Carlos Moreno: “Hay alcaldías que apuestan por privatizar la ciudad”
Es el artífice de la progresiva e imparable salida de los coches del centro de París. Acuñó “la ciudad de los 15 minutos” y es asesor urbanístico de la alcaldesa Anne Hidalgo. Defiende una ecología que tenga en cuenta la economía y relata su historia, de guerrillero colombiano a profesor en la Sorbona.
Carlos Moreno (Tunja, 1959) es más parisiense que colombiano. Llegó sin nada y hoy es catedrático de Emprendimiento, Territorio e Innovación en la Sorbona. Consciente de que la ciudad es el problema y también la solución, escribió Droit de cité (Derecho de ciudad; Editions de l’Observatoire), donde defiende el paso de la aldea global a la ciudad de los 15 minutos: el barrio en el que poder caminar hasta la escuela, el parque, el centro de salud o el mercado.
Padre de dos hijos en su primer matrimonio, vive con Christine —que abre la puerta a un balcón frente al Sena— y la ...
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Carlos Moreno (Tunja, 1959) es más parisiense que colombiano. Llegó sin nada y hoy es catedrático de Emprendimiento, Territorio e Innovación en la Sorbona. Consciente de que la ciudad es el problema y también la solución, escribió Droit de cité (Derecho de ciudad; Editions de l’Observatoire), donde defiende el paso de la aldea global a la ciudad de los 15 minutos: el barrio en el que poder caminar hasta la escuela, el parque, el centro de salud o el mercado.
Padre de dos hijos en su primer matrimonio, vive con Christine —que abre la puerta a un balcón frente al Sena— y la hija pequeña de ella. Sobre la chimenea hay varias estatuas figurativas inacabadas. Christine es escultora. Y Moreno cuenta que su piso cambia cada mes cuando organizan Les rencontres de Malaquais. La idea remite a los salones del siglo XVIII que se celebraban en esa zona de la Rive Gauche para hablar de ciencia, literatura o música.
Pregunta. “No te quedas en una ciudad por una de sus 7 o 77 maravillas. Te quedas porque responde a una de tus preguntas”, escribió Italo Calvino. ¿Qué pregunta respondió París cuando llegó con 20 años?
Respuesta. Mi pregunta era: cómo vivir en un lugar sin que te persigan.
P. En 1979 entró en Francia como refugiado político.
R. En Colombia había mucha represión. El Gobierno [presidido por Julio César Turbay Ayala] era una dictadura como hoy: el poder sigue en manos de militares y narcomilitares. Ahora está incluso peor que cuando hui. Y la guerrilla no existe.
P. Usted formó parte de la guerrilla.
R. Sí, del movimiento urbano M-19.
P. Un movimiento que no excluía la violencia.
R. Hay que volver a esa época de narcomilitarismo para entender. Colombia es un país carcomido por el narcotráfico. Los gobiernos sucesivos, los militares y las grandes fortunas tienen vínculos con él.
P. ¿Ningún poderoso se salva?
R. No. Es un país devorado por la cocaína.
P. ¿Episodios como la transformación de Medellín son anecdóticos?
R. Las ciudades han mejorado. Y ya no existe Pablo Escobar. Pero hay otros narcos. Hace unas semanas incautaron una avioneta con 400 kilos de cocaína. Había despegado de una base militar de Bogotá. El propietario era un personaje local casado con una integrante del show business. Ambos son parte del círculo del gobierno.
P. ¿Ustedes querían oponerse a esa deriva?
R. El M-19 quería cambiar el mundo informando, repartiendo cargamentos de leche entre la población. Era festivo. Nuestra intención era hacer protesta pacífica.
P. ¿Por qué estaban armados?
R. Necesitábamos armarnos para no morir.
P. ¿Ha matado a alguien?
R. No. Pero participé en acciones armadas. En la Navidad de 1978 había 15.000 armas en un almacén de la principal brigada militar. El M-19 compró la casa vecina, hizo un túnel y durante las fiestas robó 12.000 armas.
