¿Cómo eligen las familias colegio? Quebraderos de cabeza, investigaciones en el parque y servicios extraescolares
EL PAÍS acompaña en el proceso de escolarización a cuatro niños de tres años de la Comunidad de Madrid. Los padres valoran mucho la cercanía del centro, pero también los métodos de enseñanza y no siempre encuentran disponible toda la información que les gustaría
“Yo creo que nos volvemos un poco locos”, dice Carlos Arévalo, de 48 años, mientras sus hijos, Buenaventura y Manuela, de dos y cuatro, juegan en un parque del distrito madrileño de Arganzuela. Arévalo, que trabaja como supervisor de un call center, se refiere a la inclemente travesía emocional por la que pasan muchas familias a la hora de elegir el colegio para sus niñas y niños. Hay zonas, en el mundo rural y municipios pequeños, donde apenas hay opciones distintas, y padres a los qu...
“Yo creo que nos volvemos un poco locos”, dice Carlos Arévalo, de 48 años, mientras sus hijos, Buenaventura y Manuela, de dos y cuatro, juegan en un parque del distrito madrileño de Arganzuela. Arévalo, que trabaja como supervisor de un call center, se refiere a la inclemente travesía emocional por la que pasan muchas familias a la hora de elegir el colegio para sus niñas y niños. Hay zonas, en el mundo rural y municipios pequeños, donde apenas hay opciones distintas, y padres a los que su situación personal dificulta la posibilidad de elegir, así que van, simplemente, donde pueden; pero en contextos urbanos como el de Arévalo, la enorme variedad de la oferta —no solo entre las distintas redes (pública, concertada y privada), sino dentro de cada una de ellas— empuja muy fácilmente hacia a esa borrascosa travesía de cálculo de preferencias.
En su caso, el trabajo más duro lo traían hecho del año pasado, con la mayor, a la que finalmente llevaron a un colegio público cercano a su casa después de descartar algunos concertados un poco más lejanos y de un proceso de recogida de información por parte de la madre, Leticia Hueda (fotógrafa de 40 años), cuyo epicentro estaba precisamente en el parque, y que incluyó entrevistas en profundidad a familias de numerosas escuelas. “Carlos me decía: ‘Vaya interrogatorios que les haces’. Pero es que yo necesitaba conocer todas las opciones, si no para este año, pues a lo mejor para el siguiente o a lo mejor al otro…”, cuenta Hueda.
Así, esta vez la decisión ha sido más fácil y han pedido plaza para el pequeño en el mismo colegio que la mayor, pero Hueda —“hija y nieta de maestras”, exalumna de una cooperativa de profesores— le sigue dando vueltas a todas esas otras posibilidades… “En los coles públicos, por lo menos aquí en el centro [de Madrid], parece ser que el cambio a primaria es bastante grande, para mal, y eso me preocupa bastante”, asegura.
Expectativa y realidad
Lo cierto es que las investigaciones dicen que en realidad hay pocas posibilidades de que cambien, según explica el profesor de Sociología de la Complutense Juan Carlos Rodríguez, y señalan además que la mayoría de los padres y madres se declaran contentos con la escuela de sus hijos. Esto quiere decir: bien que las expectativas iniciales se ven aplacadas una vez dentro, bien que en general todos los colegios son razonablemente buenos. O, seguramente, que se produce una mezcla de las dos cosas.
En todo caso, Miquel Àngel Alegre, jefe de proyectos de la Fundación Bofill, destaca que es la política educativa y la planificación escolar lo que promueve que las familias compitan entre sí por la plaza que desean dentro de un sistema, lamentablemente, desigual: “No todos los centros tienen la misma capacidad de ofrecer un buen proyecto, de calidad, algunos tienen una composición del alumnado más segregada que otros…”. Que compitan las familias y que compitan las escuelas, sobre todo en un contexto como el actual en el que el descenso de la natalidad está afectando de tal manera a las aulas (el segundo ciclo de infantil ha perdido 237.000 alumnos en la última década) que los colegios perdedores pueden empezar a verse en serias dificultades para mantenerse con vida.
Y en ese escenario, mientras las administraciones deciden si toman o no medidas para ordenar la situación (bajada de ratios, apuestas por centros públicos con poco alumnado…), cobran seguramente todavía más importancia las motivaciones de los padres y madres a la hora de decidir en qué colegio empezarán sus hijos el segundo ciclo de infantil (de 3 a 5 años), una etapa que, aunque no es obligatoria, está prácticamente universalizada.
