Cómo combatir patrañas en público

Nuevos estudios muestran que es posible mitigar el daño de discursos negacionistas o antivacunas

Activistas antivacunas, frente al Centro de Control de Enfermedades de EE UU.John Bazemore

Gobiernos que niegan la importancia de la crisis climática; la Organización Mundial de la Salud incluye el rechazo a las vacunas infantiles entre los peligros de 2019; charlatanes que aseguran curar enfermedades con plantas, y promesas de reducir emisiones sin tocar el tráfico. En tiempos de posverdad, en los que se intenta desprestigiar a la ciencia y a los hechos como discutibles, resulta crucial hacer frente a estos mensajes pseudocientíficos. Por eso, desde la propia ciencia se está investigan...

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Gobiernos que niegan la importancia de la crisis climática; la Organización Mundial de la Salud incluye el rechazo a las vacunas infantiles entre los peligros de 2019; charlatanes que aseguran curar enfermedades con plantas, y promesas de reducir emisiones sin tocar el tráfico. En tiempos de posverdad, en los que se intenta desprestigiar a la ciencia y a los hechos como discutibles, resulta crucial hacer frente a estos mensajes pseudocientíficos. Por eso, desde la propia ciencia se está investigando la mejor forma de comunicar correctamente su conocimiento para combatir a quienes la niegan. Lo primordial es obvio, pero ahora también sabemos que es eficiente: responder de inmediato a cada patraña que se pretenda divulgar públicamente.

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Dos investigadores de la Universidad de Erfurt (Alemania) han realizado seis experimentos complementarios en los que examinan cómo influye en el público un mensaje que pone en duda la ciencia y qué funciona para contrarrestar ese ataque. La primera conclusión del estudio, publicado en Nature Human Behaviour, es clara: "Los resultados muestran que las discusiones públicas con un negacionista de la ciencia tienen un efecto perjudicial en la audiencia". Cuando los sujetos del estudio escuchaban o leían sus críticas a la vacunación o el cambio climático, caía su actitud favorable a la ciencia en esos asuntos. Y el mejor remedio: hacerle frente de inmediato.

En los experimentos, al charlatán le seguía un texto o un audio de un defensor de la ciencia que respondía a las patrañas. Y el resultado era notable, ya que se moderaba el efecto negativo que el discurso anticientífico había tenido entre el público. Los investigadores querían estudiar cuál es la mejor estrategia: responder con el dato, es decir, yendo al fondo del asunto; responder señalando la falacia argumental, es decir, atacando la artimaña del discurso, o usar ambas a la vez. Sus datos muestran que funciona igual contrarrestar el dato falso o la falacia argumental: en el caso del discurso antivacunas, sirve negar lisa y llanamente que provoquen autismo como indicar que el antivacunas, por ejemplo, ha recurrido a un falso experto como argumento de autoridad. Y la refutación es especialmente efectiva con los colectivos más vulnerables, como la gente con poca confianza en las vacunas en este caso.

Además, para sorpresa de los investigadores, no hace falta sumar las dos estrategias: con utilizar una sola, la factual o la argumental, ya se reduce el impacto del negacionista. Con esta información en la mano, los autores del trabajo piden a los divulgadores que se trabajen bien las estratagemas retóricas, ya que es más fácil que desmontar cada dato que pueda inventarse. "Una herramienta económica para mitigar el daño es dejar al descubierto las cinco técnicas retóricas habituales del negacionismo de la ciencia, porque se usan en cualquier campo, ya sea el cambio climático o el Holocausto", propone Philipp Schmid, coautor de este estudio. En su trabajo señalan estas cinco artimañas: recurrir a falsos expertos (un curandero desacreditado), apelar a conspiraciones, pedir imposibles (100% de seguridad de las vacunas), falacia lógica (falso dilema) y selección interesada de datos (o cherry-picking). Mostrarle a la gente cómo la están tratando de engañar, al señalar estos trucos retóricos, es tan efectivo como tumbar el engaño en sí.