P. Hubo crímenes.
R. Uno terrible. El M-19 secuestró a un dirigente sindical que se había convertido en traidor y lo mataron.
P. ¿Huyó a Francia escapando de la justicia, del Gobierno o del lío en el que se había metido?
R. A mis compañeros los detenían, los hacían desaparecer, los descuartizaban… Hui de eso.
P. ¿Por qué llegó a París?
R. Secuestraron y torturaron a un compañero. Huyó a París porque su hermano era profesor universitario aquí. Lo acogió como refugiado y luego me acogió a mí. Si hubiera estado en Madrid, hubiera ido allí.
P. ¿Esa es su idea de la ciudad, un lugar de renacimiento?
R. Sí, de reconstrucción, un sitio donde poder volver a empezar.
P. ¿En París encontró esa segunda oportunidad?
R. Justo. La democracia nos parecía exótica: que hubiera gente que expresara ideas de izquierda sin que le pasara nada parecía un sueño.
P. No hablaba francés.
R. No, pero esto es Francia y conseguí ser ciudadano de primera: tuve acceso a una educación. La República Francesa tenía en ese momento esa generosidad que es humanidad: nos acogió, nos alojó, nos alimentó y nos formó.
P. ¿Hoy hubiera podido entrar?
R. Creo que no.
P. ¿Qué ha pasado con la República Francesa?
R. Ya no es tan generosa con los refugiados. El mundo ha cambiado y no todo es mejor.
P. ¿Es más francés que colombiano?
R. Tengo 62 años. He vivido el doble en París que en Colombia, pero la vida primera marca. Tengo genética y cultura latinoamericanas, pero me identifico con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Estoy arraigado.
P. Su padre fue un campesino de los Andes y usted es profesor en la Sorbona.
R. En los años cincuenta, durante La Violencia, que fue como una guerra civil, Colombia expropió las tierras de los campesinos para agrandar las de los terratenientes. Los campesinos se vieron obligados a emigrar a centros urbanos para ganarse la vida. Eso está pasando en el resto del mundo por la tenencia de la tierra: miles de hectáreas de un solo propietario que producen intensivamente un solo producto y que, con frecuencia, pertenecen a compañías o gobiernos de otros países. Se llama land grabbing (acaparación de tierras) y supone que China, por ejemplo, sea propietaria de tierras en Brasil, Argentina o Iowa. Eso ha generado lo que le ocurrió a mi padre: una población que es urbana a pesar de no querer serlo.
P. ¿Desaparece lo rural?
R. Cuando me fui, en las ciudades latinoamericanas vivía un 30% de la población. Hoy vive un 80%. Cualquier movimiento rural es arcaico, no tiene sentido. El combate ahora está en la ciudad.
P. ¿Sigue con ganas de combatir?
R. Es fundamental esforzarse para reapropiarse de la ciudad. Eso no es otra cosa que poder vivir, trabajar, educarse y pasear en ella. Muchos de los movimientos urbanos han defendido, durante décadas, el derecho al alojamiento. Hay que ir más allá, al derecho a vivir en ella.
P. Eso cuenta en su libro, pero habla de combate desde un piso burgués frente al Sena.
R. La aspiración a ser burgués debe existir para todos.
P. ¿Cómo generar confianza entre quien no se puede pagar una habitación en la ciudad cuando pide que salgan a la calle a luchar por sus derechos?
R. Por inteligencia cívica. Socialmente, todos —al margen de las ideologías— necesitamos que nuestras ciudades estén menos fracturadas. Hemos visto durante la pandemia cómo muchos problemas exigen respuestas colectivas. Lo mismo sucede con el cambio climático. ¿Por qué aumenta la concienciación? Porque la juventud, que con frecuencia no vota, sí se manifiesta por el futuro de su planeta o por los derechos LGTB. En todas las casas hay una Greta. Mucha gente está cambiando de manera de pensar empujada por sus hijos. Ese movimiento se va a extender y va a necesitar que la democracia sea más participativa.
P. ¿Qué quiere decir?
R. En las últimas elecciones francesas [regionales], el 80% de los jóvenes no votaron. Al día siguiente, en la Fiesta de la Música, invadieron las calles: tocando, bailando y cantando. Es necesario reinventar la democracia. De los pocos jóvenes que votan, varios lo hacen al Frente Nacional. Si ningún partido ofrece posibilidades para mejorar su vida, necesitaremos que ellos mismos encarnen un partido.
