De deshuesar jamones a sacar matrículas de honor en Medicina: “Me puse a buscar en YouTube cómo estudiar”
Diego Estella es un ejemplo de cómo reengancharse a los estudios al máximo nivel a través de una vía cada vez menos frecuente, el acceso a la universidad para mayores de 25
Diego Estella llevaba seis años deshuesando jamones en una empresa de Bilbao, levantándose a las cinco de la mañana, cortando 100 piezas al día en turnos de 10 horas, cuando decidió cambiar su vida. El trabajo, asegura, le gustaba. Era duro. Nada que ver con cortar lonchas de jamón en una boda. Pero él siempre ha practicado mucho deporte, y estaba acostumbrado al ejercicio físico intenso. El sueldo, claramente por encima del salario mínimo, no estaba mal teniendo en cuenta que era un empleo no cualificado. Hasta entonces, con 23 años, a Estella nunca le había llamado estudiar. “No me motivaba,...
Diego Estella llevaba seis años deshuesando jamones en una empresa de Bilbao, levantándose a las cinco de la mañana, cortando 100 piezas al día en turnos de 10 horas, cuando decidió cambiar su vida. El trabajo, asegura, le gustaba. Era duro. Nada que ver con cortar lonchas de jamón en una boda. Pero él siempre ha practicado mucho deporte, y estaba acostumbrado al ejercicio físico intenso. El sueldo, claramente por encima del salario mínimo, no estaba mal teniendo en cuenta que era un empleo no cualificado. Hasta entonces, con 23 años, a Estella nunca le había llamado estudiar. “No me motivaba, ni estaba atento a lo que decía el profesor en clase, ni mucho menos quería hacer deberes por las tardes. Lo único que me gustaba era Educación Física, no sé ni cómo acabé la ESO”, cuenta. Estella es ahora, con 28 años, uno de los mejores de su promoción en la carrera de Medicina, y un ejemplo de cómo reengancharse al máximo nivel con los estudios a través de la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años, que experimenta un declive acelerado en paralelo al aumento de adultos que eligen la FP.
Estella repitió primero de la ESO y a partir de segundo iba poco a clase. Se pasaba el día con los amigos y haciendo deporte. A los tres meses de empezar el Bachillerato, tras suspender todas las asignaturas, lo dejó. A diferencia de muchos otros casos de fracaso escolar, él tenía a su favor unos progenitores con recursos y estudios (su madre es enfermera, su padre, médico) con los que siempre se ha llevado bien. Pasó unos meses con una tía cerca de Londres, jugando a rugby y aprendiendo inglés. Y después probó a retomar el Bachillerato en EE UU, cerca de Seattle. Lo pasó muy bien, hizo muchísimo deporte, pero no aprobó casi nada.
A la vuelta, sus padres volvieron a preguntarle: ¿Qué quieres hacer, estudiar o trabajar? “Yo ya tenía 18 años y les dije que trabajar”, cuenta Estella. Ni ellos ni él se plantearon entonces la opción de un grado medio de FP. Su padre le ayudó a encontrar trabajo en la empresa de deshuesado de jamón de un conocido. “Con la intención de que viera que es un trabajo muy duro, que lo es, y en dos semanas o menos dijera: bueno, quiero estudiar. Pero no. Fui ahí, y me quedé, a gusto”.
Muchos cientos de jamones y paletillas deshuesadas más tarde ―con tres cuchillos distintos, el más largo de 25 centímetros―, decidió dar un volantazo animado, asegura, por sus compañeros de planta, donde hizo buenos amigos. Parece imposible hablar un rato con Estella y que no te caiga bien. “Muchos habían tenido que ponerse a trabajar muy jóvenes por la situación en su casa, que no era como la mía, que vivía y sigo viviendo con mis padres. Ellos no tenían alternativa, me decían, pero yo sí. Y me incitaban a que hiciera un grado superior de FP”. Dedicarse al deshuesado de jamones supone hacer una fuerza extrema durante 8 o 10 horas al día. “Estás todo el rato con el puño cerrado, y eso repercute en la musculatura del antebrazo, la mano y los dedos. Luego la mano te duele, cuesta estirarla, y por la noche se te duerme porque no le llega bien la sangre. A largo plazo tiene consecuencias muy negativas. Con 20, 30, 40 años, puedes aguantar bien, pero más allá vas a sufrir mucho”.