"Una herramienta para mitigar el daño es dejar al descubierto las técnicas retóricas del negacionista, porque se usan en cualquier campo, ya sea el cambio climático o el Holocausto", afirma Schmid

Quizá el resultado más interesante de estos experimentos (realizados con dos temas distintos, calentamiento y vacunas, en dos países, Estados Unidos y Alemania) es que no se produce el temido efecto bumerán (o backfire). En tiempos recientes, se había considerado especialmente complicado sacar a alguien de su error por culpa de este sesgo cognitivo: informar a la gente podía generar una reacción en contra para defender su posición inicial. Así, el trabajo del investigador Brendan Nyhan mostraba que ofrecer datos a los antivacunas los podía volver todavía más reacios, por ejemplo. Sin embargo, tanto este estudio como otros trabajos (también del propio Nyhan) muestran que ese efecto, de existir, es más endeble o particular de lo que se pensaba. No obstante, Schmid reconoce que solo han estudiado la reacción inmediata y quizá sí se activa cierto efecto bumerán más tarde.

Sander van der Linden, experto en toma de decisiones de la Universidad de Cambridge, opina que ni antes debíamos pensar que no se puede convencer, ni ahora que es fácil lograrlo: "Creo que es muy exagerado, ambos extremos son falsos. No es imposible persuadir a alguien por culpa del efecto backfire, pero tampoco es fácil combatir el negacionismo de la ciencia". "La gente ha sobrevalorado el poder del efecto backfire en el pasado, ¡pero eso no lo hace fácil!", zanja Linden, director del laboratorio de toma de decisiones sociales de Cambridge.

"Los resultados de este estudio son un alivio. Es esperanzador saber que rebatir el negacionismo funciona. Es una llamada a las armas a la gente de ciencia, a que nos involucremos", asegura la neurocientífica Susana Martínez-Conde, experta en los engaños de la mente y beligerante contra el fenómeno de la posverdad. "No es cierto que no se puede hacer nada, cuando nos retiramos es cuando esos mensajes falsos tienen todo el espacio para proliferar. Debemos usar los recursos a nuestro alcance: ya sea el conocimiento científico propio de nuestro campo o la retórica", añade Martínez-Conde, directora del laboratorio de Neurociencia Integrada de la Universidad del Estado de Nueva York.

La mejor batalla, la que no se libra

No obstante, el estudio es claro: rebatir al negacionista mitiga el daño, pero es mejor que ese debate público no se produzca. "Los resultados de nuestros experimentos muestran que se puede mitigar el daño, pero apenas aumenta las actitudes o intenciones positivas", admite Schmid. Las patrañas hacen mella entre el público y, en líneas generales, el charlatán se sale con la suya aunque se le corrija y se logre moderar el estropicio. Entre los divulgadores suele darse el debate sobre si es conveniente discutir públicamente con estos charlatanes: hacerles el juego o ponerles en entredicho. Según el estudio, lo mejor es negarse a participar "si así se consigue cancelar el evento" y que se difundan las patrañas. Pero si el acto se va a celebrar en cualquier caso, lo mejor es acudir, prepararse bien y rebatir convenientemente. Hay que dar la batalla, pero es mejor si no hay batalla.

Por eso, los especialistas consideran necesario hacer algo antes y no solo reaccionar ante los ataques a posteriori. Linden acaba de publicar el último de sus trabajos sobre como "vacunar" a la población contra mensajes falsos y desinformación. "No es necesario inocular a toda una sociedad, solo a las personas suficientes para lograr la inmunidad de grupo", explica el experto de Cambridge. "Siempre habrá teóricos de la conspiración, pero su influencia se minimizará si hay suficientes personas 'inmunes", asegura. Su equipo ha logrado inmunizar a medio millón de personas con un simple juego online que muestra, creándola, cómo se genera la desinformación.

