¿Venimos de Tierra Santa?

Los restos de ‘Homo sapiens’ hallados en Israel pueden muy bien ser los más antiguos de nuestra especie. ¿Qué significa esto?

El fragmento de mandíbula hallado en Israel.Vídeo: R.Q. / epv

Es una lástima que los creacionistas se hayan empeñado en que la Tierra tiene 4.000 años, porque si hubieran dicho 180.000 estarían ahora descorchando el champán en los condados del medio oeste. De esa fecha, y del actual Israel, provienen los fósiles más antiguos de Homo sapiens hallados hasta ahora, y ya no queda mucho margen para viajar hacia atrás. La genética, que fue la que predijo que nuestra especie tenía tanta antigüedad ante el escándalo de los paleontólogos, nos ofrece 200.000 años como máximo. Por todo lo que sabemos, los restos hallados en Tierra Santa pueden muy bien rep...

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Es una lástima que los creacionistas se hayan empeñado en que la Tierra tiene 4.000 años, porque si hubieran dicho 180.000 estarían ahora descorchando el champán en los condados del medio oeste. De esa fecha, y del actual Israel, provienen los fósiles más antiguos de Homo sapiens hallados hasta ahora, y ya no queda mucho margen para viajar hacia atrás. La genética, que fue la que predijo que nuestra especie tenía tanta antigüedad ante el escándalo de los paleontólogos, nos ofrece 200.000 años como máximo. Por todo lo que sabemos, los restos hallados en Tierra Santa pueden muy bien representar a los humanos modernos más antiguos que se asomaron al planeta Tierra. Ojalá no sea así. Porque, si fuera así, nuestros ancestros serían los mayores pendencieros de la historia y la prehistoria. Lee en Materia la ciencia sólida que hay detrás de esto. Aquí nos toca dejar volar un poco la imaginación.

Para muchas personas, entre las que me encuentro, no hay cuestión más hechicera que nuestros orígenes. Saber que el cosmos se originó en un big bang, de hecho, nos obliga a todos a descubrir los mecanismos de maduración del universo y de evolución de la vida que nos han creado. No hay una forma más profunda y sensata de saber qué somos, a qué nos debemos, qué podemos saber y qué nos cabe esperar, las cuatro preguntas que nos enseñó Kant. Para desesperación del obispo de Oxford Samuel Wilberforce, Darwin conjeturó correctamente que veníamos del mono, de algo parecido a un chimpancé. Pero ni él hubiera imaginado que los detalles iban a ser tan complicados como conocemos ahora que fueron. Dos docenas de especies de australopitecos –de los que Lucy fue la más famosa y madrugadora—, un primer Homo habilis que no lo era tanto, el aventurero Homo erectus que salió por primera vez de África, los heidelbergensis, antecessors y preneandertales que condujeron a la estirpe al mundo helado de hace 300.000 años, los neandertales y denisovanos que desparecieron después tras cruzarse con nuestros ancestros sapiens que habían evolucionado en África hace 200.000 años.

Para muchas personas, entre las que me encuentro, no hay cuestión más hechicera que nuestros orígenes

Darwin no pudo conocer nada de esto, pero predijo que la evolución del ser humano desde los chimpancés debió dejar restos fósiles que atestiguaran los estadios intermedios. Hoy se sentiría feliz, aunque también perplejo por la arquitectura compleja, local y ramificada de la evolución humana. Hace solo 100.000 años coexistían en el planeta media docena de especies humanas. No es la especie en su conjunto la que va variando poco a poco para erguirse y adquirir la palabra articulada. Las cosas son más complejas y sutiles, puntuadas y oportunistas de lo que el padre de la biología moderna hubiera podido imaginar. El objetivo actual de la paleontología, la ciencia de los orígenes, es entender ese proceso que nos creó.

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