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El exilio republicano en México da las gracias

Refugiadas cuentan su llegada al país y la labor que hicieron en él cuando se cumplen 40 años del restablecimiento de relaciones entre ambos países

Trinidad Martínez (Barcelona, 1928) se define como una persona "de izquierda en serio". Recuerda un hecho en La Habana que le marcó para toda la vida: "Fue ver -me echó a llorar, carajo- a los gringos en sus yates lanzando monedas a los niños negritos que se tiraban al agua para salir con ellas en la boca, monedas de centavo". La fundadora del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de México describe con horror la huida a Francia. "En la frontera las autoridades habían cerrado la carretera y nos mandaron por un camino de cabras, helado, en pleno invierno. Alguien se caía al precipicio, se oían gritos, pero la columna no paraba".
"Soy española cuando canto y soy republicana porque creo en ello, siempre he creído". La pintora Teresa Martín (Madrid, 1936) reconoce que a través de la música y la pintura ha conseguido zafarse de las tristezas de la guerra civil española y de la división ideológica de su familia. Martín es creyente. "Lo chistoso", dice ella, "es que en mi casa no se creía en Dios, ni en nada, pero me mandaron a una escuela de monjas y creo que siempre hay que agarrar cosas de ambas partes". Uno de sus mayores honores ocurrió cuando la hija pequeña del presidente Lázaro Cárdenas tomó clases de pintura en su taller: "Me sentí muy honrada".
Su madre fue poeta de la Generación del 27 y su padre poeta y editor, Paloma Altolaguirre (Londres, 1935), hija de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, creció rodeada de grandes artistas e intelectuales. Tal fue así que fue ella, según afirma, quien encontró muerto al poeta Luis Cernuda en su casa, en Ciudad de México, donde el sevillano residió sus 10 últimos años. Su padre decía que aunque se estuviera en guerra no debía abandonarse la cultura. Su madre escribió poco después de llegar a México: “Para que yo me sienta desterrrada / desterrada de mí debo sentirme / [...] / Pero me miro adentro, estoy intacta / [...]”.
Loty de la Granja (Alicante, 1934) viajó en el Stanbrook, el último barco al exilio. 2.638 republicanos huyeron en él desde Alicante con rumbo a Orán (Argelia). De la Granja tenía cuatro años y su madre la llevaba en brazos. “Había tal cantidad de gente en el puerto que tardamos como cuatro horas en subir”, rememora. Cuando zarparon, De la Granja vio cómo muchos se tiraban al agua desde el muelle, algunos murieron ahí. Tras dos años y medio en Orán, la familia se fue hasta a Casablanca, allí, durante ocho interminables meses, estuvieron esperando el barco que finalmente les llevaría a México. “La Segunda Guerra Mundial ya había comenzado”.