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Ídolos de portada

De Mario Vargas Llosa a Miguel Indurain. Algunos de los grandes personajes cuyas carreras hemos visto evolucionar en estas páginas posan con las portadas que han protagonizado.

Nacho Duato

Su famosa portada de esta revista, en la que posó desnudo para Jordi Socías, data de 1996. “Surgió a lo largo de la sesión, no lo llevaba pensado de antemano”. Quedó satisfecho con el resultado. “Y mi madre, encantada de haberme parido”. Como bailarín, Nacho Duato (Valencia, 1957) ya estaba consagrado. Como coreógrafo, tenía toda la carrera por delante; se incorporaría como director de la Compañía Nacional de Danza (CND) en 1999 y se mantuvo hasta 2010, cuando dio el salto al extranjero. Pero la transición no fue sencilla. Dejó el puesto frente a la CND tras un desencuentro con el último Gobierno socialista. En aquel momento describió su partida como “una patada”. Duato había fundado en 1999 la CND2, cantera de bailarines noveles, que en 2011 recibió críticas brillantes en medios como 'The New York Times'. “Se la cargaron. No tengo nada que comentar al respecto”. En 2014, tras haber dirigido el ballet del Teatro Mijáilovski de San Petersburgo  durante tres años, firmó por cinco como director de la compañía estatal de Berlín, donde ejerce ahora. Dice que se defiende en ruso, lo suficiente como para dirigir los ensayos. Y hablar holandés le ha facilitado las cosas con el alemán en su nuevo puesto. “En 2010 me apetecía mucho irme lejos. Preferí San Petersburgo para reconciliarme con la danza clásica. Han sido años de muchísimo aprendizaje”. En realidad, lo que le apetece es tumbarse en la playa. “Tomar cócteles y montar a caballo. Pero así no se puede vivir”. El próximo 3 de febrero estrena en Berlín 'La Bella Durmiente'. “Es un encargo. A veces no está mal dejar el ego de lado; Bach producía una cantata por semana. Yo nunca había hecho algo de tanta envergadura y no es mi estilo, pero me gusta. En mayo estrenaré un ballet de media hora, más contemporáneo”. No se ha dado del todo por vencido con la danza española: el año pasado diseñó una coreografía para el Ballet de Carmen Roche. “Se lo regalé porque la quiero mucho, y las subvenciones públicas en España brillan por su ausencia”.

James Rajotte

Victoria Abril

Nunca se creyó lo de ser una 'sex symbol', ni que era buena actriz. De hecho, Victoria Abril (Madrid, 1959) habla con total ho­nes­ti­dad de su síndrome del impostor, ese temor a que se descubra de repente que uno vale mucho menos de lo que todo el mundo piensa. “La llegada de mis dos hijos (en 1990 y 1992) acabó de golpe con esa angustia vital”. Los noventa fueron su década. En 1994, tras 'Átame' (1989), 'Tacones lejanos' (1991) y 'Kika' (1993), salió en la portada de esta revista, entrevistada por Pedro Almodóvar. Era su musa. Poco después, cuando Abril se mudó a Francia –agobiada por los paparazis españoles–, se convirtió en su “actriz-traductora” en aquel país. “Las películas que hice con él no caducan”. Y aunque hoy el contacto entre ambos se mantenga solo por e-mail, afirma que sigue siendo su embajadora en Francia. En 1995 ganó el Goya y la Concha de Plata. Pero el año siguiente, cuando estrenó Libertarias, su relación con España ya era “puramente profesional”. Aquella película fue para ella “un saludo de admiración a todas las mujeres valientes que participaron en aquella utopía y un orgulloso homenaje a mi abuela”. 'Sin noticias de Dios' (2001) –“¡Cine, música y baile, mis tres pasiones en un solo aliento!”– marcó un estancamiento de dos años en el cine, pero le abrió las puertas de la música. Grabó' Putcheros do Brasil' (2005) y 'Olala!' (2007). “Gracias a la gente y a la música conseguí pasar la cuarentena sin crisis. Mi única pena fue no poder compartir esa felicidad con el público español”. Apunta que la televisión en 2014 le dio mejores papeles que el cine. En Francia, con 'Clem', y en España, en 'Sin identidad' (Antena 3). “Trece rodajes en un año son muchos para el cuerpo. Pero no pude renunciar a Fernanda (su personaje en la serie española). Las madres robadas tienen ya muchos años. Si he podido arrancarles una sonrisa, ¡me doy por contenta!”.