En este reportaje, acompañamos en el proceso a cuatro familias de la Comunidad de Madrid, una región con mucha escuela concertada y mucha privada y cuyo Gobierno lleva a gala el lema de la “libertad de elección de centro”, que se articula a través de un distrito único (todos los municipios son una única zona de escolarización), ligeramente moderado en el caso la capital. También es la comunidad con mayor segregación escolar. Así, además de la de Leticia Hueda y familia, esta es la historia de Araceli Ocaña (periodista de 38 años), Pedro Jiménez (informático, de 38) y su hijo Óliver; de Rosa Cervera (funcionaria, 46) y su hija Estela; y de otra pareja que prefiere no dar su nombre porque, de hecho, ha decidido hacer una trampa para intentar entrar en un concertado a cuatro paradas de metro de su casa.
“Fuimos a las jornadas de puertas abiertas de cuatro colegios, algunos cercanos, y nos costó decidirnos porque irnos lejos significaba no hacer barrio”, cuenta el padre. Pero el hecho de que no encontraran cerca nada que les convenciera, esto es, un centro laico y con un proyecto educativo potente y moderno, les impulsó a intentarlo en un concertado de muy buena fama, que entre otras cosas trabaja por proyectos (un método que fomenta la búsqueda y el análisis de información y la solución de situaciones reales). Y, como para conseguir una plaza allí la clave puede ser el punto extra que los baremos de escolarización dan por vivir en el mismo distrito, decidieron empadronarse en una casa que en realidad no es la suya.
Pedro Jiménez y Araceli Ocaña también miraron en otros distritos, pero enseguida lo descartaron. “Yo al principio, cuando me volví un poco loco con este tema, miré privados, muy buenos, pero todos están fuera de esta zona y, claro, un niño tan pequeño que haga ruta [en el autobús]...”, cuenta Jiménez en su casa, en el distrito de Arganzuela de Madrid, una tarde de mediados de marzo. Mientras Óliver devora una tostada, sus padres hacen repaso: un público descartado porque había tenido problemas con una cocina fantasma; un concertado por un perfil demasiado estricto y tradicional de enseñanza —“a esta edades, lo que buscamos es el que el niño esté feliz, que le traten bien, que sean cariñosos…”— y otros pocos públicos que les interesan, sobre todo uno, pero de los que no tienen apenas referencias. Así, intentando escudriñar entre los documentos colgados en las web —“¡Madre mía! Algunos proyectos educativos son auténticos cortapega”, protesta Pedro— y las opiniones de amigos y conocidos —“todos te dicen que están muy contentos con el suyo y siempre hay alguien que te dice algo malo de los otros”—, Araceli confiesa: “Ahora mismo, te lo digo con sinceridad, tengo la sensación de que vamos a elegir lo menos malo, porque no hay ninguno que cumpla con los requisitos que digas…”.
Los padres, en general, eligen un poco a ciegas, según el profesor Rodríguez, porque no cuentan con información suficiente para hacerse una idea de si el centro se acerca a su idea de calidad. Para eso haría falta, asegura, mucha más información accesible, al estilo de lo que ya ocurre en Inglaterra, sobre los resultados de los alumnos (a ser posible en pruebas estandarizadas y ponderados con la composición social del centro), sobre las dotaciones y las características del profesorado, entre otros.
Además, “la inmensa mayoría de la gente valora mucho la cercanía del colegio”, añade Rodríguez, que participó en dos importantes trabajos sobre el asunto publicados en 2000 y 2009. Uno más reciente, hecho en el ámbito de la Comunidad Valenciana, concluye que el principal criterio de elección de más de dos tercios de las familias es la distancia.
Miquel Ángel Alegre distingue entre dos momentos clave del proceso: uno primero de descarte y el de la elección en sí. Y es en el primero, asegura, en el que más ocurren los sesgos que reproducen desigualdades sociales, pues las familias con menos recursos tienden a descartar mucho menos los centros percibidos como peores (por su composición sociocultural más diversa, más dificultades de aprendizaje…) y mucho más los que están lejos: “Un 30% o 40% de familias con estudios universitarios dicen que no escolarizarían al chaval fuera de un determinado rango de proximidad; en el caso de las familias con menos estudios llegamos casi al 70%”, asegura Alegre. “Una vez hecho esos descartes, todos se preocupan por supuesto por los otros factores, el proyecto, los servicios…, pero el sesgo ya se ha producido”. En el caso de la Comunidad de Madrid, además, los descartes crecen porque las familias saben perfectamente que, si no entran en el colegio que solicitan en primer lugar, el sistema les penaliza para acceder a la segunda o la tercera opción. Y, como remate, Alegre, sociólogo de la educación, añade que pruebas internacionales como Pisa han demostrado que “la probabilidad de que los chavales con mayores recursos culturales obtengan buenos resultados en cualquier tipo de cole es muy alta y, sin embargo, los que tienen menos son mucho más sensibles al perfil social de sus compañeros”.
