El templo de Sansón

En el Supremo, los humildes polis de base, de cualquier cuerpo, derrumban dos certezas políticas que parecían inexpugnables

El presidente del tribunal, Manuel Marchena, junto a los jueces Andrés Martínez, Juan Ramón Berdugo y Antonio del Moral, durante la sesión del juicio del 'procés' de este jueves.EFE

Sansón derribó solo dos columnas, mientras gritaba: “Muera yo con los filisteos”. Bastó. El templo se derrumbó y la palmaron. Y con ellos, sus verdades.

En el templo del Supremo, los sansones, los humildes polis de base, de cualquier cuerpo, derrumban dos certezas políticas que parecían inexpugnables.

Una es que la inquina de los indignados indepes catalanes se limitaba a guardias civiles y policías nacionales. Como parecía inferirse de las imágenes unidireccionales del 1-O. Pero la narración de guardias y mossos sobre el registro de un alto cargo de la Generali...

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Sansón derribó solo dos columnas, mientras gritaba: “Muera yo con los filisteos”. Bastó. El templo se derrumbó y la palmaron. Y con ellos, sus verdades.

En el templo del Supremo, los sansones, los humildes polis de base, de cualquier cuerpo, derrumban dos certezas políticas que parecían inexpugnables.

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Una es que la inquina de los indignados indepes catalanes se limitaba a guardias civiles y policías nacionales. Como parecía inferirse de las imágenes unidireccionales del 1-O. Pero la narración de guardias y mossos sobre el registro de un alto cargo de la Generalitat en Sabadell, el 20-S, lo desmonta.

Hubo cinco mossos heridos, por las caricias —patadas, empujones, golpes de casco— de los manifestantes. Aunque no muy graves, uno cayó en baja por tres semanas.

Protegían a los guardias civiles que registraban el domicilio sospechoso. Así estos “salieron por los pelos” de la concentración de resistencia donde descollaba el alcalde Juli Fernández, de Esquerra.

Por ello “nos llamaban fascistas, botiflers, fills de puta... de todo menos guapos”, describió el mosso 2038. Y el civil 97659Y se refería a ellos, sus salvadores, como “mis compañeros”, título que otros mossos habían dispensado en otras sesiones a los civiles.

Alerta. Estos mismos mossos apalizados por los levantiscos eran aclamados en la Seu —el 3 de octubre, día de la huelguita forzada oficialmente—, al grito de “Esta es nuestra policía”, en un incidente similar.

Así que todo exhibe más matices que el blanco-Mossos o el negro-Guardia Civil (o a la inversa). La paleta de colores esos días fue más rica, con la venia de todos los talibanes.

La otra columna caída era gemela. Los mandos (políticos y operativos) discrepaban, competían y se zancadilleaban. Los cuerpos colaboraban a pie de obra. En Valls: un benemérito cantó glorias de la policía local, por su “trabajo perfecto y profesional”.

En el mismo incidente de Sabadell, donde el mosso 11836 narró que querían “hacer un pasillo para que los guardias civiles que quisieran salir, pudieran salir”, y casi lo logran. “Los Mossos actuaron muy bien, se la jugaron, cortaron las vías con furgonetas y contuvieron a la masa”, concluyó el miércoles el benemérito 23876W.

Interroguémonos por elevación. ¿Quebró el Estado esos días? ¿Hubo un total vacío de poder? ¿O más bien fallaron con estrépito las élites? Porque la base actuó de forma colegial, de camaradas: eso que huele a coordinación y federalismo.

Y con emulación por benchmarking. Algunas orejas se enhiestan como el ciprés de Silos al oír que los Mossos usan la mediación ante los desórdenes públicos. Buscan un personaje relevante, liderillo, creíble para predicar a los concentrados, de forma que aplacar el hervidero sea menos arduo.

Errarán a veces, pero aciertan tanto o más.

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