P. Habla de amor al describir la recuperación de los barrios, pero esa voluntad de compartir ya se dio en Mayo del 68. Y quedó en nada.
R. Fue un movimiento muy ideológico, intelectual. No logró atraer al movimiento obrero, por eso no triunfó. Estamos ante problemas concretos: ¿sobrevivirá la humanidad con cinco grados más de temperatura? La implicación de la juventud creando un movimiento mundial genera optimismo.
P. Sin poder, ¿dónde quedan las propuestas?
R. En 70 años de urbanismo moderno hemos aceptado lo inaceptable —polución, invasión de los coches…— como si fuera el progreso. En 1968 no existía internet —que resulta que nos está separando más que uniendo y nos vende ficción como si fuera realidad—. O nos dejamos arrasar por la contaminación viviendo en nuestra burbuja digital, o le damos al humanismo una posibilidad de triunfar para plantear ciudades que, a pesar de ser grandes, ofrezcan una vida de escala humana.
P. Su gran aportación —la ciudad de los 15 minutos—, ¿no es el barrio de toda la vida?
R. No, porque no había internet que permite teletrabajar. No es encerrar en barrios, es convivir en vecindarios. La pluralidad es clave. Necesitamos recuperar un espíritu local pero cosmopolita.
P. ¿Cómo se consigue que en un barrio de galerías de arte como el suyo haya gente que pueda pagar un alquiler?
R. En Francia, una ley obliga a cada barrio a tener un 25% de vivienda social.
P. ¿Se cumple?
R. Ese es el problema: muchos alcaldes prefieren pagar la multa a cumplirla porque consiguen más dinero. Habría que protegerla.
P. Asegura que la hiperconexión nos ha aislado, pero hace 20 años creó la empresa Sinovia, apostando por la robótica. ¿Ha cambiado de opinión?
R. Sí. La inteligencia humana consiste en saber adaptarse. Hoy tampoco tendría sentido organizar la guerrilla. Soy discípulo de Edgar Morin. Él defiende que se vive con un conocimiento determinado. Y que mañana ese conocimiento puede quedar sobrepasado.
P. ¿Eso es evolucionar o ser oportunista?
R. La smart city proponía el encuentro de la tecnología con el mundo urbano. Pero se ha convertido en un negocio cuyo objetivo es vender. La tecnología irrumpió en el mundo y produjo cambios sociales. Habría que domesticarla, lograr que no se nos imponga y que resuelva lo que necesitamos. Eso tratamos de hacer en mi start-up. Luego me la compraron y pasé a ser consejero científico de una multinacional que da trabajo a 200.000 personas. Veo que por más inteligencia artificial que le pongas a los semáforos, no vas a solucionar el tráfico si no te paras a pensar por qué la gente utiliza el auto y por qué la contaminación causa 40.000 muertes al año en París.
P. ¿La comodidad destroza las ciudades?
R. No caminar tiene consecuencias. Moverse en coche, también. Comprar por Amazon hace desaparecer comercios de barrio. Y nos hace dependientes de una sola empresa.
P. Los ayuntamientos han dejado entrar a Uber, RBNB…, en lugar de proteger los barrios.
R. Eso me ha llevado a reflexionar sobre las ciudades que estamos construyendo no solo con la arquitectura. Una ciudad está siempre en transformación. Y el conocimiento que tenemos para hacerlo es siempre parcial y temporal. Edgar Morin describe la inteligencia de adaptarse. El conocimiento confirma o no ciertas verdades. Tenemos que aceptar el lado efímero de nuestras certezas que las lleva a convertirse en incertidumbres. El gran problema de la humanidad es pensar que tu verdad es absoluta.
P. ¿Por qué hay tanta gente votando a partidos que perjudican sus intereses?
R. Porque cuesta menos enfadarse que informarse.
P. ¿Cómo evitar que Europa se momifique?
R. Hace 50 años Europa tenía los mismos habitantes que hoy y que tendrá en 2070. Somos 600 millones desde hace casi un siglo. Es una rareza. No creo que podamos vivir confinados en nuestras fronteras y aislados del mundo. El fantasma de que la inmigración nos va a desplazar es incierto. Pero la Unión Europea no ha logrado construir una identidad común porque los propios países no lo han conseguido. Se necesita una generación de políticos que construyan el continente a partir de sus ciudades ya que no se ha logrado a partir de los Estados. Debemos darle a la juventud un ideal europeo fuerte de ciencia, cultura y convivencia.
