Los chiringuitos nazis

González-Ruano fue un fantasma pícaro y deleznable, antisemita, fiel propagandista a sueldo de los nazis

González-Ruano popularizó la expresión chiringuito.

Puedo proponer y propongo que la palabra “chiringuito” desaparezca de la faz de la costa española.

Para empezar, por incompatibilidad entre la realidad y el diccionario. El de la RAE, sin ir más lejos, dice que es “un quiosco o puesto de bebidas al aire libre”. De ser así, ¿qué hacemos con las paellas y mariscadas, con los kilómetros de toldos, con las perezosas tumbonas y, sobre todo, con el emblemático dj chiringuitero? El descontrol semántico es evidente, pero como argumento de erradicación puede sonar a comedia. Pasemos, pues, a la tragedia, que tiene que ver con Adolf Hitler y su i...

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Puedo proponer y propongo que la palabra “chiringuito” desaparezca de la faz de la costa española.

Para empezar, por incompatibilidad entre la realidad y el diccionario. El de la RAE, sin ir más lejos, dice que es “un quiosco o puesto de bebidas al aire libre”. De ser así, ¿qué hacemos con las paellas y mariscadas, con los kilómetros de toldos, con las perezosas tumbonas y, sobre todo, con el emblemático dj chiringuitero? El descontrol semántico es evidente, pero como argumento de erradicación puede sonar a comedia. Pasemos, pues, a la tragedia, que tiene que ver con Adolf Hitler y su ideología genocida: aunque parezca mentira, la palabra “chiringuito” está indirectamente relacionada con el nazismo.

A esa relación se llega por la conjunción de una fecha, un lugar y un periodista madrileño. La fecha es 1943: la Segunda Guerra Mundial parece no afectar a una España que se cae a pedazos. El lugar es Sitges, a mitad de camino entre la villa modernista y la capital mundial del turismo gay. Y el periodista de Madrid no puede ser otro que César González-Ruano, que años después describió así su amor a primera vista por un local de playa que ya tenía treinta años de vida: “El Chiringuito, un café extraño sobre la misma arena, como un pabellón de cristales donde me pareció que podía escribir cada mañana”.

A su amparo, además de redactar los artículos de La Vanguardia, produjo entre 1944 y 1946 doce libros como doce soles –o como doce churros. Fue tal la radiación del mito literario que durante décadas se leyó en una placa de cerámica, en letras azules: “Él bautizó este lugar con el nombre de chiringuito, expresión que se popularizó en España a partir de entonces”. En los años veinte había un bar en el muelle de la Paz de Barcelona llamado Chiringuito; y en toda Cataluña se conocían como xiringuitos, desde mucho antes, a los quioscos de temporada que proliferaban en los balnearios. Pero menos importante que el contenido de la placa conmemorativa es el hecho de que el Ayuntamiento de Sitges haya acordado por unanimidad retirarla.

Hacía tiempo que un libro no causaba en España tantos estragos. El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado, de la ensayista Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas, es una investigación sistemática y valiente que persigue el rastro de un fantasma pícaro y deleznable, profundamente antisemita, que fue propagandista a sueldo de los nazis y que se benefició de la desesperación de los judíos en el París ocupado. Fue detenido por la Gestapo. Estuvo en prisión. Al Chiringuito de Sitges, en realidad, llegó huyendo de la Resistencia francesa.Consiguió cabrear a tirios y troyanos. 

La Fundación Mapfre, después de 39 años del Premio González-Ruano de Periodismo, ha decidido transformarlo en el Premio de Relato Corto Fundación Mapfre. El nombre del infame va desapareciendo lentamente. Todavía conserva una calle en Madrid. Convendría quitársela, antes de que borremos la palabra “chiringuito” de nuestras playas. Después, habría que proseguir con los 184 topónimos franquistas de la capital. Y así, lentamente, como Don Quijote, avanzaríamos desde el centro hacia las costas extrañas, limpiando el paisaje de nuestras peores palabras.

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