Manuel Vázquez

Mario Vargas Llosa

“Nunca he sido un autor espontáneo. Todo lo que publico resulta de un trabajo muy intenso”. Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), premio Nobel de Literatura, máximo exponente de la literatura hispanoamericana, se centra en un profundo trabajo de campo cada vez que se le ocurre una idea para una novela o una obra de teatro. “Me da seguridad”. El punto de inflexión en su carrera fue 'La ciudad y los perros', en 1963. “A partir de ese año mi vida entera se volcó en la literatura y para siempre”. Con la breve interrupción –tres años– de su carrera política, que lo llevó a presentarse a las elecciones generales de Perú en 1990. Perdió frente a Alberto Fujimori. “Superé muy rápido aquella decepción gracias al trabajo literario. La experiencia, deprimente y exultante a la vez, me enseñó mucho sobre la política. Aprendí a ser más pragmático y a moderar el radicalismo de mi juventud”. Cuatro años antes, el escritor había publicado su primera portada en 'El País Semanal' por su relato 'Mi hijo el etíope', sobre la etapa rastafari de su hijo Gonzalo. Considera que, actualmente, perder la privacidad es el precio que pagan “todas las personas que pasan al dominio público”. Al principio le desesperaba “la deformación sistemática” de su vida en la prensa amarilla. “Ahora procuro concentrarme en cosas importantes, y la chismografía no lo es”. En el número del 11 de enero de 2009 destacaba un reportaje suyo sobre la República Democrática del Congo. “Ese viaje fue, probablemente, la experiencia más triste que he tenido. Nunca conocí un país tan trágico, tan destruido, tan falto de esperanza”. El año siguiente, tras ser premiado con el Nobel, publicó en esta revista un extracto de su novela El sueño del celta, titulado 'La maldad', que habla de la colonización belga en ese mismo país en el siglo XIX por el rey Leopoldo II. “Un criminal tan inhumano como Hitler y Stalin”. Ganar el premio literario más importante promovió mucho sus libros en todo el mundo. “Pero también cambió mi vida para peor; ahora debo defender mucho más mi tiempo para poder leer y escribir”.

Sofía Moro

Joan Manuel Serrat

Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) se quiere. En 1996, su primera portada de esta revista, llevaba 30 años cantando, ya estaba consagrado en Latinoamérica y era feliz con su vida familiar. “Me recuerdo con simpatía y generosidad. Me está mal decirlo, pero me llevo bien con mi pasado”, afirma. Entonces Maruja Torres escribió que vivía “en el equilibrio”. El músico lo corrobora. “Mis alrededores siempre me han ayudado a conservarlo. Mi familia, la música y mantenerme activo. Aprendo de los funámbulos: cuando más peligro tienen de caerse es cuando se quedan quietos”. Su gira 'Serrat sinfónico' se vio interrumpida en 2004 debido al cáncer. “Siempre lo he visto como un accidente más que como una enfermedad. Afectó a mi vida, naturalmente, pero no hasta el punto de que hubiera un antes y un después. Lo importante es conseguir superar este tipo de experiencias”. Dos años más tarde volvió a ser portada con la gira 'Serrat 100 × 100'. “Recuerdo con mucho cariño aquel reportaje. El fotógrafo Jordi Socías me regaló el sombrero que luzco con tanto garbo en la foto, y que aún conservo ligeramente mordisqueado por mi perro”. Reflexiona sobre su relación con la prensa: “Los medios son personas y responden a intereses que pueden coincidir o diferir de uno. Pero si me trataran como merezco, seguramente saldría perdiendo”. En 2012, él y Joaquín Sabina bromearon que, en su tour conjunto 'Dos pájaros de un tiro', eran “los músicos del Titanic”. Tocando hasta el final, mientras todo se hundía a su alrededor. Serrat sostiene que actualmente en España todavía “navegamos con mar gruesa, los motores a media potencia y pilotados por gente de dudosa experiencia marinera”. “El mundo de la cultura va tirando como puede. No se trata solo del conocimiento, sino también de crítica, lo cual siempre ha resultado incómodo al poder, que tiende a confundir la cultura con el enemigo”. Su último álbum, 'Antología desordenada', publicado el pasado noviembre, celebra sus 50 años sobre los escenarios.

