Próxima parada, Marte: 60 años de carrera espacial

Vincent Fournier

Vincent Fournier lleva más de una década fotografiando prácticamente todo lo que tenga que ver con la conquista del cosmos. Desde el Centro de Entrenamiento Yuri Gagarin, en Rusia, hasta las naves donde la NASA desarrolla la lanzadera con la que pretende enviar humanos a Marte, propone un viaje gráfico por el espacio, pero sin salir de la Tierra, para este año en que la agencia estadounidense celebra su 60º aniversario.

Dentro de 50 años, cuando hayamos colonizado Marte, o dentro de 500, cuando pongamos nuestra bota en Alpha Centauri, la NASA será recordada por los historiadores como las carabelas de Colón, o tal vez incluso como el primer Homo erectus que salió de África para aventurarse en las tierras incógnitas de medio planeta. Por el momento, la agencia espacial estadounidense ha cumplido 60 años en buena forma, y ha escrito una gesta de ingenios, descalabros y paradojas que habría seducido a los dramaturgos griegos. Vincent Fournier, el fotógrafo que viste de arte estas páginas, ha dedicado lo ...

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Dentro de 50 años, cuando hayamos colonizado Marte, o dentro de 500, cuando pongamos nuestra bota en Alpha Centauri, la NASA será recordada por los historiadores como las carabelas de Colón, o tal vez incluso como el primer Homo erectus que salió de África para aventurarse en las tierras incógnitas de medio planeta. Por el momento, la agencia espacial estadounidense ha cumplido 60 años en buena forma, y ha escrito una gesta de ingenios, descalabros y paradojas que habría seducido a los dramaturgos griegos. Vincent Fournier, el fotógrafo que viste de arte estas páginas, ha dedicado lo mejor de su tiempo y su talento a narrarlo gráficamente. Lo que sigue es una forma primitiva de contar lo mismo.

La primera paradoja sobre la NASA es que los soviéticos llegaron antes. No solo fueron los primeros en lanzar un satélite artificial (el Sputnik 1, en 1957), sino también en poner al primer ser humano en órbita, Yuri Gagarin, tres años después. En cuanto el Sputnik 1 empezó a dar vueltas a la Tierra, el líder soviético en la época, Nikita Jruschov, comenzó a vender aquello como una prueba de la superioridad del comunismo y de la indiscutible preponderancia científico-técnica de la Unión Soviética. Aquello tuvo seguramente un efecto anabolizante en la otra potencia de la Guerra Fría, porque solo un año después el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, fundó la Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio (NASA, en sus siglas inglesas).

Lo que, bien mirado, nos conduce a una segunda paradoja, porque Eisenhower, pese a su pasado militar, nunca creyó en esas bravatas del Kremlin y rechazó explícitamente entrar en una carrera espacial con los rusos. Fue su sucesor en la Casa Blanca, John Kennedy, quien se tomó en serio esa competición por el dominio del espacio exterior. Y eso ocurrió en 1961, justo después de que Gagarin completara con éxito su vuelo de ida y vuelta a la órbita terrestre, y de que Jruschov volviera a las andadas del alardeo y el autobombo. Kennedy pidió a sus asesores: “Encontrad un programa espacial que prometa unos resultados espectaculares y en el que podamos ganar”. Para variar, le faltó añadir. Los asesores identificaron enseguida el proyecto perfecto para satisfacer a su jefe: poner personas en la Luna.

Kennedy no pudo llegar a verlo, pero las misiones Apollo lograron su sueño en 1969, cuando el astronauta Neil Armstrong plantó la bota en nuestro satélite y, en célebre expresión, dio aquel “pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad”. Este fue sin duda el clímax de la exploración espacial, por más que, desde el ángulo de la ciencia y la ingeniería, lo mejor estuviera aún por llegar. Y uno de los ejemplos es el telescopio espacial Hubble, también de la NASA, lanzado en 1990 y aún hoy en servicio tras un par de reparaciones en órbita. En una de ellas se inspira la soberbia película Gravity, de Alfonso Cuarón, con Sandra Bullock y George Clooney.

La razón para mandar un telescopio al espacio es que los instrumentos terrestres trabajan lastrados por la distorsión que imprime la atmósfera a la luz que nos llega de los cuerpos celestes. Allí arriba, a 600 kilómetros de altitud, ese problema queda eliminado, y gracias a ello la resolución del Hubble es 10 veces mayor que la del mayor telescopio terrestre y detecta objetos con un brillo 50 veces menor. De ahí las asombrosas imágenes, que ya son un icono de nuestro tiempo, de las nebulosas planetarias y las más lejanas galaxias que hayamos visto nunca, tan lejanas que son una ventana al pasado remoto del cosmos. Los descubrimientos de esta obra maestra de la ingeniería civil han revolucionado por completo la astronomía. Esto es aún más hipnotizante que la llegada de Armstrong a la Luna, aunque también algo más difícil de transmitir al público.

Pese a la incertidumbre persistente de muchos intelectuales y casi todos los políticos —¿no deberíamos resolver los problemas de la Tierra antes de gastar ­recursos en mandar cohetes por ahí?—, hoy caben pocas dudas sobre la capacidad de aplicación práctica de la carrera espacial. Los satélites, y en particular los situados en la órbita geoestacionaria (a 36.000 kilómetros de altitud, donde el satélite permanece siempre sobre el mismo punto de la Tierra), son un fundamento clave de las comunicaciones en que se basa nuestro mundo. Otro enjambre de 24 satélites es la base del sistema de posicionamiento global (GPS, en sus siglas inglesas) desarrollado por el Departamento de Defensa estadounidense, pero puesto al servicio del planeta por la Administración de Bill Clinton. Estas cosas ya no solo dependen de los Gobiernos, sino también de empresas privadas.

Johannes Kepler, Julio Verne, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Arthur Clarke y Stanley Kubrick dedicaron buena parte de su talento a enseñarnos a viajar por el espacio. La realidad les viene dando la razón. Acabaremos allí. 

Texto de Javier Sampedro

El fotógrafo francés Vincent Fournier ha dedicado un decenio (2007-2017) a documentar gráficamente la conquista del Espacio. Los observatorios astronómicos y centros espaciales más importantes del mundo le abrieron sus puertas. Los recuerdos de los programas Apollo y Sputnick así como los secretos de las futuras misiones a Marte quedaron libres ante su objetivo. Fournier fotografió localizaciones y proyectos confidenciales con una cuidada estética personal. Componiendo escenas que le permitieron revivir sus sueños de niño, su propia aventura espacial. El libro Space Utopia editado por Noeve & Rizzoli narra, en 115 imágenes, la historia de la carrera espacial desde sus inicios en 1960 hasta el proyecto de lanzadera SLS de la NASA que se espera que vaya al Planeta Rojo en los próximos 20 años. El proyecto de Fournier se presentará en el MET museum New York el próximo 19 de enero y servirá de homenaje al 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna que se conmemora en julio de este año.

Por Carmen Guri

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