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Las cuitas de la Venezuela en el exilio

A finales de 2021, más de 3.000 venezolanos se encontraban viviendo en las calles de la brasileña ciudad de Paracaima, un 15% de su población. Llegan con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida y dar cierta seguridad a sus familias

“Me traje mi máquina de coser para poder trabajar en Brasil. Estudié educación, soy maestra, pero coso para ganar dinero aquí. Tengo cinco hijos en total. Los mayores están en Porto Velho y estoy aquí con el más pequeño, un niño, además de mi hija de 16 años y su hijo de dos años. Recientemente, pagué un auto expreso para rescatar a mi hija de una pareja abusiva en Venezuela. El compañero la maltrataba y la habría matado si no se iba.

Cuando llegué aquí, tuvimos que dormir en el suelo, en una caja de cartón, pero aun así es mejor que seguir en Venezuela. En mi país un litro de aceite cuesta diez dólares y un paquete de arroz cuesta cuatro. Todo está en dólares ahora. Obtendría mi salario, pagaría de inmediato todas las deudas acumuladas del mes anterior para comprarnos comida, y al final del día no tendría nada más. Mi marido vino primero a Brasil, y a veces me enviaba dinero desde aquí, 50 reales (ocho euros) quizá, y lo único que podía comprar era un paquete de arroz y otro de harina. Mi hijo menor estaba desnutrido cuando finalmente llegamos a Brasil".

*El nombre de los protagonistas ha sido cambiado para proteger la confidencialidad.

Mariana Abdalla

El 69% de los migrantes que Médicos sin Fronteras (MSF) atiende en un punto fronterizo entre Venezuela y Brasil presenta fuertes síntomas de deterioro de su salud mental. Miles de ellos viven en condiciones muy precarias en las ciudades de Paracaima y Boa Vista. Estos son sus relatos.

“Llegamos aquí casi sin posesiones. Salimos solo con la ropa que llevábamos puesta. Vendimos todo lo que teníamos".

"Nuestro sueño es que nuestra hija estudie –y quizás nosotros también– y construya una casa y tenga un hogar. Queremos ser ciudadanos".

Mariana Abdalla

“Llevo conmigo mi amor por la cocina. Aquí, en Pacaraima, vendo tortas y helados. Antes, en Venezuela, tenía mi propio negocio donde ofrecía frutas y jugos naturales, además de trabajar como asistente de catering. Me encanta Venezuela, pero no podemos vivir allí ahora. Lo que más extraño es que la familia esté junta. Dejé a mi hijo mayor allí y ahora también tengo familia viviendo en Colombia y Perú".

Leidimar llegó a Brasil acompañada de algunos de sus hijos y una sobrina.

Mariana Abdalla

“Domingo es abogado y pastor, y yo soy costurera. Llevamos con nosotros el conocimiento de esas profesiones y nuestro amor por nuestros hijos. Muchas familias en Venezuela han buscado la manera de sobrevivir y, cuando migran, tienen que separarse. Eso es muy triste.

Nosotros tenemos tres niños. Dos están en Río Grande do Sul y el mayor, el de 39 años, se fue a Bogotá, en Colombia, pero allí sufrió un derrame cerebral y murió. Buscando una vida mejor se fue con su familia, pero lo único que encontró fue la muerte. Y yo, su madre, no podía estar allí con él. Al final estuvo siete meses en cama y yo no pude ir.

No hemos visto a nuestros otros hijos desde hace dos años. Tal vez si todavía estuviéramos todos juntos, en casa, mi hijo seguiría vivo. No es algo fácil de superar”.

María Helena sufre de presión arterial muy alta y ha tenido dos accidentes cerebrovasculares en el pasado. Domingo y ella viven en Pacaraima y reciben atención médica y psicológica de MSF.

Mariana Abdalla

“Trajimos con nosotros nuestros conocimientos de peluquería. Teníamos un negocio en Venezuela, pero finalmente el coste de los tintes para el cabello y otros suministros era demasiado alto, así que vendimos el salón y vinimos aquí con nuestros hijos.

Ahora estamos vendiendo café y bocadillos hasta que consigamos otro trabajo. Estamos tratando de abrir otro salón. Estamos un poco asustados porque no sabemos muy bien el idioma para hablar con los clientes, pero vamos a aprender, lo vamos a lograr”.

Fátima y Mírvida llegaron a Brasil en enero de 2021 después de verse obligadas a cerrar su peluquería en Venezuela. Ingresaron al país por una “trocha” (paso fronterizo ilegal) e intentan sobrevivir vendiendo café. Parte de sus ganancias las envían a los familiares que se quedaron en su país de origen.

Mariana Abdalla

“Soñamos con abrir un negocio, aunque sea pequeño. Nuestras familias no querían que viniéramos, pero los jóvenes en Venezuela no pueden conseguir buenos trabajos. Si logras un empleo aquí, puedes pagar el alquiler. Nuestras mamás lloraron y dijeron que sería muy difícil, y sí, lo es, pero queremos obtener nuestros papeles y seguir adelante. No es fácil dormir en el suelo, pero es intentándolo una y otra vez que encuentras la manera”.

Víctor y Alejandro tienen 19 años y eran vecinos en Venezuela. Les llevó dos días hacer autostop hasta la frontera con Brasil.

Mariana Abdalla

“Llevo conmigo recuerdos de la vida tranquila que tuve en Venezuela. Para transportarme a esos tiempos, siempre tengo esta gorra conmigo. Es de mi equipo de béisbol, los Leones. En mi país siempre había sido mesero, pero luego ya no pude encontrar trabajo y, cuando lo hice, el salario no alcanzaba para alimentar a mi familia. Cada vez que los niños se despertaban, pedían el desayuno y no había nada para darles. ¿Cómo les dices eso? Si desayunaron, no almorzaron; si almorzaron, no cenaron; y si cenaron, no desayunaron.

Aquí no ha sido fácil, pero a veces hay que comer la fruta cuando aún está verde para que algún día la vuelvas a comer madura. La decisión de irse fue principalmente por los niños, para que tuvieran un futuro. Tienes que hacer el esfuerzo por ellos. Sueño con poder trabajar, tener una vida más tranquila y ver crecer a mis nietos también”.

Wilfredo hizo autostop hasta la frontera con Brasil con su esposa, tres hijas y tres nietos.

Mariana Abdalla