Convencer a los inmigrantes de que no se trafica con su sangre en 30 idiomas

Un programa pionero con mediadores e intérpretes del hospital Ramón y Cajal de Madrid ha atendido en 12 años a más de 5.700 migrantes y ha formado a 10.000 en temas como tuberculosis o educación sexual

El doctor López-Vélez atiende a un paciente junto al intérprete Serge Hoys.Víctor Sainz
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En la sanidad de la mayoría de países de África casi nada es gratis. Por eso cuando pisan suelo español y reciben asistencia médica sin coste, a muchos las extracciones de sangre no les cuadran. ¿Van a comerciar con sus fluidos? ¿Les están robando la juventud a través de esas jeringas? ¿Para qué necesitan tanta cantidad? Cuando paciente y médico no hablan el mismo idioma todo es un mundo, desde explicar de dónde viene un dolor, hasta erradicar creencias como la de que van a comerciar con tu sangre.

El servicio Salud Entre Culturas es un programa pionero nacido bajo el paraguas de la unidad de enfermedades tropicales del Hospital Ramón y Cajal de Madrid en 2006. Su principal misión es proporcionar atención médica a personas que no hablan ni una palabra de español y un francés o ingles normalmente precario. Sobre todo son hombres jóvenes subsaharianos, pero el programa está abierto a todo tipo de nacionalidades. No solo se centran en derribar la barrera idiomática, también lo intentan con la cultural. El doctor Rogelio López-Vélez es el director: "Muchos no saben lo que es la hepatitis, les hablas de la malaria y algunos creen que se transmite por el agua o que no existe el sida. Explicar lo que es la tuberculosis latente es un mundo o que tienen una enfermedad crónica y que hay que hacer análisis cada seis meses".

Ignacio Peña pasa por delante de una pizarra con varios idiomas africanos.Víctor Sainz

López-Vélez lidera este equipo formado por cinco profesionales fijos y varios colaboradores. Ignacio Peña, experto en Cooperación al Desarrollo, es el coordinador; Martina Corral dirige el área de interpretación y mediación; Cristina Arcas es enfermera especialista en enfermedades tropicales y antropóloga social y Serigne Fall y Serge Hoys son los mediadores e intérpretes de francés y algunos dialectos. A todos ellos se suman los traductores que participan en las consultas con migrantes que solo conocen determinadas lenguas africanas. En esta planta se han hablado hasta 30 idiomas distintos de ese continente, los más habituales son wolof, bámbara, maninka, susu, diula, creol, fula, malenke y eton. A ellos se suman el rumano, ruso y árabe. Las procedencias más comunes son Camerún (29%), Costa de Marfil (17%), Guinea Conakry (13%), Ucrania (8%) y recientemente, Siria (5%).

Suleiman, de 25 años, se encuentra en su primera visita al médico en España y él y dos compañeros han llegado a través de la ONG que les acogió al llegar. "Nos preocupaba si nos iban a entender y a saber diagnosticarnos. Ahora que ya hemos pasado por la consulta apreciamos mucho el servicio. Los traductores ayudan muchísimo, sin ellos es imposible o no sería fiable". Los tres provienen de Guinea Conakri, su dialecto es el susu y también hablan francés, y aseguran que lo primero que quieren hacer es aprender español. Suleiman es licenciado en ingeniería. "Veo la tele para quedarme con palabras. Me gusta seguir la actualidad de aquí y de mi país. Acaban de cambiar de presidente, ¿no?", comenta.

El programa nació al mismo tiempo que se producía la crisis de los cayucos de 2006. Ese año 39.180 personas desembarcaron en las costas españolas. "La mayoría provenían o de países francohablantes o de zonas rurales en las que solo se hablaban idiomas autóctonos", añade el director. En este tiempo han atendido a más de 5.700 migrantes en sus consultas y han formado en talleres especializados a cerca de 10.000 en temas como tuberculosis, VIH-sida o educación sexual. En 2017, la Consejería de Sanidad madrileña lo oficializó al reconocer el servicio de interpretación y mediación.