"Tal y como está cableado nuestro cerebro, es más difícil que entendamos los números que las historias de personas individuales. Por eso debe reforzarse lo uno con lo otro", asegura Martínez-Conde

"Si nos enfocamos al público general, podemos llegar a los indecisos", afirma Schmid, que pide no menospreciar a los charlatanes y tomarse la refutación de forma seria y profesional. "Una cosa es saber qué estrategias funcionan y otra cosa es aplicarlas de manera efectiva", advierte. Por ejemplo, la evidencia muestra que dirigirse al oponente con educación y respeto por sus argumentos hace que la audiencia sea más receptiva.

Además es decisivo saber a quién se dirige. El documento que la Organización Mundial de la Salud ha preparado para hacer frente a este problema es claro: al debatir en público con un antivacunas, el objetivo no debe ser convencerle, sino impedir que su mensaje cale en el resto del público. Una de las técnicas que mejor funcionan es dejar que el contrincante se ahogue en su propia desinformación: no preguntar "¿por qué?" sino "¿cómo?". Varios estudios han demostrado que la ilusión de conocimiento hace creer que sabemos cómo funcionan las cosas —en nuestra cabeza las cosas encajan—, pero al desarrollarlo verbalmente, en detalle, se verán las costuras de la argumentación, dejando al rey desnudo ante la audiencia y moderando el extremismo del interlocutor.

Una variante de esta técnica, dedicada a convencer al interlocutor, es lo que unos investigadores australianos llaman la persuasión jiu jitsu, en referencia a este arte marcial que tumba al rival con su propia fuerza. "El objetivo de la persuasión del jiu jitsu es identificar la motivación subyacente y luego adaptar el mensaje para que se alinee con esa motivación. En lugar de tratar de combatir directamente una actitud basada en valores, el objetivo sería aceptar esos valores y usarlos para captar la atención y desencadenar cambios", explican estos autores. Por ejemplo, identificar los valores neoliberales de un negacionista del cambio climático y, en vez de hablarle de osos polares, explicarle las oportunidades de negocio de la economía verde.

La neurocientífica Martínez-Conde insiste en la importancia de conocer cómo funciona la psicología de los argumentos y, por eso, reivindica la importancia del relato. "Tal y como está cableado nuestro cerebro, es más difícil que entendamos los números que las historias de personas individuales. Por eso debe reforzarse lo uno con lo otro", asegura la experta, que dirigirá un panel sobre el valor de este arte de contar historias para la comunicación de la ciencia durante la próxima reunión de la Sociedad de Neurociencias de EE UU. "Es difícil contrarrestar una emoción con el intelecto, hay que saber comunicar con una experiencia emocional", asegura.

Google siempre me da la razón

"Sería una exageración total decir que es fácil luchar contra el negacionismo de la ciencia. Primero: es diferente según a quién intentas convencer. Es casi imposible convencer al propio negacionista de la ciencia por culpa del pensamiento motivado", asegura Philipp Schmid, investigador de la Universidad de Erfurt. El pensamiento motivado es un concepto fácil de resumir: estamos diseñados para darnos la razón y buscaremos aquellos argumentos que encajen con nuestras ideas previas, minusvalorando los que nos contradicen. Este sesgo es muy fuerte y un estudio publicado la semana pasada mostraba cómo funciona incluso en tiempos de internet, en los que disponemos de inmediato de toda la información para evitar vivir en el error. Pero, como demuestra el experimento, sigue vigente. Los sujetos podían buscar en internet todas las evidencias que quisieran para ayudarlos a tomar decisiones correctas y se les pagaba de acuerdo con la precisión de las mismas. A pesar de la recompensa, estos voluntarios dejaban de recopilar datos en cuanto lo que encontraban apoyaba la conclusión que encaja con su forma de pensar. Si no se correspondía con su forma de pensar, seguían buscando más tiempo y más datos. "Hoy, hay una cantidad ilimitada de información disponible a un clic del ratón", afirma la autora del estudio, Tali Sharot. "Sin embargo, debido a que es probable que las personas realicen menos búsquedas cuando los primeros resultados proporcionan la información deseada, esta gran riqueza de datos no necesariamente se traducirá en opiniones más precisas", lamenta la investigadora de la University College de Londres.

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