Caterina Barjau

Alex de la Iglesia

(Bilbao, 1965) tiene un mayordomo en casa. “Se llama Benson, como todos los mayordomos”, ríe entre dientes el director. Le sostiene las revistas, pero tampoco puede hacer mucho más. La cabeza se le cae si se la empuja, lo cual agrava la sensación siniestra que causa su figura al lado de la puerta principal. Acaban de terminar las celebraciones navideñas. Sobre la mesita, un cocodrilo blanco, un cenicero con dos colillas y un gorro naranja de cotillón. De las paredes cuelgan carteles de clásicos dispares: 'Psicosis' (1960), 'Maciste contra los mongoles' (1963) o 'La guerra de los Gargantúa's (1966). En 2008, De la Iglesia protagonizó su primera portada en esta revista, con motivo del estreno de 'Los crímenes de Oxford', 13 años después de ganar el Goya por 'El día de la Bestia' (1995). En aquella entrevista se resistía a ser trágico e insistió en reírse “de lo que no puedes”. Al año siguiente fue elegido presidente de la Academia de Cine, puesto que abandonó por la falta de consenso en torno a la ley Sinde. A pesar de ello, los describe como “dos años maravillosos”. “La experiencia me cambió para bien. Aprendí mucho”. En 2010 escribió para esta revista un diario de rodaje de 'Balada triste de trompeta', titulado Mi vida como payaso, en el que lamentaba la necesidad de moderar sus declaraciones públicas. “Cuando eres presidente tienes que pensar en las opiniones de la mayoría”, explica. En 2013 reivindicó de nuevo la diversión en el cine con 'Las brujas de Zugarramurdi'. Y no todo va mal: a pesar del 21% de IVA, el pasado fue el mejor año del cine español en las taquillas, con 123 millones de euros recaudados. Según el cineasta, la cifra se debió puramente a la calidad de las películas. El 1 de enero de 2015 estrenó en unas pocas salas catalanas su documental Messi, “un encargo” que llegará al resto de cines este año.

Fede Serra

Aitana Sánchez-Gijón

'El año del despegue'. En 1995, Aitana Sánchez-Gijón (Roma, 1968) estrenó cuatro películas, además de una serie de televisión y, con su propia compañía de teatro, 'La gata sobre el tejado de zinc', de Tennessee Williams. Se adivina risueña a través del teléfono. “Llevaba varios años trabajando”, desde los 16 para ser exactos, “por lo que tampoco tuve una sensación de boom, pero de repente se conjugaron los astros”. Su consolidación se dio de cara a Hollywood con 'Un paseo por las nubes'. Pero, a diferencia de otros actores españoles, ella no se dejó deslumbrar. “Me decían: ‘Te tienes que quedar, es tu momento hot [caliente]’. Pero yo no quería. Tenía mi compañía de teatro, Strion, y La gata”. No le llegó a gustar EE UU. “Allí me sentía muy sola, era una industria muy egocéntrica. Me interesaban otras cosas; siempre he visto mi profesión como un medio para conocerme un poco mejor”. En 1999 –año del rodaje de 'Volaverunt'– fue presidenta de la Academia. “Lo recuerdo como una época de apagar incendios continuamente”. Como las (falsas y anónimas) acusaciones que circularon de que José Luis Garci había comprado votos para los Goya. “Me sentí siempre respaldada por mi equipo. No repetiría la experiencia, pero tampoco reniego de ella”. ¿Han cambiado los problemas del cine español? “Esta situación de abandono y de desprecio institucional no la habíamos vivido nunca”. Hoy la familia es su “centro neurálgico”. En 2004 apareció embarazada en la revista y en 2012 puso cara a un reportaje sobre la maternidad. La edad –tiene 46 años–, que trae las alegrías de los hijos, obra como un obstáculo para las actrices. “Noto la falta de ciertos papeles de cine. El último personaje de peso fue en 'Maktub' (2011), hace ya cuatro años”. Pero cada vez que llega un guion nuevo para Doña Blanca, en 'Velvet' (Antena 3), le entra “el cosquilleo”. En primavera vuelve a las tablas con 'Medea', de Andrés Lima.