Junto a López-Vélez, las impulsoras de la iniciativa fueron la psicóloga Anne Guionet, la intérprete Bárbara Navaza y la doctora Miriam Navarro. Esta última, ahora desligada del día a día del servicio, recuerda esos primeros pasos. "Desde el principio nos dimos cuenta de la desconfianza que les generaban todas las pruebas sin que nadie se las explicara en su idioma y de todas las creencias que les causaban ese recelo". Diseñaron de forma muy precisa folletos y encuestas dirigidas a los diferentes colectivos con los que trabajaban.

Navarro recuerda las risas y murmullos cada vez que sacaban un consolador para enseñarles a colocar un condón y cómo tuvo que comprar uno más discreto en un sex shop para que no impactara a las mujeres árabes

Los migrantes suelen llegar a estas consultas gracias a los talleres que regularmente realizan los miembros de Salud Entre Culturas en sedes de ONG, en pisos compartidos o incluso en bares. El proyecto comenzó con africanos subsaharianos y poco a poco se fue abriendo a otras nacionalidades. "En estos encuentros hacemos pruebas rápidas de VIH y organizamos charlas temáticas en función de las necesidades de las organizaciones con las que colaboramos", cuenta Peña. El equipo también empezó a estudiar el impacto de los seminarios. Según los resultados recogidos por Navarro, al inicio de los talleres sólo el 47% admitía la existencia del sida, y al final lo hacía un 95%. La doctora recuerda, divertida, cómo entre los hombres había risas y murmullos cada vez que sacaban un consolador para enseñarles a colocar un condón y también cómo tuvo que comprar uno más discreto en un sex shop para que no impactara tanto a las mujeres árabes. "El programa es muy dinámico, se adapta a los géneros, nacionalidades y culturas".

A lo largo de los años, este proyecto se ha financiado a través de concursos públicos (ha recibido fondos del Plan Nacional del Sida o de fondos europeos), inversión privada y donaciones particulares.

Desde la universidad y desde la valla

En 2008 formaron a un grupo de africanos para ser mediadores con conocimientos sanitarios y de interpretación. Y este año han podido capacitar a otras cuatro personas. De ese primer grupo salió Serigne Fall (senegalés) y del segundo, Serge Hoys (camerunés), que se ha incorporado de forma permanente al grupo en junio. Sus historias tienen un punto de partida muy distinto, pero han acabado confluyendo en esta unidad. Mientras que Serigne llegó a España proveniente de Francia, donde disfrutó de una beca para completar sus estudios de filología francesa, Serge saltó la valla de Melilla. Ambos comenzaron siendo asistentes de los talleres que ofrece Salud Entre Culturas y han acabado contratados.

La primera consulta en la que le comunicaron a una paciente que tenía VIH fue un momento muy fuerte y después tuve que recibir tratamiento psicológico para saber cómo gestionar estos momentos

"La primera consulta en la que le comunicaron a una paciente que tenía VIH fue un momento muy fuerte y después tuve que recibir tratamiento psicológico para saber cómo asimilar y gestionar estos momentos. Tú eres el vínculo entre el profesional sanitario y el paciente y debes transmitir todo de la mejor forma posible teniendo en cuenta no solo el aspecto lingüístico, si no también el cultural y religioso", explica Fall, que habla francés y wolof. En Camerún hay más de 187 dialectos reconocidos oficialmente, explica Hoys. "Imagínate cómo es comunicarse con personas que solo hablan estas lenguas. Este no es un trabajo cualquiera, las condiciones en las que los subsaharianos llegan aquí son muy difíciles. Hay algunos que nunca han ido al médico, que nunca han sido ingresados ni han recibido una vacuna. Tenemos que ser conscientes de todo esto", puntualiza. "A través del colegio de médicos estamos haciendo presión para que la figura del intérprete forme parte del sistema público de salud. No puede ser que un médico explique una enfermedad a un paciente con dibujos o a través de su hijo que sí que habla español", apunta Peña.

El gran reto de este servicio es el seguimiento de los tratamientos. "Es una población muy inestable", indica López-Vélez, "porque en casas de acogida en Madrid permanecen un máximo de 90 días, ese es el tiempo que sabemos que les tenemos aquí y a muchos de ellos los perdemos después. Es importante adaptar los protocolos". Por ahora, han conseguido que no exista un muro al hablar de la salud y que los pacientes sepan que su sangre está en buenas manos.

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