Bancos centrales y sindicatos: la desinflación responsable

Los bancos centrales leyeron que había un ‘shock’ de oferta y los sindicatos fueron cautos en las reivindicaciones salariales

MARAVILLAS DELGADO

La tradición económica de la segunda mitad del siglo XX sostenía que reducir la inflación conllevaba inevitablemente un mayor desempleo. La relación empírica que William Phillips descubrió en 1958 sirvió como guía del sacrificio que, pocas décadas después, supuso acabar con la Gran Inflación en los 80. La subida de tipos con la que Paul Volcker finalmente impactó a la economía norteamericana vino acompañada de ...

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La tradición económica de la segunda mitad del siglo XX sostenía que reducir la inflación conllevaba inevitablemente un mayor desempleo. La relación empírica que William Phillips descubrió en 1958 sirvió como guía del sacrificio que, pocas décadas después, supuso acabar con la Gran Inflación en los 80. La subida de tipos con la que Paul Volcker finalmente impactó a la economía norteamericana vino acompañada de una fuerte crisis y un aumento del desempleo, tal y como la evidencia y la teoría en ciernes indicaban.

Sin embargo, esta relación no parece haberse manifestado en el proceso de desinflación experimentado en los dos últimos años. Debemos recordar que, sin alcanzar los niveles de los años 70, la inflación en 2022 y 2023 fue extraordinariamente alta para los estándares de los últimos 30 años. Su moderación se consideraba entonces preludio de un más que esperado sacrificio en términos de empleo. No obstante, esto no parece haber ocurrido en las principales economías occidentales.

Hemos aprendido varias lecciones de este proceso, especialmente quienes auguraban una nueva estanflación y que, en contra de lo que se advirtió desde el sentido común y desde el propio análisis sosegado de la situación, esperaban una vuelta a los duros años setenta. Y es que los bancos centrales supieron leer entre líneas y hoy podemos afirmar, sin duda alguna, que estos han salido no solo airosos sino fortalecidos como instituciones respetables.

En primer lugar, debemos regresar a la cuestión que se defendió desde el principio: una inflación de costes debe gestionarse de forma diferente a una de demanda o a una espiral inflacionista. Aunque los factores de demanda también estuvieron presentes, todos los análisis han demostrado, salvo alguno aislado y muy cuestionado, que fue un episodio impulsado por elementos presentes en la oferta de productos. Esto, que puede parecer muy intuitivo para algunos, exigía una lectura certera, pues las acciones a aplicar serían diferentes si la conclusión hubiera sido otra.

No me cabe duda de que los diferentes bancos centrales del mundo, especialmente los de economías más avanzadas y con instituciones monetarias respetadas, realizaron no solo el análisis adecuado sino la intervención óptima para lograr dicha desinflación de manera rápida y lo menos dolorosa posible. La subida de tipos, aunque criticada por quienes señalaban su inutilidad ante los mencionados factores de oferta, ha tenido sin embargo una labor clara y evidente: mantener ancladas las expectativas de inflación que, de no haberlo estado, habrían desencadenado una fase inflacionaria mucho más desagradable, duradera y costosa. Favorecido por la desaparición de los factores de oferta, el anclaje de las expectativas de inflación, traducido en responsabilidad en la negociación salarial y en la determinación de márgenes, nos condujo a una rápida caída de la inflación hacia niveles medios tradicionales y coherentes con un crecimiento económico sostenible. Este anclaje es resultado de una labor encomiable de unos bancos centrales que en todo momento han demostrado su capacidad de gestión.

Respecto a la idea del sacrificio, esa noción tradicional de que cualquier moderación de la inflación debía pagarse con empleo en el corto plazo parece haber quedado obsoleta, al menos de momento. Esto se explica, en gran medida, por la desaparición de los factores de oferta que generaron la inflación, sumada al anclaje antes mencionado. Pero, y hay que mencionarlo, tal anclaje es consecuencia directa de unas relaciones e instituciones laborales muy diferentes a aquellas que surgieron en la posguerra y que condicionaron la gestión de la Gran Inflación desde la segunda mitad de los sesenta hasta entrados los ochenta.

El impacto de los cambios tecnológicos en el mercado laboral ha desplazado buena parte de las tareas hacia empleos de mayor cualificación y actividades de servicios, también de menor nivel de cualificación, donde el poder sindical es más difuso. La reducción significativa del empleo industrial ha debilitado la capacidad de los sindicatos en este sentido y, consciente o inconscientemente, ha facilitado la desinflación a menor coste. Sin embargo, tampoco podemos subestimar en este reciente episodio el notable esfuerzo de responsabilidad demostrado por estas organizaciones de trabajadores en la negociación de incrementos salariales. Sin este ejercicio, habría sido imposible lo logrado.

Todos estos factores, y otros más, explicarían en gran medida que esta desinflación no haya tenido un alto coste en términos de empleo. La relación que Phillips descubriera en los cincuenta no es que haya desaparecido -pues sigue siendo una relación empírica compleja cuyos elementos y conexiones perduran-, pero sí se ha visto mutada por la evolución de numerosos acontecimientos en las últimas décadas.

Ante esto, los bancos centrales han interpretado correctamente esta nueva realidad y su gestión ha resultado exitosa mientras los sindicatos han actuado con responsabilidad. Todo ello ha sumado y hoy podemos contar que bajar la inflación ha supuesto un menor sacrificio del esperado.


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