuerpos; es la interpretación contemporánea de Enrique Quintana, director de Restauración del Prado, del cadáver desplomado en primer plano de Los fusilamientos, de Goya. Quintana fue quien restauró (2008), junto a Clara Quintanilla, la obra maestra. La tela sufrió daños durante su traslado en la Guerra Civil. Un lienzo en perfecto estado concede lecturas inagotables.
Esa misma lectura supone un pasar de páginas embarradas si contemplamos el Salvator Mundi, el cuadro más caro (450 millones de dólares) de la historia, vendido en Christie’s durante 2017. Estas semanas, el óleo sobre madera es el protagonista del documental The Lost Leonardo (Sony Pictures), dirigido por Andreas Koefoed. Más allá de si la tabla era de Leonardo o de uno de sus discípulos, la película filma un inframundo donde las obras son solo parte del juego del dinero y el poder. Puertos francos, cámaras blindadas, marchantes dudosos y la “nauseabunda” —en adjetivo de The Guardian— promoción de la casa de subastas. La pintura cuando se descubrió en 2005 sufría un estado de conservación calamitoso. Fracturada y con enormes faltas de pintura. La restauró —entre 2005 y 2017— Dianne Modestini. Algunos admiraron su oficio, otros casi la acusan de inventarse un leonardo. “Creo que es un buen trabajo. Puede ser algo exagerado. Pero si no lo hubiera hecho, el cuadro habría parecido una ruina”, admite Frank Zöllner, especialista en lo leonardesco.
Restaurar es difícil porque no existen dos personas iguales. Cada profesional lee su propio cuadro y utiliza sus productos. “Es como la receta de la paella, todo el mundo tiene una diferente y le gusta de una manera distinta”, compara Jordi Coll, quien gestiona el Ecce homo madrileño atribuido, por bastantes expertos, a Caravaggio. Sin embargo, el mercado, los anticuarios, las ferias y los coleccionistas buscan obras que parezcan recién salidas del taller de Zurbarán o Rubens. “Siempre ha habido buenas y malas restauraciones”, distingue Enrique Quintana. Y recorre la foto de la posible tela del genio lombardo. Comparte criterio con la historiadora Manuela Mena: “Ojalá no lo toquen”, defiende. “Perdería su valor; en manos de un restaurador del mercado del arte, dejaría de ser Caravaggio”. Existen razones profundas. “Una mala restauración no tiene vuelta atrás, rompes la pintura para el futuro. La restauración debe permitir entrar en la obra, y una deficiente es un cristal; una lámina”, avanza Quintana.
Demasiadas veces hay prisas por poner la obra a la venta y eso resulta una amenaza. “Las pinturas siempre se han retocado con el fin de que parezcan más bonitas y venderlas. Yo limpiaría una menor cantidad de lienzos y de forma menos radical”, reflexiona Martin Kemp, profesor emérito de Historia del Arte en la Universidad de Oxford. Porque la restauración sí juega a los dados.
¿Cuál sería la cartela hoy del Salvator Mundi? Taller de Leonardo siguiendo un diseño de Leonardo y con la participación de Leonardo. Fecha, ¿1507 o después? Un tiro al azar.