P. ¿Cómo proteger los avances que nos benefician a todos —como poder respirar en el centro— de los cambios políticos?
R. Un problema de la democracia es que, si una mayoría elige a un cafre, este hará lo que le dé la gana. Lo hemos visto. La alternativa es que el humanismo entre en la economía y se convierta en un freno. Durante años, el humanismo y el ecologismo han despreciado la economía. Ha sido un error. Tiene que haber empresas poderosas con capacidad de compartir.
P. En ecología, ¿cómo distinguir realidad de publicidad?
R. Hay que alertar. Si una empresa de automóviles quiere vender el diésel como una conquista, necesitamos que científicos demuestren que eso no es así. Los hechos los entiende todo el mundo. En el combate ideológico la gente se pierde y termina ganando el que más grita. Pero la ciencia desenmascara demagogias y populismos. A Trump lo pararon los científicos demostrando que la lejía no curaba la covid.
P. ¿Por qué es de izquierdas una ciudad en la que el aire es respirable?
R. Porque existe una visión social que defiende que la economía de mercado no puede arrollar ese bienestar básico. La sostenibilidad debería ser un objetivo común, pero muchos conservadores la ven como un freno al negocio. Hay que reconocer que los verdes, en sus comienzos, eligieron una radicalidad que les impidió llegar al poder. Hoy en Alemania, donde vienen de la contestación antinuclear, están a las puertas del poder. Y en Francia, la derecha humanista defiende la salida de los coches de los centros urbanos. Economía, pacto social y participación ciudadana deben ir juntos.
P. ¿Vivir en una ciudad es un derecho o una conquista?
R. El derecho es vivir dignamente en la ciudad, no sobrevivir en ella.
P. ¿A quién pertenecen las ciudades?
R. A los ciudadanos que deciden apropiarse de ellas o con una alcaldía que representa esa visión —el caso de Anne Hidalgo en París—, o reconquistando la participación —que es la democracia activa— para crear espacios y bienes comunes. Finalmente están con los asentamientos. En América Latina mucha gente, para tener casa, tiene que ocupar un territorio. Hay alcaldías democráticas que no están a favor de devolver la ciudad a los ciudadanos y apuestan por ir privatizándola.
P. ¿Cómo convenció a Anne Hidalgo para poner a pedalear a los parisienses?
R. No necesité hacerlo. Cuando la conocí, ya tenía esa visión social-humanista-ecológica. La consiguió saliéndose de la cáscara doctrinaria del Partido Socialista. Rompió el caparazón para buscar lo que quería: ecología, feminismo, participación ciudadana y una ciudad de bajas emisiones de carbono compatible con una economía de mercado. Es visionaria y tenaz. Está dispuesta a enfrentarse al mundo para demostrar que sus convicciones buscan el bien común. No lo ha tenido fácil. Cuando decidió sacar los coches de las riberas del Sena para convertirlas en parque, su popularidad descendió. La ciudad se llenó de obras, la circulación se paralizó. La gente es cortoplacista y las encuestas la daban por acabada. Pero aguantó. La gente vio el cambio. Y la volvieron a elegir.
P. Las bicicletas, la expulsión de los coches del centro y el descenso de la velocidad, ¿se van a quedar?
R. Sin duda. La pandemia solo ha demostrado la necesidad que existía de hacer las ciudades más habitables. Todos respiramos mejor y agradecemos que disminuya el ruido.
P. Los atropellos a peatones han aumentado un 36%.
R. Urge un trabajo de educación ciudadana. Los ciclistas quieren ser respetados y deben serlo. Pero ellos deben respetar los semáforos y pedalear sin aislarse escuchando música.
P. ¿Cómo conseguir esa urbanidad?
R. Bueno, cuando no se puede ir por las buenas hay que recurrir a la represión de las multas. Se trata de entender que tu libertad termina cuando empieza la del otro. Y eso, en Francia, deberíamos saberlo.