Español de aquí y de allá

No deberíamos tratar de explicarnos nuestro propio idioma

Una calle del Once, Buenos Aires.Gabriel Sotelo/NurPhoto (GETTY IMAGES)

Hay cosas que extrañan y otras que se extrañan. Los subtítulos en español de la película hablada en español de Alfonso Cuarón son, sin duda, de las primeras.

Entre las segundas, quien escribe extraña más y más caminar después del laburo por las veredas de Once mientras los autos buscan estacionamiento haciendo el tránsito terrible y los colectivos se paran a levantar pasajeros cada dos cuadras.

Es —por lo menos en la memoria— una explosión de color y gente que va, viene para esquivar a los que salen del subte o a quienes miran las vidrieras de los negocios. Cuidado con los chorro...

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Hay cosas que extrañan y otras que se extrañan. Los subtítulos en español de la película hablada en español de Alfonso Cuarón son, sin duda, de las primeras.

Entre las segundas, quien escribe extraña más y más caminar después del laburo por las veredas de Once mientras los autos buscan estacionamiento haciendo el tránsito terrible y los colectivos se paran a levantar pasajeros cada dos cuadras.

Es —por lo menos en la memoria— una explosión de color y gente que va, viene para esquivar a los que salen del subte o a quienes miran las vidrieras de los negocios. Cuidado con los chorros. En algunas cafeterías el televisor está prendido y el conductor del noticiero relata, como todos los días, la calentura de los conductores en la hora pico en la General Paz. Mientras, la gente come medialunas y facturas, una madre anima a su nene a pararse para que no esté tirado por el piso y un poco más allá una pareja se mata a los besos. Deberían ir a un telo, al menos si tienen guita.

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En el Once podés encontrar de todo. Remeras para los chicos, polleras, bombachas, binchas, bandanas, frazadas a precio barato, ojotas para la pileta que este verano está a ful porque la sensación térmica te mata, una bombilla para el mate o carbón para la parrilla, que el domingo hay asado y vienen los muchachos. Hay que comprar la carne: los chori, vacío, entraña, bife, colita de cuadril y un pollo. A esto, a comprar, se limita el rol del gallego anfitrión del asado. Ni prender el fuego le dejan los argentos. Y tienen razón. Las carnicerías de la colectividad son muy buenas. En realidad, en la Capital Federal lo son todas.

Se extrañan las reuniones de padres y madres en el pelotero. Los chicos ríen, juegan, y a veces se lastiman. Los adultos charlan: “Este año vamos a Carlos Paz, pero la nafta está carísima”. “Deberías hacerte las gomas, yo estoy fascinada”. “¡Sí, ja, ja, menos en la cola y más en las lolas!”. Se sirven gaseosas y alguien siempre pide disimuladamente un fernet. Todo esto, y muchísimo más, se extraña.

Este mismo escrito, redactado en el español que hablamos en España, diría lo mismo... pero estaría en blanco y negro. Lo que describe ya no sería el porteño Once. Y podríamos hacer lo mismo sobre el limeño Miraflores, la bogotana Candelaria o la mexicana Colonia Roma. No hace falta que nos expliquemos nuestro propio idioma.

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