Vuelta a las clases: los amigos de la universidad se hacen ahora en Twitter
Los novatos apenas van a pisar los campus, territorio hostil, así que aislados recurren a las redes para hacer nueva pandilla
Quién no recuerda su primer día en la universidad. Una mezcla de ilusión, temor y vergüenza. Ganas de hacer nuevos amigos, caer bien y enterarse de algo en clase. Pero este curso, en casi todos los campus públicos, los novatos van a estar el menor tiempo posible para prevenir contagios de covid-19. Los más damnificados asistirán a algunas sesiones de laboratorios y seminarios, y el resto del tiempo seguirán sus estudios desde la casa familiar, el piso de estudiantes o el colegio mayor. Un escenario que se torna especialmente hostil para los alumnos de primer curso, recién llegados, pero que no...
Quién no recuerda su primer día en la universidad. Una mezcla de ilusión, temor y vergüenza. Ganas de hacer nuevos amigos, caer bien y enterarse de algo en clase. Pero este curso, en casi todos los campus públicos, los novatos van a estar el menor tiempo posible para prevenir contagios de covid-19. Los más damnificados asistirán a algunas sesiones de laboratorios y seminarios, y el resto del tiempo seguirán sus estudios desde la casa familiar, el piso de estudiantes o el colegio mayor. Un escenario que se torna especialmente hostil para los alumnos de primer curso, recién llegados, pero que no por ello parecen dispuestos a prescindir de la vida universitaria; ellos han encontrado en la tecnología su salvación. La semana pasada empezaron las clases en la Universidad Pública de Navarra y a lo largo de esta lo harán en la Autónoma y la Politécnica de Madrid, Córdoba, País Vasco, Autónoma de Barcelona y Extremadura.
Son las 12.30 de este lunes en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), a 20 kilómetros del centro de la capital. Dos chicas de expediente inmejorable salen alborotadas de una charla previa en este idílico campus en el que corretean ardillas y se dejan ver algún jabalí con sus rayones. Paula, de Alcalá de Henares (Madrid), y Cecilia, de Mota del Cuervo (Cuenca), se acaban de conocer y están eufóricas porque ambas se apellidan Fernández y van a poder compartir grupo burbuja. La facultad de Ciencias ha dividido por orden alfabético a los 75 estudiantes de primero de Matemáticas en tres grupos de 25. En las próximas tres semanas tienen programada una clase presencial (álgebra o cálculo) y una jornada de laboratorio.
Ambas son afortunadas. Si cursas en segundo año de carrera, ni siquiera contarían con esa clase presencial, concebida para que los nuevos sientan un contacto más estrecho con la Universidad. Las asociaciones estudiantiles pidieron en julio a los rectores y al ministro de Universidades, Manuel Castells, que se priorizase a los debutantes, desnortados en su paso a la vida adulta y en la UAM están en el compromiso de ampararles. A lo largo de esta semana, un profesor contactará con ellas por correo electrónico para convertirse en su tutor de los próximos cuatro años de carrera y podrán pedir tutorías a los docentes de las distintas materias.
Begoña Fernández, vicedecana de Estudiantes de la facultad de Ciencias, e Isabel Molina, de Infraestructuras, llevan desde julio cuadrando horarios y medidas de prevención y les apena el desangelado escenario pero creen que para preservar las prácticas ―las grandes perjudicadas el pasado curso y fundamentales para la formación en muchos grados― hay que extremar la seguridad. “Toda la vida diciendo a los estudiantes que disfruten de todo el campus, que no se queden solo en el edificio de Ciencias y ahora esto”, se lamenta Begoña, también profesora de Genética.
A los estudiantes les recuerdan las normas de este curso: está prohibido pasear por el campus (solo desplazarse), hay cafetería pero no comedor (cada uno almuerza en su casa), entre horas de clase ―le ocurrirá a quien arrastre alguna asignatura― debe permanecerse en la sala de estudio o la biblioteca (con mascarilla y distancia de seguridad) o solo se puede ir a las prácticas del subgrupo preasignado.
En caso de haber un positivo en el grupo burbuja, los 25 compañeros se tendrán que aislar 14 días. Eso diferencia a esta institución de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), donde estos universitarios no se consideran contacto estrecho y seguirán yendo cada día a clase (algunos la siguen de forma virtual desde una aula “espejo” anexa). Entre Ciencias de la UAM ―cada facultad se organiza como quiere― y la UPNA hay un término medio de presencialidad: los alumnos rotan y cada semana la mitad del grupo sigue la lección desde casa y el resto en el aula. Es el caso, por ejemplo, de la Universidad de Córdoba.
Es decir, en la Autónoma ni hablar de las tradicionales partidas de mus, fiestas multitudinarias en las praderas, o maratonianas jornadas en la biblioteca a última hora para aprobar los exámenes. Ante este percal, los de primero se rebelan y han encontrado en las redes un aliado. En este caso los universitarios se buscan en Twitter, han creado un grupo de WhatsApp y una veintena de ellos accede junto al campus. “En Atocha nos encontramos cinco y luego se han ido subiendo otros compañeros al tren”, cuenta Paula. Al llegar a la estación, el paisaje que debía ser idílico resulta desolador. En la avenida principal los árboles están entrelazados con un precinto blanco para recordar a los alumnos que no pueden sentarse en un césped tan cuidado como el de Wimbledon y apenas hay algo de ambiente en la terraza de la cafetería de Filosofía y Letras. Muchas otras están cerradas.
Los 75 alumnos de Matemáticas han sido citados en el salón de actos de Biológicas. Las puertas de emergencia, como ocurrirá todo el curso (si el tiempo lo permite), permanecen abiertas para airear la sala. Hay gel hidroalcohólico en la puerta y una pegatina con una carita sonriente les indica dónde deben sentarse. Las vicedecanas y otros profesores les dan la bienvenida y se dejan de formalismos, van a lo práctico. Los alumnos deben activar su correo de la universidad, descargarse la herramienta Teams en la que dan clase―los docentes han recibido formación en metodología virtual— y un código QR en el móvil que contiene información covid actualizada.
Cecilia anda preocupada. Su madre necesita el ordenador y ella seguirá las clases con la tableta pero sabe que no tiene suficiente capacidad para unas prácticas. La vicedecana de estudiantes le recuerda que hay un fondo para alumnos con apuros económicos para disponer de portátiles. Como casi toda la clase ―la nota de acceso a Matemáticas era desorbitada 12,88 sobre 14― Paula y Cecilia obtuvieron matrícula de honor en bachillerato y no han tenido que pagar tasas de matrícula. Ahora Cecilia tendrá que esperar la resolución de las becas de movilidad. Se ha alquilado un piso con dos amigos del pueblo. Entre los tres pagan 850 euros y están comprometidos a permanecer en la casa al menos seis meses. Se lo pensó mucho porque apenas pisará este semestre el campus, pero confía en que el siguiente ―arranca el 1 de febrero de 2021― sea presencial. Esa es la idea inicial de la UAM, pero a mediados de octubre el equipo rector se reunirá para afrontar la segunda parte del curso con un panorama poco halagüeño en la comunidad de Madrid.
Salen los novatos de Matemáticas del salón y al rato entran los de Bioquímica. Su carrera es muy experimental y en su caso acudirán al laboratorio todas las semanas. Una decena hace corrillo con distancia a la salida. Entre ellos la aragonesa Rosana Pérez que, desencantada con el grado de Derecho, empieza ahora Bioquímica y no compartirá habitación en la residencia. La pandemia lo ha trastocado todo.
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