Criba final entre los más cercanos
Desde luego, en el caso de Araceli y Pedro y de Carlos y Leticia, el proceso ha sido así: primero han aplicado el criterio de distancia y luego han hecho criba entre los finalistas del mismo barrio. En el segundo caso, las pesquisas de Leticia les condujeron ya el curso pasado hasta el colegio público Menéndez Pelayo. “Hablando con la gente, te enteras de que en algunos castigan a los niños contra la pared o que tienen que ir los padres a cambiarles si se hacen pis”, dice Hueda. En el suyo, por ejemplo, la asociación de familias ha llegado a un acuerdo con la empresa que ofrece el servicio de comedor para que uno de sus auxiliares, por un dinero al mes, se ocupe de esos cambios.
De hecho, los servicios extraescolares “son fundamentales para muchas familias porque, junto con lo educativo, por su situación, han de primar la conciliación”, señala Mari Carmen Morillas, vicepresidenta de la Ceapa, la federación estatal de padres de la escuela pública. Y no solo no están garantizados en los centros públicos, ya que dependen de cada AMPA, sino que “en la mayoría de España, con excepción de alguna comunidad o algunos ayuntamientos, las familias tienen que pagarlas”, añade.
Para Rosa Cervera son, de hecho, imprescindibles. Ella, para empezar, tenía claro que quería un colegio cercano, pero no sabía si a su casa, a la de su hermano, a la de sus padres o a la estación donde cada día toma el tren para ir a trabajar desde Leganés al centro de Madrid. “En unos, el aula matinal empieza a las 7.30 y en otros a las 8.00; en unos cuesta 55 euros y en otros, 38″, contaba a finales de marzo esta madre, miembro activo de la asociación Madres solteras por elección. En cuanto a la parte educativa, le estaba dando vueltas a un asunto espinoso en la Comunidad de Madrid: el modelo bilingüe, por el cual los niños estudian algunas asignaturas en inglés y que ha ido cogiendo mala fama por su forma, según algunos chapucera, de llevarse a la práctica.
Sin embargo, varias jornadas de puertas abiertas después —“menos de las que pensaba en un principio, porque enseguida vi que no me iban a contar nada que no pudiera yo enterarme por internet”—, a Cervera le “conquistó”, precisamente, uno bilingüe. “Me explicaron que a partir de primaria lo que tienen en inglés es sobre todo Sociales y Naturales, y, oye, me pareció bien”, cuenta. Y desarrolla: “Mis padres pueden ir andando, está al lado del tren, tienen cambio de pañal y enfermería. Y, aparte de actividades extraescolares de lunes a viernes (que no en todos sitios hay los viernes), ofrecen servicio de guardería”, enumera.
Estaba bastante convencida de que le iban a dar plaza en ese colegio, ya que desde este año las familias monoparentales tienen tres puntos más en el proceso, y desde el 12 de mayo ya sabe que será así, pues el colegio ha recibido menos solicitudes que las plazas que ofertaba.
Lo mismo ocurre con Óliver en el centro que finalmente eligieron Araceli y Pedro, que también se decidieron por uno bilingüe, a pesar de las reticencias iniciales. Pudieron más el resto de cosas: el San Eugenio y San Isidro, conocido en el barrio como el SESI, es el público más cercano a su casa, al que irán muchos de los compañeros que el niño tiene ahora en la guardería y de él les gustó lo que finalmente pudieron ver en el vídeo de presentación colgado en la web.
Leticia y Carlos no saben todavía si Buenaventura tendrá plaza en el Menéndez Pelayo, pero es muy difícil que no sea así porque tener un hermano ya en el centro da muchos puntos. La otra familia, la que aspira a una concertada fuera de su barrio, tendrá que esperar hasta finales de mes para saber si lo consigue, porque de momento solo se han publicado las solicitudes que se han admitido en cada centro, y en el suyo superan con mucho el número de plazas que ofrecen.
Puedes seguir EL PAÍS EDUCACIÓN en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.