Preguntas intencionadas

El camarero suele decir, tal vez porque está entrenado para hacerlo: “¿No van a tomar nada más?”

Dos personas en un café.Getty Images

Nadie dice “¿puedes pasarme la sal?” si antes no ha encontrado sosa la comida. Y quien plantee esa pregunta esperará del otro comensal que le ponga el salero al alcance de la mano, no que le responda simplemente “sí que puedo” y se quede quieto.

En una conversación leal, las palabras suelen significar mucho más de lo que indica su significado exacto; adquieren un sentido superior al valor semántico que les otorgan los diccionarios.

Así nos comunicamos los seres humanos, con sobrentendidos, insinuaciones y presuposiciones que vamos aprendiendo sin ser conscientes de los complejos ...

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Nadie dice “¿puedes pasarme la sal?” si antes no ha encontrado sosa la comida. Y quien plantee esa pregunta esperará del otro comensal que le ponga el salero al alcance de la mano, no que le responda simplemente “sí que puedo” y se quede quieto.

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En una conversación leal, las palabras suelen significar mucho más de lo que indica su significado exacto; adquieren un sentido superior al valor semántico que les otorgan los diccionarios.

Así nos comunicamos los seres humanos, con sobrentendidos, insinuaciones y presuposiciones que vamos aprendiendo sin ser conscientes de los complejos procesos mentales que activan.

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Imaginemos que nos hemos reunido tres parejas en una comida de amigos y que todos hemos pedido un menú que incluye de postre un helado. Transcurrido un buen rato, cinco de los presentes nos lo hemos comido, pero uno de nosotros ni ha tocado la cucharilla. Al fin, un comensal interrumpe discretamente la conversación: “¿No vas a comerte tu helado?”. En ese momento, todos los demás entenderán que con esa pregunta en realidad está diciendo que le gustaría disfrutar de ración doble. Y el interpelado le responderá: “No, tómatelo”.

El goloso comensal no habrá expresado tampoco ningún significado exacto que muestre su deseo de caer sobre la bola de vainilla (no habrá dicho “¿me das tu helado?”), pero el hecho de preguntar “¿no te lo vas a tomar?” activará ciertas deducciones en los otros cinco asistentes: cuatro de ellos pensarán que su amigo se les ha adelantado en el intento de terminarse el postre ajeno, y el otro comprenderá que, puesto que no lo va a aprovechar él, está obligado a cedérselo a quien le preguntó si lo piensa dejar ahí, y no a los demás.

Estas escenas vividas alguna vez por todos me vienen a la cabeza cuando en algún bar, taberna, cantina o restaurante nos sentamos a una mesa dos personas y solamente pedimos sendas cervezas y un par de pinchos; ya sea porque tenemos prisa, porque carecemos de hambre en ese momento o porque llevamos varios días comiéndonos los helados sobrantes. En estos casos, la persona que atiende a los clientes suele preguntar, tal vez porque ha sido entrenada cuidadosamente para eso: “¿No van a tomar nada más?”.

Por supuesto, si hubiéramos querido algo más, lo habríamos incluido en la petición. Así que la pregunta no debe comprenderse tampoco en su significado literal, sino que habremos de interpretar que con esa frase se nos está transmitiendo un sentido que va más allá del significado de cada una de las palabras. Y parece lógico deducir que “¿no van a tomar nada más?” significa en realidad “¿están ocupando una mesa solamente para pedir eso?”.

Ante tal situación, los clientes se enfrentan a tres opciones: Una, responder: “No, gracias”, sin darse por enterados de la indirecta. Dos, decir: “Bueno, si acaso ya decidimos luego” y disimular también. Y tres, contestar lealmente: “No, tenemos prisa”, lo cual servirá a su vez para que el camarero interprete que liberarán pronto la mesa .

Esa insinuante pregunta del personal de hostelería, que curiosamente se oye igual en muy distintos locales y ciudades, presenta otras variaciones: “¿Y no van a probar nuestra especialidad?”, “¿No querrían unas copas?”, “¿No desean postre?”… Y a veces, sí, nos entrará la incomodidad por haber parecido tan tacaños y caeremos en la trampa: “¡Venga!”.

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