Jordi Socías

Miguel Induráin

“El ciclismo español ha cambiado. Ahora necesita patrocinadores multinacionales”, admite Miguel Indurain (Villava, Navarra, 1964). Es el gran déficit de su deporte. La desaparición del equipo Euskaltel en 2013 cristalizó el principal obstáculo de un campo en el que los españoles deben abrirse paso en el extranjero para triunfar. “Estamos en crisis. Hay una buena cantera, pero en el ciclismo vivimos de los sponsors porque no cobramos entrada. Los chavalillos van pasando de categoría, pero lo difícil es salir [al terreno profesional]. Los mejores, como Contador, lo consiguen fuera. Lo ideal en España sería tener tres o cuatro equipos para toda la cantera”. Uno de esos “chavales” es su propio hijo, Miguel, que en 2014 corrió como sub 23 en el equipo navarro de Caja Rural-Seguros RGA. “Antes estuvo haciendo kárate y fútbol. Decidió probar la bici y lleva ya tiempo con ella. Me gusta más que haga ciclismo, pero fue él quien decidió cambiar”. No lo entrena su padre, aunque salen juntos a montar en los ratos libres. Indurain ocupa su vida ahora con negocios y campañas promocionales, sobre todo. Y, claro, sigue montando en bici. “Estoy feliz porque hago lo que me gusta, sobre todo en verano”. Las tres portadas que protagonizó en esta revista se publicaron en sus años en la cúspide. En 1992 ganó su segundo Tour y el Giro. Dos años más tarde volvió a aparecer, tras ganar de nuevo la carrera francesa y batir el récord de la hora. En 1995 obtuvo su quinta victoria en el Tour, un año antes de retirarse en plena Vuelta a España. Con el éxito vivió la satisfacción. “Es normal cuando te va bien; verte en la prensa es bueno porque sabes que lo que haces da resultado. Pero también hay presión. Te exiges tú, te exige el aficionado… cuando ganas, la gente se acostumbra”. Después, cuando se termina, ¿qué prevalece? “Depende del deportista. Es difícil al principio, cuando acabas, porque hasta entonces estabas haciendo lo que te gustaba. Tu hobby se había convertido en tu trabajo, y dejarlo es… raro. Pero lo llevas bien si tienes la oportunidad de apartarte voluntariamente, como yo, y no por lesiones, como algunos compañeros”.

Fede Serra

Antonio Banderas

“Aunque lo ideal sería responder que no, sí era consciente de que estábamos haciendo historia”. Antonio Banderas (Málaga, 1960) rememora su época de chico Almodóvar. “Recuerdo cuando presentamos 'Laberinto de pasiones' en 1982, en el Festival de San Sebastián”. Fue antes de que todo aquello se empezara a llamar “movida”. “Se montó un lío en el cine… había gente que aplaudía, otros nos tiraban cosas, gente que decía que aquello era impresentable. Estábamos en el palco y me di cuenta de que esa noche se había roto algo poderosamente. Esta peliculita era una especie de bomba”. El actor no se sintió protagonista. “En los ochenta me lancé al mundo de la noche de forma compulsiva. Empezaba a hacer cine y teatro con asiduidad, pero lo viví como testigo. Siempre a cierta distancia”. El primer punto de inflexión en su carrera había sido marcharse de Málaga, antes de todo aquello. “Fue un sacrificio mucho mayor del que se produjo cuando salté de Madrid a Hollywood”, cuando Arnold Glimcher lo llamó para rodar 'Los reyes del mambo' (1992), porque entonces no pensaba quedarse fuera de España. Ese año salió en portada de 'El País Semanal' por primera vez. Protagonizaría siete más que documentan su trayectoria. La de 1995 fue testigo del momento en que afianzó su carrera en el extranjero con Desperado y Asesinos, tras 'Filadelfia' (1995). Entonces los latinos eran considerados “bichos raros”. “Cuando hice Los reyes del mambo me dijeron: ‘Prepárate para hacer un villano detrás de otro’. Un día, en el rodaje de 'La máscara del Zorro' (1998), miré los ojos azules del villano Capitán Love y me dije que algo había cambiado. Hoy hay mexicanos y puertorriqueños que ganan un Oscar y son admitidos en todos los círculos de la profesión”. En 1999 dio el siguiente paso al dirigir 'Locos en Alabama'; en 2003 probó suerte en Broadway con 'Nine' –“siento una deuda y un cierto sentido de la culpa hacia el teatro”–, y acaba de producir su quinta cinta, 'Autómata' (2014). “Rodar películas de ciencia-ficción en Europa es muy complejo. Tienen presupuestos grandes”, explica. Ahora quiere contar sus propias historias: “Por eso estoy escribiendo”.

Rocío Díaz