Le costó dar el paso, pero al final se decantó por la FP superior en Radioterapia y Dosimetría, para la que tenía que aprobar una prueba de acceso para mayores de 19 años. La preparó en una academia mientras seguía trabajando, y entró. “El primer día de prácticas en el hospital lloraba de la risa. Decía: pero dónde he estado metido estos seis años, porque acostumbrado a estar ahí sufriendo casi como un esclavo, el trabajo era mucho más liviano. Si no has visto otra cosa, no tienes ni idea”. Hacia el final del grado se planteó en serio seguir estudiando en la universidad. Le atraían Medicina y Enfermería. Pero con notas de corte de 12 y 13, teniendo él una media de 7 y pico en la FP, supo que no tenía ninguna oportunidad. Descubrió, sin embargo, que había otro camino, la prueba de acceso para mayores de 25 años (que era su edad). Entre los requisitos figuraba no contar con titulaciones que permitieran acceder a la universidad, como una FP superior. Así que decidió no presentar el último trabajo del grado, que ya tenía hecho, y suspenderlo.
La prueba para mayores de 25 atrae cada vez a menos gente. El año pasado se matricularon 18.475 personas, la mitad que en 2016, y la tasa de aprobados fue del 55%, frente a más del 90% en la Selectividad. Al mismo tiempo, el número de alumnos con 25 o más años que estudian Formación Profesional se acerca a las 300.000, cuando en el curso 2011-2012 no llegaban a los 150.000.
Las universidades tienen que reservar para quienes proceden de las pruebas de acceso para mayores de 25, al menos, el 2% de las plazas. Estella se examinó de castellano, inglés, euskera, matemáticas y biología, además de un comentario de texto. Solo tuvo tres meses para prepararlos y lo hizo, sobre todo, repasando ejercicios de años anteriores, que la Universidad del País Vasco tenía en su web. Sacó un 7,638. Suficiente para entrar en Medicina, que aquel año pidió para su cupo un 6,694. La nota de corte por la vía ordinaria fue de 12,827.
“Yo no había pillado apuntes en mi vida”
“El primer día de clase fue horroroso, una locura. Pillando apuntes, que no había pillado en mi vida. Diciendo: ‘¿Pero qué es esto?’. Yo no sabía estudiar a ese nivel, y me puse a buscar videotutoriales. Como cuando quería saber cómo hacer un salto así o asá esquiando o en snow. Me puse a buscar en YouTube cómo estudiar”. Estella dio con la llamada técnica de la evocación, una de las más eficaces para aprender según la ciencia, en su formato de flash cards, que usa desde entonces. Basándose en los apuntes y con ayuda del ordenador, escribe en un lado de la tarjeta una pregunta, en la otra, una respuesta. Como si fuera el Trivial. Y se las va preguntando de forma intercalada hasta que se las sabe. En verano empieza a preparar las tarjetas del curso siguiente. En vacaciones y, gracias a que estudia al día, en el parón de las clases de los periodos de exámenes, aprovecha para trabajar. Deshuesando jamones. Hasta ahora ha tenido 28 asignaturas. Ha sacado seis matrículas de honor, muchos sobresalientes, y algún notable. Aún no lo tiene claro, pero le atrae la idea de ser cirujano. “Porque siempre he sido un chaval activo, me gusta estar de pie y moviéndome”.
Estella anima a otros que estén pensando en retomar los estudios a que den el salto. “Yo lo hice con 25. Pero también lo haría con 30 o 35. Iría a por todas. Calculo que a los 32 o 33 años, con el principio de la residencia, empezaré a ver dinero. ¿Y luego cuántos años me quedarán de trabajo? Igual otros 30 o 35. ¿Y de qué quieres estar? ¿Sufriendo y deshuesando? ¿O trabajando en algo que te gusta? Yo tengo mucha suerte, por la familia. Pero tengo compañeros de carrera que trabajan o tienen hijos. No es fácil, hay que sacrificar cosas. Pero se puede. Y la vida es muy larga. Siempre piensas: es tarde, es tarde. Pero, en realidad, tampoco es tan tarde”.
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