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Merendar dentro de la obra de arte

El cineasta Wes Anderson ha diseñado el café de la Fundación Prada de Milán. Prima la mezcla de estética clasicista y vinilo de los sesenta

Bar Luce de la Fundación Prada, diseñado por el director Wes Anderson.

Lugar ya de referencia entre la modernidad milanesa, sitio ideal para el spritz o el amaro, para el ristretto o para el cappuccino, el Bar Luce de la Fundación Prada de Milán es un polo de atracción indiscutible dentro de la nueva institución cultural lombarda. Ha abierto este año, ideado y diseñado por el cineasta de culto Wes Anderson (Houston, Texas, 1969). En sus propias palabras: “No hay una perspectiva ideal para este espacio. Desde el momento en que fue pensado para ser visto, debía tener muchos siti...

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Lugar ya de referencia entre la modernidad milanesa, sitio ideal para el spritz o el amaro, para el ristretto o para el cappuccino, el Bar Luce de la Fundación Prada de Milán es un polo de atracción indiscutible dentro de la nueva institución cultural lombarda. Ha abierto este año, ideado y diseñado por el cineasta de culto Wes Anderson (Houston, Texas, 1969). En sus propias palabras: “No hay una perspectiva ideal para este espacio. Desde el momento en que fue pensado para ser visto, debía tener muchos sitios cómodos donde sentarse para conversar, leer, comer, beber. Pero creo también que sería un óptimo set, lo mismo que un bellísimo lugar para escribir un filme. He intentado dar forma a un espacio en el que me gustaría pasar mis tardes no cinematográficas”.

La decoración del Bar Luce es una recreación poética de las décadas doradas de Milán

Antes de abrir este bar, Wes Anderson ya gozaba de una estrecha relación con Miuccia Prada, que admiraba su trabajo cinematográfico, y había realizado, prácticamente por encargo de esta, un cortometraje, Castello Cavalcanti (2013), que se inspira en las décadas de oro de Milán, a mediados del siglo pasado. En el Bar Luce, una de las máquinas de pinball hace referencia a este cortometraje. Situado al lado, el aparato de música ofrece el fondo sonoro de la época, de Rita Pavone a la mítica Soldi, soldi, soldi. Para el techo ha hecho estampar una imagen que reproduce en miniatura la cubierta de hierro y cristal del centro comercial Galleria Vittorio Emanuele II. Las paredes superiores del Luce, por su parte, están también cubiertas con un papel estampado que imita las de la misma galería, con sus yesos clasicistas.

Su inspiración hace referencia a los cafés tradicionales de esta ciudad veloz, fría y muy pendiente del diseño y la geometría. Locales como la pastelería Cova de la mítica calle de la moda milanesa, Montenapoleone; el Zucca, en la boca de la galería Vittorio Emanuele, o el Savini, en su tramo principal acristalado. Estos sitios tuvieron su esplendor en los años cincuenta y sesenta, las décadas en las que la ciudad atravesó su gran expansión económica. Fue una época en la que se asentó en Milán la estética más americanizada de Italia, pero a la vez con un potente sello propio que dejó huella en el cine.

La de Anderson es una recreación poética y muy consciente desde la óptica contemporánea. Un diseño de precisión y de contrastes amables, de texturas estudiadas y con un cromatismo singular reforzado por la luz. La formica que reviste las mesas y baldas, los paneles de madera encerada, el vinilo rosa y turquesa de los tapizados, el cristal biselado, las etiquetas de los licores, las máquinas del café o la misma pastelería obedecen a un diseño artístico viviente.

Rem Koolhaas colocó en el pabellón central de la Fundación Prada una pasarela externa a media altura que sirve de palco para contemplar el Bar Luce desde un observatorio privilegiado y frontal. Desde este punto se ve más clara la intención artística y, de paso, la brillantez conclusiva del resultado. La matriz estética quizá habría que buscarla en los primeros filmes de Anderson, siempre con un gusto retro, pero menos recargados. Su plástica amable y algo seca tiene un claro equivalente inspirador en la pintura de Edward Hopper, pero un Hopper menos sombrío y con personajes más alegres, un realismo que bascula hacia la brillantez de los neones de un Rosenquist, lo que no es otra cosa que la huella del pop-art, del que también Anderson es deudor directo. Hopper no pintó demasiados cafés, pero selló la manera de referirse a ellos en el mundo contemporáneo. En estos días, con un ir y venir incesante de visitantes, el Bar Luce se queda pequeño para abastecer de refrigerio y bebestibles al público. Es un problema temporal, ya que, una vez esté terminada la torre de nueve pisos y nueva planta que ha diseñado Rem Koolhaas y desarrollado el equipo OMA, habrá multitud de locales y tiendas más para dejarse ver.

elpaissemanal@elpais.es

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